Parece que el lío de la Atención Primaria sigue siempre activo. Es un clásico. Años venimos leyendo y escuchando sobre el modelo que debe seguirse, su papel en el sistema, infravalorado hasta por el conjunto de sus profesionales. Es el sempiterno axioma de la “falta de recursos”, rara vez cuantificado en detalle, y mucho menos monitorizado. Lo mismo es verdad, pero sin ese ejercicio no puede afirmarse con certeza. Es recurrente hablar de saturación de la Atención Primaria, la cual, como todo lo que ocurre en el sistema no es homogéneo para todo el conjunto nacional, ni aun dentro de una comunidad autónoma. “Va por barrios”, como se suele decir.

En la postpandemia (si es que estamos en una postpandemia o, al menos, confiemos que camino de ella) los discursos no han cambiado en esencia, pero la realidad de la atención sanitaria en general, y de la Atención Primaria si ha cambiado radicalmente. Vayamos por partes.

Ante el estallido de la pandemia, marzo de 2020, la actividad asistencial se transforma, “desapareciendo” los pacientes con patologías no COVID del día a día asistencial y centrándose en atender solo esta patología durante gran parte de los meses siguientes. De la manera que la realidad permitía, se atendía a los pacientes con patologías en curso o aquellos que debutaban con alguna urgente. Empezaba así un proceso de creación de una demanda desconocida y no resuelta de aquellas personas que ante alguna dolencia no accedían al sistema. Razonablemente había otras prioridades. Un cuello de botella no cuantificado y oculto al sistema empezaba a generarse y crecer.

  • La capacidad de resolución era razonable e inevitablemente insuficiente a la demanda “habitual” y la nueva patología COVID. La intensidad de trabajo no disminuyó, si bien en un clima mucho más complejo por la presión asistencial y el aprendizaje de afrontamiento de un situación nueva y desconocida. De hecho, comparando 2019 y 2020 la actividad se incrementó, pasando de 366 millones de consultas en 2019 en atención primaria y para todo el conjunto nacional, a 382 millones en 2020.
  • Un segundo cambio de calado, forzado por las circunstancias, es que la atención al paciente paso de la consulta a la red o al teléfono, lo que se tradujo en una reducción de atención en consulta a 137 millones en 2020 (216 millones en 2019), y disparándose la atención telefónica, pasando a 105 millones en 2020 frente a tan sólo 14 millones del 2019.
  • Otro factor a considerar por ser uno de los temas recurrente en las opiniones sobre la Atención Primaria, es el número de profesionales. Si bien se incrementó su número en más de 30.000 entre 2015 y 2020, lo cierto es que entre 2019 y 2020 se aprecia solo un ligero incremento de poco más de mil, pasando de 115.000 a algo más de 116.000. El número de médicos, según los datos del Ministerio de Sanidad que venimos manejando, apenas varía, permaneciendo en torno a los 36.000 profesionales.

A fecha de hoy, por tanto, con la disminución de la presión asistencial por COVID se ha venido recuperando la actividad asistencial de otras patologías, incluida la preventiva. Debiéndose afrontar hoy en día la presión asistencial habitual más el cuello de botella generado, y con una patología pandémica que no termina de dejar de consumir recursos.

“la Atención Primaria afronta un momento tremendamente complejo, pero con una alta carga de problema coyuntural”

Visto lo anterior, lo único que se puede afirmar es que la Atención Primaria afronta un momento tremendamente complejo, pero con una alta carga de problema coyuntural. Y hasta que no se recupere el “nivel basal” prepandemia, si se me permite la expresión, no se podrá afrontar problemas estructurales. Es decir, afrontar una modernización de la atención primaria. O bien hacerlo teniendo en cuenta la realidad descrita mediante un análisis que debe hacerse a partir de los datos de actividad y recursos estimados y los posibles.

Lo que sí que hay que hacer es resolver el cuello de botella que se ha generado y que va a requerir de un incremento importante de recursos, en términos de profesionales y de apoyo externo, sumando todos los recursos disponibles. Es decir, un Efecto Venturi, lo cual requiere un plan: plan de normalización de la presión asistencial en el momento post COVID podía ser un buen nombre. Al menos la idea seguro que vale. Una iniciativa que debe recoger todas las enseñanzas derivadas de la pandemia, no solo en la gestión de la misma, sino en cuestiones como, por ejemplo, la experiencia en la atención a través de medios electrónicos o telefónicos, sabiendo cuál es la atención razonablemente canalizable y cuál no.

Nos va en ello la eficiencia del sistema. Si la Atención Primaria no funciona el resto del proceso asistencial tampoco. Una prueba de su importancia es que la lista de espera para primera consulta de atención especializada ha crecido en el último semestre (entre diciembre 2020 y junio 2021), mientras la quirúrgica disminuye. Es decir, y en “roman paladino”: el “pelotón de pacientes“ está llegando ya al proceso diagnóstico, fruto de la actividad que realizan los profesionales de atención primaria. El cuello de botella desbordado por efecto de la pandemia avanza a lo largo del sistema.