“Los médicos tenemos la inquietud de ayudar un poco más allá de lo que nos corresponde”
José Manuel Rodríguez González, jefe de Sección de Cirugía General del Hospital Universitario Virgen de la Arrixaca (Murcia), ha desarrollado toda su carrera en este hospital de referencia nacional. Especialista en cirugía endocrina y pionero en el uso de la cirugía robótica, combina la práctica hospitalaria con la docencia y la cooperación internacional. Desde hace más de dos décadas lidera la ONG Cirugía Solidaria, con la que ha viajado a países africanos para operar, formar a médicos locales y atender a miles de pacientes en contextos de gran precariedad. En esta entrevista repasa los retos de la cirugía, la importancia de la docencia y las lecciones aprendidas en la cooperación sanitaria.
¿Qué le motivó a especializarse en cirugía general y endocrina, y cómo ha marcado su trayectoria en la Arrixaca?
La medicina me gustaba en general, aunque al principio no tenía claro hacia dónde orientar mi carrera. En mi familia había antecedentes médicos y probablemente eso influyó, igual que la idea —muy extendida entonces y también ahora— de que ser médico era una profesión bien vista, con prestigio y con un componente de servicio hacia los demás. Creo que casi todos los que elegimos esta carrera tenemos dentro una voluntad de ayudar, más o menos definida, y en mi caso se canalizó a través de la medicina.
Durante la carrera tuve un profesor de cirugía que me marcó mucho: era muy proactivo, transmitía entusiasmo y me enganchó a la especialidad. Hice la residencia de cirugía en la Arrixaca y desde entonces toda mi vida profesional ha estado vinculada a este hospital. Con el tiempo me fui decantando por la cirugía endocrina, centrada en órganos como el tiroides, el páncreas o las glándulas suprarrenales. Hice mi tesis sobre patología tiroidea y aquello terminó de atraparme. Hoy soy el jefe de la unidad de cirugía endocrina y, en cierto modo, siento que he recorrido un camino muy coherente con lo que me motivó en mis inicios.
Al final, cuando haces lo que te gusta, trabajas mejor, disfrutas más y eso repercute directamente en los pacientes. Esa es, creo, una de las claves de la medicina.
Como jefe de sección, ¿cuáles son hoy los principales retos de la cirugía en un hospital de referencia como el suyo?
La cirugía ha cambiado muchísimo en los últimos años. Hace no tanto, operar significaba abrir al paciente de lado a lado, con incisiones enormes y postoperatorios muy complejos. La laparoscopia supuso un salto radical, porque permitió intervenir con menos agresión, menos complicaciones y una recuperación mucho más rápida. Ahora estamos en plena revolución robótica, que es un paso más en ese mismo camino.
La tecnología ha avanzado de una manera espectacular: hoy contamos con análisis genéticos, inteligencia artificial aplicada a la medicina, nuevas técnicas de imagen y robots que facilitan cirugías imposibles hace una década. Pero a la vez, corremos el riesgo de alejarnos del paciente. El gran reto ahora mismo es mantener el equilibrio entre el uso de la tecnología más avanzada y la humanización de la medicina. El paciente necesita sentir que tiene un médico de confianza que le escucha, le acompaña y está a su lado. Esa parte humana es tan importante como la técnica, y a veces no es fácil mantener ese equilibrio.
La Arrixaca ha sido pionera en cirugía robótica con más de 1.300 intervenciones. ¿Cómo valora esa experiencia y qué ventajas tiene para los pacientes?
Ha sido un cambio radical, comparable a lo que supuso la laparoscopia en su momento, pero con un paso más. Antes hacíamos incisiones de lado a lado; luego aprendimos a ser menos invasivos y ahora, con la robótica, hemos ganado aún más precisión. El cirujano tiene un acceso más cómodo, una visión mucho más detallada y unos instrumentos que permiten movimientos finos imposibles con la mano humana. Para el paciente todo esto se traduce en menos dolor, menos complicaciones y una recuperación mucho más rápida.
El problema, como casi siempre, es económico. Los robots quirúrgicos son caros, y no me refiero solo a la máquina en sí, sino a los consumibles, que tienen un coste muy elevado. Eso limita su disponibilidad: no hay robots para todas las especialidades ni para todos los pacientes que podrían beneficiarse. Hemos abierto una puerta enorme, pero todavía queda camino por recorrer para que sea una tecnología realmente universal.
¿Cómo se determina qué pacientes son candidatos para utilizar la cirugía robótica?
Primero, depende de la disponibilidad en cada hospital. No todos los centros cuentan con robot, y en los que sí lo tienen, lo habitual es que haya uno, como mucho dos, para todo el hospital. Eso hace que distintas especialidades —urología, ginecología, cirugía general, hepática— tengan que repartirse su uso. Urología, por ejemplo, fue la primera en posicionarse y ha desarrollado más experiencia en este ámbito.
Además, hay patologías en las que el robot está claramente indicado y otras en las que su uso es todavía discutible. En general, la robótica se aplica a casos en los que aporta una ventaja clara en precisión o acceso. Pero el gran problema sigue siendo la disponibilidad: hay más demanda que horas de robot. La perspectiva es que en unos años se amplíe su uso, pero hoy por hoy sigue siendo un recurso limitado.
Usted también lidera la Comisión de Docencia. ¿Cómo está cambiando la formación de nuevos cirujanos en España y qué mejoras considera urgentes?
La formación ha cambiado tanto como la cirugía. Antes, los residentes tenían una formación más abierta, menos estructurada, y se aprendía casi por inmersión. Hoy los tiempos son distintos: los residentes son más eficaces en el tiempo que dedican al hospital y valoran más la conciliación. Eso no significa que trabajen menos, sino que trabajan de manera más organizada.
Se ha avanzado en docencia, en técnicas de simulación, en planificación, pero todavía falta homogeneidad. Un residente de Murcia debería recibir la misma formación que uno de Madrid o Barcelona, y eso aún no está garantizado. También tenemos pendiente una evaluación más rigurosa: ahora todos los residentes pasan con notas similares, pero sabemos que algunos destacan de manera sobresaliente. Reconocer ese mérito sería bueno para ellos y para la sociedad.
Cirugía Solidaria nació hace 25 años. ¿Cómo surgió la idea y cuál era el objetivo inicial?
Los médicos solemos tener dentro la inquietud de ayudar un poco más allá de lo que nos corresponde profesionalmente. En nuestro caso, un grupo de compañeros —cirujanos, anestesistas, enfermeros— decidimos en 2001 canalizar esa inquietud en un proyecto organizado. Nuestro primer destino fueron los campamentos saharauis de Tinduf, en Argelia. Allí vimos la enorme carencia que había y entendimos que podíamos hacer mucho más.
Desde entonces hemos trabajado en países como Malí, Camerún, Senegal y Kenia, siempre con un espíritu doble: atender a pacientes y formar a profesionales locales. En estos años hemos operado a más de 7.000 personas y atendido a más de 20.000 en consultas. Con el tiempo, además, hemos aprendido que tan importante como operar es enseñar: formar a los médicos y enfermeros locales para que ellos continúen la labor cuando nosotros nos vamos. Ese es el verdadero legado.
¿Alguna experiencia en terreno que le haya marcado especialmente?
Hay muchas, algunas muy duras y otras muy gratificantes. En Camerún recuerdo a una niña a la que su abuela trajo casi desnutrida porque tenía un simple diente que le impedía alimentarse porque hacía daño a su madre. Bastó un gesto mínimo, extraer ese diente, para que la niña volviera a comer. Al despedirnos, dos semanas después, la niña había ganado peso y estaba recuperada. Algo que aquí sería insignificante, allí tiene un valor incalculable.
En Kenia, por ejemplo, operamos a una mujer joven con un cáncer de mama gigante. La cirugía fue complicadísima, incluso tuvimos que transfundirnos entre nosotros porque no había sangre disponible. Fue muy duro, pero un año después la volvimos a ver y estaba completamente recuperada. Ese tipo de experiencias te recuerdan por qué merece la pena todo el esfuerzo.
Más allá de operar, Cirugía Solidaria también forma a personal local. ¿Qué impacto ha tenido esa apuesta por la sostenibilidad?
Es la clave. Operar a muchos pacientes está bien, pero si al día siguiente tú ya no estás, el impacto se diluye. En cambio, cuando enseñas a un cirujano local a realizar una técnica, ese conocimiento se multiplica. Recuerdo a un joven médico keniano que nos escribió después de una estancia con nosotros: en tres meses había hecho diez tiroides sin complicaciones. Eso significa que nuestra labor trasciende más allá de nuestra presencia puntual.
Hemos impartido cursos de reanimación cardiopulmonar, de ecografía, de atención al parto, de cirugía básica… Hemos formado a centenas de profesionales, sobre todo enfermeros, que son la columna vertebral de la asistencia en muchos de estos países. Eso es cerrar el círculo de la cooperación: atender, formar y dejar capacidad instalada para el futuro.
Compatibilizar la alta exigencia hospitalaria con la labor solidaria no debe ser fácil. ¿Cómo lo consigue personalmente?
No es fácil, ni mucho menos. La carga de trabajo hospitalaria es muy alta y sumarle la cooperación significa, en la práctica, restar tiempo a mi vida personal y a mi familia. Pero la satisfacción compensa. Además, estar en un gran hospital también me da acceso a recursos, contactos e ideas que luego podemos aprovechar en la cooperación.
Lo importante es que tu entorno entienda lo que haces y lo apoye. Yo he tenido esa suerte: mi familia y mis compañeros lo comprenden y eso lo hace más llevadero. Es un equilibrio complicado, pero posible cuando crees de verdad en lo que haces.
Si tuviera que dar un consejo a los jóvenes médicos interesados en la cooperación internacional, ¿cuál sería?
Que lo prueben al menos una vez. No todo el mundo se siente cómodo, pero la experiencia de salir, de ver otras realidades, te cambia como persona y como profesional. Descubres que con gestos muy pequeños puedes transformar vidas.
La cooperación es una carrera de fondo, no algo puntual. Cada uno debe encontrar su sitio y su manera de aportar. Pero estoy convencido de que todo médico debería vivir la experiencia alguna vez.
¿Hay algo más que le gustaría añadir?
Sí: que yo no estoy solo. Soy la cara visible, pero detrás de Cirugía Solidaria hay cientos de personas que hacen posible el proyecto. Y cualquier ayuda es bienvenida: desde profesionales que se sumen a las misiones hasta empresas o particulares que aporten material, financiación o recursos. Allí, donde no hay nada, cualquier cosa bien gestionada es útil.





