En sanidad, hablar de salud digital se ha vuelto tendencia. Pero si no diferenciamos entre digitalizar y transformar, corremos el riesgo de seguir haciendo lo mismo… solo que con más pantallas. La fábula de Las dos hormigas de Prem Rawat nos recuerda que a veces el verdadero cambio no es probar algo nuevo, sino dejar de aferrarnos a lo viejo.

Dice algo así:

“Había una vez dos hormigas. Una vivía feliz en una montaña de azúcar; la otra, resignada, en un montículo de sal. Un día, la hormiga del azúcar invitó a su vecina a probar ese alimento dulce del que tanto hablaba. La hormiga de la sal, por si no le gustaba, decidió llevar un poco de sal en la boca, por si acaso. Y claro, al probar el azúcar, le supo a sal. Debe ser lo mismo, dijo. Tú lo llamas azúcar, yo lo llamo sal. Hasta que la otra hormiga le pidió que escupiera lo que llevaba. Entonces, al fin, pudo saborear el azúcar de verdad. Y se quedó a vivir allí, feliz con el descubrimiento”.

La moraleja de esta fábula: si no dejas lo que ya no te sirve, no podrás disfrutar de lo nuevo.

¿Y qué tiene que ver esta historia con la sanidad? Mucho.

Llevamos años hablando de salud digital. Y sí, hemos avanzado muchísimo: historia clínica electrónica, apps de autocuidado, plataformas de telemedicina, inteligencia artificial… Pero a menudo seguimos con “sal en la boca”. Nos hemos centrado más en digitalizar, cuando lo que necesitaríamos es transformar.

La diferencia es grande. Digitalizar es informatizar procesos ya existentes, es poner sensores, tablets o apps sobre los procesos que ya teníamos. Pasamos del papel a la pantalla o a la nube, pero mantenemos la misma lógica. Ganamos velocidad, tal vez eficiencia. Pero no cambiamos la experiencia. Es como si siguiéramos caminando el mismo sendero, solo que ahora con linterna o llevando un GPS.

Transformar, es cambiar el mapa completo. Es rediseñar los procesos, romper con inercias, eliminar burocracia innecesaria y colocar al paciente (y al profesional) en el centro del sistema. No se trata solo de introducir tecnología, sino de repensar el modelo de atención. La transformación digital implica algo mucho más profundo: cambiar el camino, reorganizar el nido, pensar distinto. Es probar el azúcar y decidir entre todos que ya no tiene sentido volver a la sal.

¿Un ejemplo? Tener dispositivos de telemonitorización es digitalizar. Pero usar esos datos para anticiparse, reorganizar turnos, evitar visitas innecesarias y mejorar la experiencia del paciente… eso ya es transformar. ¿De qué nos vale tener inteligencia artificial si seguimos haciendo las consultas igual que hace veinte años? ¿O apps de seguimiento si nadie las integra en la rutina clínica?

‘Nos hemos centrado más en digitalizar, cuando lo que necesitaríamos es transformar’

Transformar implica alinear tres factores: tecnología, procesos y personas que rara vez avanzan al mismo ritmo. Van a velocidades diferentes: la tecnología (que va como un cohete), los procesos (que se arrastran) y las personas (que a veces ni están invitadas a la conversación). En muchos casos, son las personas; por formación, por miedo o por cultura, quienes más tardan en soltarse. Como la hormiga de la sal, que va a probar lo nuevo, pero no se atreve a dejar atrás lo anterior. Y si no formamos bien a los profesionales, si no los involucramos desde el principio, el cambio no cristaliza.

Por eso, en este camino de transformación digital, la gestión del cambio es tan importante como la tecnología. Necesitamos líderes clínicos que escuchen, pacientes que participen en el diseño de soluciones, y profesionales que sientan que forman parte del proceso, no que simplemente se les impone una herramienta nueva.

Además, hay que invertir en formación continua, en competencias digitales reales: no solo saber usar una app, sino entender la seguridad, la ética, los datos, la colaboración virtual. Y abrir paso a nuevos perfiles: bio-ingenieros, arquitectos de interoperabilidad, expertos en datos clínicos, etc. que complementen a los sanitarios y construyan juntos este nuevo ecosistema.

Transformar no es cosa (solo) de TICs. Es cosa de personas que se atreven a escupir la sal. Podemos atrevernos a transformar de verdad, pero para eso hay que desaprender, formar, escuchar al paciente, empoderar al profesional,… Por eso, la clave está en la formación, en la escucha activa y en una cultura organizativa que no imponga tecnología desde arriba, sino que construya soluciones con los equipos clínicos, gestores y pacientes. Que no coloque gadgets, sino que rediseñe circuitos. Que no digitalice la burocracia, sino que la elimine. Como en la fábula, a veces necesitamos que alguien nos diga: abre la boca, suelta la sal. Solo así podremos saborear lo nuevo de verdad. El cambio real no ocurre solo por estar cerca de lo nuevo. Ocurre cuando estamos dispuestos a darle una oportunidad de verdad. A dejar de aferrarnos al “por si acaso”. A imaginar modelos distintos, sin miedo, con creatividad, con enfoque humano.

Porque si seguimos empeñados en digitalizar sin transformar, solo estaremos disfrazando de modernidad lo mismo de siempre. Si no soltamos lo que ya no nos sirve, nunca vamos a saborear el azúcar. Y puede que, sin darnos cuenta, llevemos años masticando sal, pensando que eso es lo normal.

El futuro de la sanidad no pasa por tener más tecnología, sino por saber para qué y para quién la usamos. Y para eso, hay que estar dispuestos a cambiar. A probar. A escupir la sal.