La artrosis u osteoartritis (OA) es una enfermedad crónica de la articulación que afecta al cartílago y hueso, cursando con inflamación y dolor, lo que limita la funcionalidad del paciente, su calidad de vida, autonomía, relaciones sociales y laborales, etc. Es la causa más común de dolor crónico no oncológico y discapacidad en personas mayores, dificultando todo ello, el sueño y aumentando la incidencia de problemas de salud mental (deterioro de la autoestima, ansiedad y depresión).

Más frecuente en mujeres, aumenta con la edad, el número de 7 millones de personas diagnosticadas de artrosis en España, se incrementa con la esperanza de vida y lo convierte en un problema de salud pública. En todo caso, es la enfermedad crónica más frecuente en deportistas y en ciertos colectivos de la población (pacientes con hemofilia, obesidad, etc.). Además, siendo una enfermedad tan prevalente, es frecuente la comorbilidad con otras patologías como la cardiovascular, respiratoria, diabetes tipo 2, etc., siendo por ello mandatorio, abordar la problemática desde una perspectiva holística de la persona afectada.

Es preciso prevenir y ralentizar su progreso aplicando la condroprotección, cambiando algunos hábitos de vida (dieta adecuada, controlar el peso, adaptar el ejercicio, etc.), mitigar la sintomatología frente al dolor, fatiga, etc. y abordar las comorbilidades (afectación emocional, patología cardiovascular, etc.), tanto con tratamientos farmacológicos como no farmacológicos. Por eso es tan importante anticipar el diagnóstico, que hoy en día la media supera los tres años, como comprobamos en el estudio CAVIPA promovido por la Osteoarthritis Foundation International (OAFI).

A pesar de la alta prevalencia de esta enfermedad, las opciones terapéuticas disponibles son escasas y la mayoría abordan el tratamiento desde un punto de vista únicamente sintomático, por ejemplo, mediante la administración de analgésicos y antiinflamatorios no esteroideos (AINE), cuya utilización prolongada en personas de edad avanzada comporta importantes efectos secundarios cardiovasculares, gastrointestinales, hepáticos y renales. El paracetamol es el fármaco más empleado a pesar de su escasa efectividad analgésica en artrosis y no estar exento de efectos adversos y toxicidad hepática, especialmente tras su uso prolongado. Ocurre algo parecido con los AINE que, si bien son eficaces en procesos agudos, no es prudente su utilización a dosis altas ni de forma prolongada, pues incrementan el riesgo trombosis arterial, infarto e ictus.

Algunos “Symptomatic Slow-acting Drugs for Osteoarthritis” (SYSADOA), también llamados “Disease-Modifying Osteoarthritis Drugs” (DMOAD), como el sulfato de condroitina (CS) y el sulfato o clorhidrato de glucosamina (GS) , solos o  combinados, han demostrado reducir el dolor, la inflamación, el derrame articular, la sinovitis, las lesiones subcondrales, y consiguientemente el incremento de la movilidad y la capacidad funcional en pacientes con artrosis, sin presentar efectos adversos importantes. Esto ha sido incluido en la revisión de la Cochrane y fue ratificado en España, tras un proceso Delphi con expertos de las diferentes especialidades médicas implicadas, su idoneidad en la OA de rodilla, mano y cadera, incluyendo a los pacientes con riesgo o con enfermedad cardiovascular, digestiva, hipertensión, dislipemia, y con diabetes tipo 2.

Estudios recientes han demostrado que la ingesta de CS y GS se relaciona con una reducción de la mortalidad por causas vasculares, concretamente con una reducción del riesgo de infarto de miocardio (IAM) e ictus isquémico (IS), dos de los eventos cardiovasculares más importantes y con mayor prevalencia en nuestra sociedad. En 2021, el Grupo de Investigación en Farmacoepidemiología y Farmacología Clínica de la Universidad de Alcalá dirigido por el Prof. Francisco J. de Abajo, publicó un estudio epidemiológico de casos y controles empleando la Base de datos para la Investigación Farmacoepidemiológica en Atención Primaria (BIFAP). Se incluyeron 23.585 pacientes con IAM y los correspondientes controles (117.405) emparejados por sexo, edad y fecha índice. Los hallazgos principales fueron que el uso de CS y GS se relacionó con una reducción significativa (31%) del riesgo de IAM, principalmente por el efecto del CS que presentó una reducción en torno al 40%.  Este efecto se observó tanto en hombres como mujeres, en personas mayores y menores de 70 años, y en pacientes con moderado o alto riesgo cardiovascular. Además, se observó tanto en pacientes que utilizaban de manera concomitante AINE como en pacientes que no los utilizaban habitualmente.

De forma similar, el mismo grupo de investigación junto al apoyo de OAFI, llevó a cabo un estudio parecido, referido al IS. Se incluyeron 13.952 casos de IS y 69.199 controles poblacionales emparejados por edad, sexo y fecha límite. Tras analizar los resultados, se observó que el CS y GS reducían conjuntamente un 34% el riesgo de IS. Al igual que en el caso del IAM, todos los subgrupos de pacientes (individuos con factores de riesgo, pacientes que tomaban AINES, etc.) se vieron beneficiados por este efecto protector.

No solo el CS y la GS son revalidados en su eficacia y seguridad, sino que la experiencia de los pacientes también los apoya y de hecho, guías internacionales como la Europe Society for Clinical and Economic Aspects of Osteoporosis and Osteoarthritis (ESCEO) proponen al CS y GS como tratamiento de primera línea en artrosis, en base a su alta evidencia científica. Como pacientes, desde OAFI creemos que son el tratamiento de elección, especialmente su indicación en artrosis de mano y rodilla, y en pacientes con riesgo cardiovascular.