Aunque la literatura sobre el bushido es muy extensa, el punto de partida para iniciarse en «el camino del guerrero» es el libro de Inazo Nitobe, Bushido: The Soul of Japan, publicado originalmente en inglés y que data de 1900. Nitobe describe el bushido como el código de principios morales que los guerreros samuráis debían observar, un código de honor sin el que el samurái no podía ser considerado digno.

El bushido no es solo una sucesión de reglas, llamémoslas «objetivas», está íntimamente conectado con una tradición espiritual que enlaza con el budismo, el confucianismo y el sintoísmo. Su influencia, aunque ha ido perdiendo carga con el paso del tiempo, llega hasta nuestros días, estando presente en algunas de las artes marciales más conocidas y sigue viva en la sociedad japonesa como una forma de entender y enfrentar la vida. El bushido es, en fin, un código ético cuyo origen tiene que ver con el honor del guerrero, pero que ha llegado a nuestros días como un buen decálogo para encarar la vida personal y profesional.

Siete son las principales virtudes del bushido: la rectitud (gi), el coraje (yu), la benevolencia (jin), la cortesía (rei), la honestidad (sei), el honor (meiyo) y la lealtad (chugi). Si trasladamos estas virtudes a cualquier ámbito de nuestras vidas, el resultado no debería ser negativo; pero si lo llevamos al ámbito sanitario, tan delicado en lo personal (tanto para pacientes como personal sanitario), los beneficios podrían ser muchos. No es nada fácil alcanzar la virtud, requiere esfuerzo, decisión y compromiso personal, pero el mero hecho de querer «ser virtuoso» ya es, en sí mismo, un buen punto de partida.

«El trato con pacientes y entre distintos profesionales sanitarios exige una pulcritud de comportamiento que evite sufrimiento y malas prácticas»

La rectitud comporta el cumplimiento de las normas morales que, en la esfera sanitaria, se hacen más imprescindibles que en cualquier otro contexto social. El trato con pacientes y el trato entre distintos profesionales sanitarios exige una pulcritud de comportamiento que evite sufrimiento y malas prácticas.

No es fácil hacer acopio del valor necesario para enfrentarse a una mala noticia sobre nuestra salud y tampoco para comunicarle a un paciente una enfermedad (grave o no) que cambiará su vida, por eso, el coraje es tan necesario para el sector de la salud. Damos constantemente por hecho que, puesto que es su trabajo, el profesional sanitario está blindado emocionalmente contra el sufrimiento de los demás, y así debe ser, pero no podemos olvidar que tras el profesional hay personas.

La benevolencia, la cualidad para tener simpatía hacia las personas o sus acciones, es, al igual que las virtudes que hemos visto hasta ahora, más que deseable. Debemos interiorizar que el paciente que se enfrenta a un problema de salud no está, en principio, ni formado ni informado para afrontar su enfermedad. Su reacción puede ser, en muchos casos, impredecible o exagerada, es por eso que ser benévolo, comprensivo con el momento que está viviendo, le ayudará y nos ayudará a sobrellevar su dolencia desde una perspectiva experta. La virtud de la cortesía va irremediablemente unida a la benevolencia.

Ser honesto con la situación médica a la que el paciente se va a enfrentar, así como que el propio paciente sea honesto con su enfermedad y sus consecuencias, debería ser prioritario para un correcto tratamiento (sea del tipo que sea). La falta de honestidad, no de los profesionales sanitarios, sino de los propios pacientes sobre su dolencia puede llevarles a recurrir a pseudoterapias que, no hace falta explicarlo por demás, terminan en un empeoramiento de su salud física y mental.

Honor y lealtad van de la mano, porque nadie puede ser honorable en su profesión, si no es leal a los principios que la rigen.

Como dije unos párrafos más atrás, no es nada sencillo ser virtuoso y no se pretende aquí la perfección de carácter, pero el mero hecho de querer aspirar a ello nos convierte a todos (personal sanitario, pacientes, familiares y amigos) en mejores personas.

Trasladar al ámbito sanitario las lecciones éticas y morales que desde el pasado han llegado a nuestros días es otra forma de no despreciar talento. Talento que ha viajado a lo largo del tiempo, de generaciones, de cambios sociales y económicos, pero que sigue vivo y, en tanto que vivo, demuestra su oportunidad, su pertinencia y su importancia.

El bushido, código milenario, ha hecho ese viaje con éxito y cuando algo resiste con esa potencia y contundencia merece la pena, como mínimo, ser explorado. Su decálogo, valioso para la vida, encaja sin estridencias con lo que todos esperamos de la sanidad. Es por eso que merece la pena repensar el futuro sanitario con parte de la mirada puesta en aquello bueno que el pasado nos ha legado.