Es fácil hablar en un congreso sobre la importancia de la Inteligencia Artificial y de la innovación en sanidad. Ahora siempre es bienvenido. Podemos seguir repitiendo una y otra vez (con los mismos ponentes en cada uno de los eventos) que la falta de interoperabilidad es un problema enorme y que es fundamental garantizar unos niveles de privacidad y seguridad para las herramientas de IA. Podemos repetir una serie de lugares comunes y terminar concluyendo que la clave está en la cultura y en la educación de los profesionales. Podemos seguir hablando de todo esto y encerrarnos en estas cámaras de eco, pero cuando te alejas de los congresos y bajas unos escalones para empezar a empujar en primera persona desde las pequeñas empresas que crean innovación desde cero, te das cuenta de que la realidad es muy diferente a lo que se habla en los congresos.
Estas semanas me he reunido con varios grupos de innovación de sociedades médicas para proponerles probar una herramienta de IA para optimizar las consultas y poder mejorarla con sus comentarios. Estos grupos deberían ayudar a validar y acercar estos productos hasta la realidad sanitaria. Al menos, eso esperaba yo que sucediera, pero mi desilusión no ha tardado en llegar cuando:
Una de estas sociedades me advirtió que tenía que solicitar un proyecto formal a una universidad, esperar la resolución de un comité ético y posteriormente convencer al resto de personas de la sociedad para iniciar la prueba.
Otro de los grupos planteó que lo mejor sería esperar a que se creara la Oficina de IA para que ella valorase todas estas iniciativas.
Una tercera sociedad me expuso la necesidad de esperar varios meses para poder votar esta propuesta en la próxima junta y plantear publicar un paper en alguna revista.
Estas personas son las que hablan en los congresos sobre la importancia de la innovación en sanidad y de cambiar la cultura en los profesionales.
Todos estamos de acuerdo en la necesidad de asegurar cualquier producto que se utilice en sanidad, pero una empresa pequeña no puede esperar cuatro, cinco o siete meses para superar demasiadas barreras burocráticas y poder, finalmente, llevar a cabo una humilde prueba piloto. Para caer de nuevo en la “pilotitis” y no llegar nunca a la adopción real.
Si de verdad quieres incentivar la innovación y ayudar a cambiar la cultura de tus profesionales, no puedes poner tantas trabas a proyectos reales. Tampoco parece razonable que a una startup le cueste 14.000€ poner un stand en un congreso para dar a conocer su producto a los asistentes. Ni que sea mucho más fácil vender un producto en Colombia, Filipinas o Turquía antes que en un hospital público en España por tener que poner un aval de más de un millón de euros para participar en una licitación pública.
Veo muchos discursos repetidos pero pocas acciones reales. La innovación no se predica, se practica. La cultura de la innovación en los profesionales no se incentiva creando otra mesa redonda en un congreso, sino incluyendo en su día a día proyectos reales y haciéndoles partícipes para que ellos mismos toquen la innovación y que esta pueda mejorar gracias a sus comentarios. Así es como de verdad va a cambiar la cultura de innovación entre los profesionales.
Mientras en España seguimos discutiendo comités, licencias y oficinas, en otros países se implementan proyectos reales a pequeña escala que terminan transformando la asistencia sanitaria.
La prudencia constituye un pilar fundamental en el ámbito sanitario. Es una cualidad totalmente necesaria. Pero prudencia también es apostar por la innovación con acciones y apuestas reales, porque sin ella nuestro sistema se aboca al fracaso. Innovar no es predicar, es arriesgarse y actuar. No necesitamos más discursos inspiradores, sino personas y organizaciones capaces de asumir riesgos ágiles y calculados.