Como si de una obra de teatro se tratara, este siglo XXI ya bien avanzado, nos sigue sorprendiendo con los mismos dilemas que han acompañado a la humanidad casi desde sus orígenes. Convendrán conmigo, que en determinados momentos asistimos a un sainete, en el que se describen (suceden) algunas de las situaciones esperadas en un enredo en el que se juega al sí pero no, al ejercicio de bondad para esconder los problemas y los pufos, y a la simulación de los afectos. Sin olvidar, que hasta que el amor de verdad -el auténtico-, el que embauca y transforma, se manifiesta y se apodera de los corazones que unen en uno solo frente al “digan lo que digan” y “hagan lo que hagan”.
En el ámbito de las realidades, no es nada nuevo que exista un acuerdo prácticamente unánime en acometer la necesaria reforma del Sistema Nacional de Salud (SNS). Esta reforma sanitaria, según los expertos del Ministerio de Sanidad, hará posible una sanidad universal, gratuita, justa, solidaria, equitativa, sostenible, de calidad, eficaz, eficiente y profesional. Sería muy complicado que en esta pequeña columna pudiera hacer un análisis crítico de cada una de las claves de la reforma, por lo que me centraré en el apartado relativo a la sostenibilidad. Es arriesgado afirmar que una declaración de intenciones sienta las bases para garantizar la sostenibilidad futura de la sanidad, sinceramente me conformaría con empezar a solucionar el presente y la solvencia del SNS. Si lo que se pretende es lograr el equilibrio presupuestario a través de medidas de eficiencia, estimando un ahorro en el gasto-inversión sanitario público superior al diez por ciento, no debiéramos perdernos la otra parte de la ecuación, es decir, aumentar el presupuesto destinado a salud. Finalmente, si no somos capaces de explicitar y evaluar de forma continuada todas las medidas orientadas a mejorar el funcionamiento del sistema, será tarea ardua mejorar la eficiencia, por mucho margen que exista.
En el campo de las ficciones, en muchos casos más bien falacias, considero importante repensar si los sistemas sanitarios son sistemas irreductiblemente «complejos» (por definición), de forma que pequeños cambios en algunos de sus componentes o actividades producen cambios a veces inesperados y desproporcionados en otros componentes y actividades del mismo. Si el lema a seguir lo sintetizamos en «máxima calidad, mínima cantidad, tecnología apropiada en el momento adecuado y tan cerca del paciente como sea posible», ¿qué sucede realmente para no poder acometer las reformas necesarias? ¿existe una suerte de intereses creados que no propician las reformas? ¿somos las personas las que hacemos complejo el sistema? Ficción o falacia, nuestro sistema sanitario tiene bastantes cosas susceptibles de corregir y mejorar, pero no a cambio de su destrucción, sino de su transformación.
‘Nuestro sistema sanitario tiene bastantes cosas susceptibles de corregir y mejorar, pero no a cambio de su destrucción, sino de su transformación’
Volviendo a la obra de teatro que es la vida, escrita por cada cual, de su puño y letra, todos vivimos en el intento de construir un texto de altura pero que al tiempo sea asequible para todos los públicos, y que cada uno de los niveles de este lo sienta como suyo sin darse cuenta de que aquello que está viendo no es solo una representación, sino también un espejo de sí mismo. Este objetivo bien pudiera ser trasladado al ecosistema sanitario, en el sentido de dilucidar nuestro rol como juez y parte, en función de las circunstancias, pero también en aras de la necesaria conciliación de los intereses particulares y colectivos en la redefinición del SNS. Por otro lado, los personajes creados por cada literato teatral, suelen mostrar sin ambages sus contradicciones y vergüenzas, conviven con sus miserias y pobrezas mentales, para terminar, reconociendo su falta de espíritu y su incapacidad egoísta para considerar nada que no sea su propia satisfacción y comodidad. En otras palabras, si las personas no modulan la perspectiva, el inicio de la necesaria autocrítica no se generará, y ello es lo que nos ha de movilizar para promover cambios y mejoras.
Como ejemplo y, última frase para el recuerdo, en Los intereses creados de Don Jacinto Benavente, el pícaro Crispín afirma que “mejor que crear afectos es crear intereses”. Denle la vuelta y retuerzan la frase, solo así lograremos entender lo más profundo del ser humano (interesado) y una de sus principales motivaciones, el amor (desinteresado).

