Sin restar relevancia al COVID-19 como enfermedad, no podemos menospreciar el resto de las patologías y su necesidad de ser atendidas en igualdad de condiciones. Enfermedades a veces tan asintomáticas y mortíferas como la anterior.

Es bien sabido que desde el mes de marzo que estalló la pandemia del COVID-19, la Sanidad perdió la capacidad de dar respuesta al resto de patologías, algunas tan letales o más que el propio COVID-19, aunque más previsibles en su demanda y consumo de recursos.

Si ya el sistema sanitario en 2019 tuvo un diferencial de 419.084 pacientes entre entradas y salidas por intervención quirúrgica, después del impacto de la pandemia los datos son demoledores. Primero con un parón para solo lo urgente, y luego sin poder coger la velocidad de crucero por altibajos en la capacidad disponible del sistema por patología no COVID-19, además del enlentecimiento de las operaciones por medidas de seguridad. En las fechas que se escribe esta reflexión, hay comunidades con quirófanos cerrados y otras con problemas para intervenciones que requieren ingreso UCI posteriormente.

A ritmo normal de actividad, o un poco superior al normalizado, el sistema no sería capaz de dar respuesta a tiempo a todos los pacientes que requieren intervención quirúrgica, principalmente porque no los tiene en su radar, es decir, que están en proceso diagnostico o, lo que es peor, aún no saben que tienen la enfermedad. Por esta circunstancia, los procesos de screening de cáncer, por ejemplo, han adquirido una relevancia tremenda, debiéndose impulsar su mayor aplicación, en sustitución de los otros medios de detección precoz como es el caso de las consultas u otro tipo de revisiones.

Como consecuencia, más de un millón de pacientes podrían estar pendientes de intervención quirúrgica en España, según los datos que venimos trabajando en el marco del Proyecto Venturi, y solo contando hasta junio de 2020. Si tenemos en cuenta que en 2019 se dieron salida por intervención quirúrgica a dos millones de pacientes en el conjunto nacional, no es difícil concluir que el sistema sanitario español está colapsado. Y solo agilizando la capacidad de respuesta sumando todos los recursos asistenciales, integrando las operaciones asistenciales, y desde una visión de proceso integrado, se podrá normalizar la situación en un plazo más o menos aceptable, y volverlo con a su estado anterior (¡Qué no es poco!).

Es decir, hay que provocar el efecto venturi, acelerando la resolución de problemas de salud, buscando y provocando eficiencias y optimizando. Con estrategias de planificación operativa inteligentes e integradas, de manera centralizada, desde los gobiernos autonómicos al menos, pero mejor desde el gobierno central, pues asi se logran saltar las barreras autonómicas para una mejor respuesta y coordinación. Provocando, por ejemplo, como propusimos en su momento, un corredor sanitario para patologías no COVID-19, o para las que se prioricen al menos. Así se conseguirá resolver más con los recursos disponibles, es decir, se logrará el efecto venturi.

Antonio Burgueño Jerez