En mayo de 2025, la Organización Mundial de la Salud (OMS) presentó una nueva edición del “Informe mundial sobre los determinantes sociales de la equidad en la salud”, un documento de referencia que actualiza y amplía los hallazgos del emblemático informe de 2008. Este nuevo informe pone en evidencia una realidad tan alarmante como persistente: las desigualdades sociales siguen siendo una de las principales causas de enfermedad y muerte prematura en el mundo. En un momento histórico marcado por crisis interconectadas —climática, económica, sanitaria, tecnológica y psicosocial— la OMS vuelve a instar a los Estados y a la sociedad civil a actuar con urgencia y determinación para reducir las inequidades en salud.
Las brechas en la esperanza de vida: una expresión brutal de la desigualdad
Una de las principales aportaciones del informe es la actualización de los datos sobre esperanza de vida ajustados por país, región, grupo étnico y nivel socioeconómico. La diferencia entre países puede alcanzar hasta 33 años: mientras Japón presenta una esperanza de vida superior a los 84 años, países como Chad o la República Centroafricana apenas superan los 51 años. Pero lo más revelador es que estas brechas se reproducen dentro de cada nación. En el Reino Unido, por ejemplo, la diferencia en la esperanza de vida entre las zonas más ricas y las más pobres de una misma ciudad puede llegar a los 12 años. En América Latina, países como Brasil o México muestran desigualdades similares entre zonas urbanas privilegiadas y comunidades rurales o periféricas.
Un caso paradigmático es el de Estados Unidos, donde los vecindarios con menor renta en ciudades como Chicago o Baltimore presentan niveles de morbilidad comparables a los de países de bajos ingresos. En contraposición, los sectores más favorecidos acceden a dietas saludables, servicios médicos de alta calidad y condiciones ambientales propicias para el bienestar. La salud mental también refleja estas desigualdades: el riesgo de trastornos como depresión, ansiedad o adicciones es significativamente mayor en contextos de pobreza y exclusión.
Los determinantes sociales: condiciones que moldean la salud
El informe reafirma el marco conceptual según el cual la salud no se determina solo en el consultorio médico, sino en los hogares, escuelas, lugares de trabajo, barrios y sistemas políticos. Los llamados determinantes sociales de la salud incluyen la calidad de la educación, la estabilidad del empleo, el acceso a una vivienda digna, la alimentación saludable, el transporte seguro, la inclusión social y el bienestar emocional. Cada uno de estos factores impacta directamente en la salud física y mental de las personas.
Por ejemplo, una persona que vive en un barrio con alta contaminación atmosférica, inseguridad alimentaria y falta de servicios básicos tiene mayor probabilidad de desarrollar enfermedades respiratorias crónicas, diabetes tipo 2 y trastornos mentales. Las mujeres, personas con discapacidad, migrantes y minorías étnicas enfrentan barreras adicionales que agravan su vulnerabilidad. La salud mental, en particular, se ve comprometida cuando las condiciones de vida promueven el estrés crónico, la inseguridad y la desesperanza.
Además, la inseguridad laboral, la informalidad económica y la carencia de redes de protección social dejan a millones de personas expuestas a una vida precaria y a la imposibilidad de acceder a cuidados médicos adecuados en momentos críticos. La pandemia de la COVID-19 evidenció con crudeza cómo estas desigualdades preexistentes amplifican los efectos de las crisis sanitarias, incluyendo un aumento global de los problemas de salud mental, especialmente entre jóvenes y trabajadores esenciales.

Cuadro resumen del Informe mundial sobre los determinantes sociales de la equidad en la salud (OMS, 2025).
Datos que interpelan a la política pública
En países de ingresos altos como Hungría y Polonia, las personas con menor nivel educativo viven hasta 10 años menos que aquellas con educación universitaria.
En Australia, la esperanza de vida de los pueblos aborígenes es 12,5 años menor que la de la población general.
En Estados Unidos, los afroamericanos tienen una incidencia desproporcionadamente alta de hipertensión, obesidad y mortalidad materna, así como una mayor prevalencia de enfermedades mentales no tratadas.
En África subsahariana, el acceso limitado a servicios de salud materna y neonatal resulta en una mortalidad infantil hasta 13 veces superior a la de los países de altos ingresos.
En India, las mujeres rurales tienen hasta un 50% menos de probabilidades de recibir atención prenatal completa que las urbanas, y reportan mayores tasas de depresión posparto no diagnosticada.
Estos datos reafirman que la biología no basta para explicar las desigualdades. Se trata, como subraya el informe, de diferencias sistemáticas, evitables y, por lo tanto, injustas.
Nuevas amenazas: la digitalización y el cambio climático
El informe de 2025 incorpora dos ejes nuevos: la transformación digital y la crisis climática, ambos con impacto directo sobre la salud y su distribución social.
La digitalización ha abierto enormes posibilidades para la medicina de precisión, la telemedicina y la gestión de datos, pero también ha exacerbado la desigualdad: quienes no tienen acceso a internet o alfabetización digital quedan excluidos de nuevas formas de atención sanitaria y de apoyo psicosocial virtual. Se estima que más del 40% de la población mundial carece de acceso regular a internet, lo que limita su capacidad para beneficiarse de recursos digitales sanitarios, incluidos servicios de salud mental en línea.
Por su parte, el cambio climático agrava los determinantes sociales: la escasez de agua, las migraciones forzadas, la inseguridad alimentaria y los eventos climáticos extremos aumentan las vulnerabilidades sanitarias, sobre todo en poblaciones empobrecidas. También incrementan la carga de trastornos mentales, como el llamado ecoansiedad o el trauma postraumático asociado a desastres naturales.
Aportaciones clave a la salud pública
El nuevo informe también representa una herramienta invaluable para el fortalecimiento de la salud pública a nivel global, regional y local. Entre sus principales aportes se destacan:
Visibilización de las desigualdades estructurales: el informe proporciona un diagnóstico integral que permite a los responsables políticos y profesionales de la salud identificar con precisión los factores sociales que perpetúan la inequidad.
Guía para la toma de decisiones basada en evidencia: al incluir estudios de caso y datos comparativos entre países, el documento se convierte en un instrumento práctico para diseñar políticas sanitarias inclusivas y sostenibles.
Fortalecimiento de la salud comunitaria: fomenta el desarrollo de estrategias centradas en el territorio, como redes de atención primaria, promotores de salud comunitaria y enfoques interculturales, incluyendo programas específicos de salud mental comunitaria.
Promoción de la salud intersectorial: reafirma la necesidad de articular políticas de salud con sectores como educación, trabajo, vivienda, medio ambiente y tecnología, en coherencia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Innovación en sistemas de información: destaca la importancia de recopilar y analizar datos desagregados por género, etnia, clase, condición migratoria y estado de salud mental, para una planificación más equitativa y sensible a las desigualdades.
Formación y capacitación del personal sanitario: propone que las competencias en determinantes sociales, salud mental y equidad sean incorporadas de manera sistemática en la formación universitaria y continua de los profesionales de la salud.
Estimulación del compromiso ciudadano: promueve la participación activa de la sociedad civil en el diseño y evaluación de políticas públicas, como mecanismo de empoderamiento y rendición de cuentas.
Conclusiones: hacia una salud global verdaderamente equitativa
El informe de 2025 de la OMS no es solo una actualización técnica. Es, sobre todo, un manifiesto ético que interpela a todos los actores —gobiernos, organismos internacionales, profesionales sanitarios y sociedad civil— a trabajar juntos para revertir las injusticias estructurales que perpetúan las desigualdades en salud.
Como recordó el director general de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, “la injusticia social está matando a millones de personas de manera silenciosa pero sistemática”. La lucha por la equidad en salud no es una aspiración utópica, sino una responsabilidad política, profesional y humana.
La implementación de políticas públicas basadas en evidencia, con enfoque intersectorial y centradas en la equidad, debe ser una prioridad global. Además, el fortalecimiento de la investigación en salud pública, la cooperación internacional y el intercambio de experiencias son fundamentales para generar un cambio sostenible.
Invertir en determinantes sociales no solo mejora la salud; también fortalece la cohesión social, estimula el desarrollo sostenible y protege los derechos fundamentales. Frente a un mundo convulsionado, el informe ofrece una brújula clara: poner la equidad en salud en el centro de todas las políticas. Solo así será posible alcanzar una salud verdaderamente universal, inclusiva y justa.
Bibliografía
Organización Mundial de la Salud. (2008). Subsanar las desigualdades en una generación: Alcanzar la equidad sanitaria actuando sobre los determinantes sociales de la salud. Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud. https://www.who.int/social_determinants/thecommission/finalreport/es/
Organización Mundial de la Salud. (2025). Informe mundial sobre los determinantes sociales de la equidad en la salud: construir un futuro más justo para todos. OMS. (Informe anticipado presentado en la Asamblea Mundial de la Salud, mayo de 2025).
- Marmot, M., Allen, J., Boyce, T., Goldblatt, P., & Morrison, J. (2020). Build back fairer: The COVID-19 Marmot review. The pandemic, socioeconomic and health inequalities in England. Institute of Health Equity. https://www.instituteofhealthequity.org/resources-reports/build-back-fairer-the-covid-19-marmot-review
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