Aparte de ser una película en la que se narran hechos relacionados con el cambio climático en formato de ficción con una serie de fenómenos anómalos que se producen en distintas partes del globo a pesar de las advertencias de los expertos, es el título de esta tribuna que trata de reflejar lo que en mi modesta opinión nos puede estar esperando a la vuelta de la esquina.

El no escuchar también es endémico por lo frecuente y por sus resultados, algo que parece evidente que ha ocurrido en nuestro país con motivo de la pandemia producida por el COVID-19 cuyos avisos no fueron tenidos en cuenta en su momento y que por lo tanto tan nefastas consecuencias están teniendo no solo en el ámbito sanitario, que sin duda es el más importante, sino también en el desarrollo económico y social de nuestro país.

Ha pasado más de un mes desde la promulgación de las medidas establecidas por el Gobierno mediante el Real Decreto 463/2020, de 14 de marzo, por el que se declara el Estado de Alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19 y tras este periodo algo en lo que están de acuerdo todos es que las medidas de confinamiento son muy eficaces en la lucha frente al virus.

Este escenario de aislamiento social conforme va pasando el tiempo nos lleva a una situación de incertidumbre una vez que no sabemos a ciencia cierta cuándo se van a relajar las medidas y cuándo vamos a poder comenzar a realizar nuestra vida normal. Por su parte, el sistema sanitario unido frente a la crisis, público y privado al unísono, sin fronteras ni barreras, como debería ser siempre, después de la tremenda presión a la que se está viendo sometido parece que empieza a ver esa luz al final del túnel de la que todos hablan.

El día de mañana o el día de después como alguno denominan al momento en el que toda esta tragedia haya pasado y quede como una melladura en el recuerdo de nuestras vidas, creo que será un día cargado de emociones contrapuestas, por un lado, la alegría de abandonar el confinamiento, la privación de libertad a la que estamos siendo sometidos y por otra el recuerdo y el dolor por todos aquellos que, nos han dejado como consecuencia de esta pandemia.

La recuperación, sin duda, no va a ser inmediata, va a requerir tiempo, las heridas las cura el paso de los años, pero lo que realmente hemos de aprender de esta tremenda lección es que hemos de saber identificar los muchos errores cometidos para no volver a repetirlos.

España siempre se ha caracterizado por ser un país que se crece ante las adversidades y desde luego que en esta ocasión va a tener que hacer un buen acopio de esa virtud porque lo que nos viene sumado a lo que ya de por sí teníamos va a suponer un esfuerzo de reconstrucción de la economía titánico y solidario por parte de todos.

El hecho de estar confinados en casa nos impregna de una sensación de atemporalidad, como si el tiempo se hubiera detenido y estuviéramos viviendo día tras día, una jornada tras otra, una especie de “día de la marmota”, cada momento se parece al anterior y todos terminan siendo repetitivos dentro de un escenario plagado de incertidumbre, temor y por qué no miedo por lo que está por venir y en este caso me refiero a las consecuencias de esta crisis para las familias.

Las cifras dan escalofríos, se habla de miles de millones de euros en ayudas abanderadas por el propio Estado y por diferentes organizaciones nacionales y supranacionales, cada cual a su manera a ver quién es capaz de poner una cantidad más grande encima de la mesa, pero luego la realidad que es cicatera y tozuda se empeña en demostrar que el destinatario teórico final de tales ayudas acaba por desesperarse porque la realidad a la que se enfrenta es otra muy distinta a la que le habían prometido quienes aprueban, toman medidas y no sufren las consecuencias de la crisis en la forma que lo sufren los ciudadanos de a pie, los que con su esfuerzo y tenacidad consiguen sacar este país adelante a base de su esfuerzo, su tenacidad y su pundonor.

Es muy distinto capear la crisis desde las prebendas de un alto cargo público o privado a la forma que hemos de tener que hacerlo quienes vivimos sometidos a un sueldo, a una nómina incierta, dependiente y a la vez imprevisible, de un puesto de trabajo sometido a los vaivenes y caprichos de las circunstancias y del destino y especialmente me refiero a quienes no tenemos garantizado un puesto de trabajo y un salario de por vida.

Todas las informaciones apuntan a que la crisis económica que tenemos encima no va a ser cosa de broma, más bien todo lo contrario, la caída del PIB, la pérdida de puestos de trabajo, la disminución del poder adquisitivo, la merma en el consumo, el aumento del endeudamiento externo, el déficit y la previsible caída de las exportaciones, la disminución de la competitividad así como el gran impacto de las consecuencias de esta pandemia en todos los sectores de nuestra economía van a dejar a España en una situación de extrema complejidad y para afrontarla con ciertas garantías hacen falta al menos dos cosas en mi opinión, un firme compromiso de solidaridad de la propia Unión Europea y un Gobierno que busque el consenso y el pacto de todos los que representan a todos los españoles, no solo a los que ostentan la representación de una parte.

A un Gobierno, especialmente en estas circunstancias se le exige que analice el futuro con presteza y prontitud, que prevea los acontecimientos venideros, que interponga las medidas más adecuadas buscando las máximas sinergias y complementariedades posibles en todo el arco parlamentario y que abandone cualquier tentación dogmática y partidista. Hoy más que nunca los españoles necesitamos de alguien que ponga la mano firme en el timón, tenga una estrategia clara y de consenso, se arme de valores y transmita dentro y fuera la confianza y credibilidad que todos ansiamos.

Hoy más que nunca los españoles necesitamos de alguien que ponga la mano firme en el timón, tenga una estrategia clara y de consenso, se arme de valores y transmita dentro y fuera la confianza y credibilidad que todos ansiamos

En Francia, como botón de muestra de uno de los países más relevantes dentro de la Unión Europea se prevé la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial y se advierte de que el euro se encuentra en riesgo si no se consiguen limitar y poner freno a las diferencias económicas entre los países. Un panorama que no incita a otra cosa que a la de contagiarnos de pragmatismo y procurar sacar adelante no solo a nuestro país de la situación de embarrancamiento oportuno para los intereses de sus ciudadanos marchar para protagonizar su propio designio y futuro. Regresando al motivo de estas reflexiones la duda me lleva a plantearme si el día de mañana esta situación se verá como un paréntesis en nuestra vida cotidiana con un impacto a corto plazo evidente, pero con una recuperación rápida, como dicen los expertos en forma de “V” o por el contrario el perfil de la curva tendrá una forma de “U” en la que los indicadores económicos tardarán más tiempo en llegar a los niveles a los que se encontraban antes del hecho que motivó el estancamiento o la recesión de la economía o bien transitemos un periodo de languidez y consternación económica y financiera que produzca una recuperación más lenta, en forma de “L” que implica una recesión de la economía tras la cual surgiría una lenta y posterior recuperación. Al parecer los expertos se inclinan en este caso concreto por alguno de los dos primeros escenarios, esperemos que estén acertados, todo dependerá de muchos factores, uno de los más relevantes es que los investigadores sean capaces de encontrar un remedio frente al COVID-19 o una vacuna que prevenga una nueva infección y no tengamos por lo tanto que abordar posibles rebrotes llegado el otoño, en el tercer trimestre de este año.

En definitiva, la incertidumbre está servida y mientras no cambie este escenario no es el mejor para soñar con inversiones, puesto que estas suelen huir de los escenarios de imprevisibilidad e inseguridad, el dinero es miedoso por naturaleza y por ello nuestro Gobierno y los de nuestros socios de la UE deben aplicarse sobremanera en generar entornos de confianza y credibilidad que apuntalen y estimulen nuestra reputación como país y como territorio supranacional. Para ello las posiciones totalitarias y de falta de diálogo no son buenas consejeras máxime teniendo en cuenta que detrás de nuestros representantes políticos está una sociedad que está sufriendo ya y que puede sufrir más si cabe las consecuencias de esta catástrofe que se nos ha venido encima.