Financiación con ‘P’ mayúscula
La sanidad es -junto con el sistema de pensiones, la educación y la atención a la dependencia- el mayor activo de nuestro Estado del Bienestar. Es un landmark en perpetuum mobile1 muy lastrado por el desequilibrio existente entre las necesidades asistenciales de la población -cada vez mayores y más complejas por el envejecimiento, la cronicidad, la polimedicación…- y la limitación de los recursos destinados para que el Sistema Nacional de Salud (SNS) pueda dar un cumplimiento efectivo y tangible a su ikigai2 -promoción de la salud y prevención de la enfermedad3- y hacerlo, además, desde la sostenibilidad y la solvencia. Aunque las carencias y los conflictos actuales en el