Las cifras de listas de espera quirúrgicas publicadas recientemente pueden parecer tranquilizadoras a simple vista: más de 846.000 personas esperan una intervención a finales de 2024, un número estable respecto a años anteriores. Se han operado a pacientes de lista de espera más que nunca. En paralelo se ha indicado intervenciones también en cifras de récord. Pero, lamentablemente, esta estabilización en la franja alta del histórico de la última década esconde un problema más profundo.

No se está reduciendo el problema, simplemente lo estamos reteniendo “aguas arriba”, pues el cuello de botella en el acceso a la primera consulta con el especialista lejos de resolverse sigue creciendo. Y mientras no despejemos esa presión, la lista quirúrgica no reflejará la demanda real del sistema. En paralelo, el volumen de pacientes que desaparece del registro quirúrgico sin haber sido operados —por no ser considerados operables, por fallecimiento o por baja voluntaria— sigue aumentando, conteniendo el dato oficial pero sin solucionar el fondo del problema.

El tiempo de espera no termina de ceder y los pacientes se acumulan

El tiempo medio de espera quirúrgica se mantiene por encima de los cuatro meses. Y uno de cada cuatro pacientes sigue esperando más de seis meses. Lo llamativo es que, aunque se ha incrementado el número de intervenciones realizadas —lo cual es un mérito en sí mismo—, no se consigue reducir el volumen global de la lista porque entran más pacientes de los que salen. Y esto no es solo por una mayor presión demográfica o por retrasos acumulados: también porque nunca antes se había diagnosticado e indicado tanta cirugía como ahora. La cifra de nuevas incorporaciones a la lista quirúrgica ha marcado récords, lo que demuestra que el sistema tiene cierto margen de incrementar la capacidad diagnóstica y terapéutica.

El verdadero cuello de botella: la primera consulta de especialidades

Más allá del dato quirúrgico, el indicador más preocupante se encuentra antes: en la primera consulta con el especialista. A cierre de 2024, hay 3,96 millones de personas esperando una primera consulta. Son más del 15% de todas las primeras consultas realizadas ese año. Esta proporción ha ido creciendo de forma constante: en 2016 era el 7,9%. Es decir, el sistema ha duplicado su lista de espera para primeras consultas sin haber incrementado en la misma medida su capacidad para absorber esa demanda.

Este dato es clave: la capacidad de respuesta del sistema no ha crecido al ritmo de la demanda. Y lo que es peor: los datos oficiales ni siquiera recogen a quienes están pendientes de ser citados, porque aún no se han abierto las agendas. Es probable que la cifra real sea bastante mayor.

Récord de interconsultas desde primaria… con menos actividad total

Otro dato clave que no puede pasarse por alto, y que puede explicar en parte eses crecimiento de la espera de primera consulta e especialista,  es que nunca antes se había derivado tanto desde atención primaria a consultas especializadas como en los dos últimos años. En 2022 se alcanzaron 17,5 millones de interconsultas, y en 2023 la cifra subió aún más, hasta 17,9 millones, máximos históricos en la serie.

Esto contrasta con el descenso global en el número de consultas totales: en 2023 se realizaron 213 millones de consultas, frente a los 231 millones de 2021, lo que implica una caída del 7,8% en la actividad. Se realizan menos consultas en total, pero se deriva más al segundo nivel, lo que reduce el margen de resolución desde primaria y sobrecarga la puerta de entrada al sistema especializado.

La ratio interconsulta/consulta se ha tensionado, y esto puede interpretarse de dos formas complementarias: por un lado, aumenta la complejidad clínica; por otro, disminuye la capacidad resolutiva de primaria, tal vez porque no siempre dispone de tiempo, herramientas o recursos para contener casos. O por un aumento de la presión asistencial como consecuencia del aumento del envejecimiento, del número de personas con tarjeta sanitaria y por cambios en los patrones de comportamiento y uso. En cualquier caso, el desenlace es el mismo: más presión sobre la consulta especializada, más esperas, y más distancia entre el primer contacto y la resolución.

Cada vez menos capacidad para primeras consultas

A esta presión se suma un fenómeno estructural: las primeras consultas representan cada vez un porcentaje menor del total de actividad especializada. En 2010, una de cada cuatro consultas era una primera visita (25,2%). En 2023, ese porcentaje ha bajado al 21,8%.

Las consultas sucesivas están colonizando cada vez más capacidad del sistema, reduciendo el espacio disponible para abrir nuevas agendas y atender nuevas demandas. Aunque aumente la actividad total, el hueco real para responder a nuevas necesidades se encoge.

Necesitamos un nuevo enfoque

El esfuerzo es indudable y los resultados tampoco se pueden poner en duda. Se ha operado más que nunca y se han intentado distintas estrategias. Pero no es suficiente. Hay que aprovechar al máximo todos los recursos disponibles, abordar a fondo las causas reales de la sobrecarga del sistema y gestionar la demanda con criterio y anticipación. Y, sobre todo, dejar de mirar solo al dato de la lista quirúrgica como si fuera el único termómetro del sistema. Hay que actuar desde el origen.

El verdadero «Efecto Venturi»

Lo que estamos viendo es, precisamente, el Efecto Venturi: una aceleración de las salidas (cirugías) que permite contener el número de pacientes por una presión creciente aguas arriba (primera consulta) y una capacidad resolutiva en el proceso diagnóstico con crecimientos de caudal de paso muy limitados. Y como en el fenómeno físico, cuando la presión supera el límite del sistema, lo que viene no es más velocidad…sino riesgo de colapso…y posible desbordamiento.

A pesar del meritorio esfuerzo que se viene realizando, insisto: hay que ir más allá.