La responsabilidad social es un valor en sí mismo, un valor que incumbe no solo a las empresas y organizaciones, sino que implica de una forma muy especial a las personas una vez que somos todos los ciudadanos los que al fin y a la postre conformamos el rico entramado social del cual surgen empresas, instituciones, organizaciones de todo tipo y condición y por supuesto nuestros dirigentes, que son al fin y a la postre los encargados de establecer la normativa y las condiciones por las cuales se han de regir nuestras actuaciones.

Nos toca protagonizar un tiempo especialmente complejo, sometido a múltiples cambios de todo tipo, una era en la que la ciencia y la tecnología abanderan el devenir de nuestra civilización, cada vez más industrializada y sometida a sus cánones. Un momento que trae consigo un fenómeno, el de la globalización, en el que las nuevas herramientas y canales de comunicación tienen mucho que ver.

Este fenómeno imparable y que afecta a cada rincón de nuestro planeta tiene sus pros y sus contras, sus ventajas y sus inconvenientes, uno de ellos, es el de las enormes diferencias que ya producidas entre países desarrollados y no, se ven ahondadas en este momento; el ejemplo más evidente lo tenemos con la pandemia que todavía sufrimos, la de la COVID-19. Nos mostramos muy ufanos porque el ritmo de vacunación está siendo muy ágil y está llegando a porcentajes de población vacunada muy elevados.

Pero estas cifras abultadas corresponden a aquellos países que tienen posibilidad de adquirir millones de dosis y de inocularlas a un ritmo adecuado. Este panorama que dibuja el desarrollo en un caso tan concreto, no es el esquema que rige en zonas, países y continentes que ni tienen esos recursos necesarios para la compra de vacunas, ni tienen las estructuras sanitarias precisas para poder cumplir con el objetivo de inmunizar a buena parte de sus ciudadanos en un tiempo récord.

Las asimetrías y desigualdades están generando una brecha profunda entre territorios tomando el planeta como base y como un todo, y esto se está produciendo paradójicamente cuando la tecnología, que está al servicio del bienestar común, adquiere un protagonismo especial en nuestras vidas hasta el punto de generar un revulsivo y un cambio cultural y social de gran magnitud.

Responsabilidad social y tecnología han de ir de la mano dentro de un concepto que espero que adquiera una gran relevancia, el de la innovación responsable, un término que aúna la responsabilidad de afrontar las asimetrías, a la vez que generar un mundo más próspero, sostenible y solidario. No debería de haber una innovación que no tenga como finalidad la mejora de la casa común, la mejora de las condiciones de vida de todos los seres humanos que la habitamos.

Ante un nudo de intereses con los que nos podemos encontrar sobresalen algunas consecuencias que puede ser peyorativas, la de las dificultades al acceso a la innovación o la de la equidad cuando no existe, entendida esta no solo desde un punto de vista local, sino desde un plano de transversalidad, holístico que nos envuelve a todos una vez que todos los seres humanos somos propietarios de los recursos de un planeta que debido al impacto que generamos a través del consumo masivo de materias primas, de los recursos naturales, de las emisiones y efluentes que vertemos a la atmósfera, a los caudales de los ríos y al mar océano estamos provocando la aceleración de un proceso que los actuales no veremos, pero que sin duda se producirá, el languidecer de un planeta furioso, herido de muerte si no ponemos con urgencia remedio a tanta tropelía medioambiental y desigualdad.

En lo que llevamos de siglo y en el anterior especialmente, la humanidad ha consumido infinidad de recursos naturales, en cantidades tan ingentes comparadas con el resto de la historia que hace que incluso el agua y otros elementos básicos terminen siendo en el futuro recursos muy preciados y escasos a los que el acceso termine siendo complicado y difícil.

Nos llevamos las manos a la cabeza con tanto desastre natural, inundaciones, seísmos, erupciones volcánicas, subida del nivel de los mares y océanos, pandemias, etc… y nos centramos en tratar de contenerlas cuando ya se han producido y provocado millones de muertes y desgracias y no nos paramos a pensar en la importancia de la predicción y la prevención, como decimos en medicina, siempre es mejor prevenir antes que tener que curar.

Nuestro planeta, dentro de un universo de probables infinitos universos no es más que una gota en la inmensidad del mar, es un paciente entre miríadas de millones que están ahí fuera (Podría haber hasta 6.000 millones de planetas como la Tierra, solo en nuestra galaxia, titulaba recientemente la sección de ciencia de ABC), y a este paciente llamado tierra lo esquilmamos, lo maltratamos y lo afrentamos con infinidad de sin sentidos salvo el de la mal interpretada “prosperidad”, ¿de qué prosperidad hablamos cuando esgrimimos esa palabra?, ¿de la prosperidad de unos pocos aunque sean millones de personas que habitamos los países “más avanzados”?, ¿de la prosperidad de unos cuantos que amasan fortunas comparables al PIB de países enteros?, ¿de qué y de quiénes estamos hablando?

Solo puede haber prosperidad si esta es global, universal, porque a mi entender esta hay que considerarla a largo plazo, pensando en las generaciones futuras, y solo conseguiremos que esto sea así si visionamos el futuro utilizando “luces largas”, no haciendo uso de luces de posición cortoplacistas e individualistas que dejan atrás a muchos millones de seres humanos, bien porque no son de su interés y por lo tanto no está en su ánimo involucrarse o bien porque es más sencillo no querer mirar y echar la vista a un lado que afrontar la globalidad del problema.

La globalización ha venido para quedarse dicen los expertos y probablemente así será, pero la globalización en su vertiente positiva, que la tiene, debe tener en cuenta a todos los habitantes de este hogar común que es el planeta tierra, no tan solo a unos cuantos, aunque estos se cuenten por millones.

En este sin sentido en el que nos encontramos, sin duda, que la innovación responsable y la tecnología sostenible ocupan un espacio vital, clave, porque actuando con una visión distinta a la tradicional pueden contribuir a mejorar las condiciones de vida de miles de millones de personas, pueden acercar la cultura y la educación mediante tecnologías de la información y la comunicación cuya base son las herramientas y canales digitales e internet (la educación y la cultura son los cimientos sobre los que se construye el futuro de un país, de una región, de un lugar); pueden cambiar su panorama completo mediante los avances biotecnológicos por ejemplo en materia de agricultura, ganadería, salud y sanidad, etc…; a través de las mejoras en los sistemas de transporte aprovechando la tecnología digital, con la mejora de las infraestructuras tomando como base las innovaciones que en ese ámbito se están produciendo y a través de un sinfín de medidas en las que valores como la innovación con una sólida base humanística y responsable desplacen a los contravalores que también ha traído nuestra civilización, aquellos que asientan sus raíces en el egoísmo, la avaricia, el individualismo y la insolidaridad.

Ante un panorama como este, que no trata de ser pesimista, sino más bien todo lo contrario, realista, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír ni escuchar, se abren ventanas de esperanza sustentadas en buenas prácticas de responsabilidad por parte de instituciones, organizaciones (entre ellas empresas) y personas a título individual y colectivo.

No olvidemos que Naciones Unidas, que somos todos o casi todos, ha planteado un reto, el de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, 17 metas que cumplir acrisoladas en las agendas 2030 de los países que la conforman. 17 fines muy complejos de conseguir especialmente en un plazo tan breve de tiempo y con los ejemplos concomitantes cercanos que tenemos como el caso de la pandemia por el SARS CoV2 (COVID-19) y el nivel de vacunación en países periféricos, no desarrollados; la prevalencia de enfermedades infecciosas y no en continentes que los agrupan; los efectos devastadores de los desastres naturales en esas zonas del planeta que ocupan con suerte espacio en los medios de comunicación; las hambrunas que se siguen produciendo; o la pobreza extrema y severa que llegamos ya incluso a palparla por padecerla personas que residen en nuestra proximidad territorial (el 9,5% de la población de España vive bajo la pobreza severa).

Uno de los mayores exponentes de la responsabilidad social viene determinado por la gestión ética y socialmente responsable de sus estructuras en materia económico-financiera, medioambiental, de buen gobierno y por el compromiso social que las organizaciones y empresas desarrollan con su entorno más próximo o con aquellos que estando lejos de su radio natural de acción constituyen una preocupación para quienes tienen la sensibilidad y el altruismo suficientes y tal y como comentaba hay múltiples casos de buenas prácticas que redundan en la idea de tratar de no dejar a nadie atrás a la hora de intentar contribuir a generar un mundo más justo, más solidario y más equitativo para todos.

Uno de los miles de ellos, como botón de muestra en el que tecnología, innovación y humanización se dan la mano, es el desarrollado en uno de los principales afluentes del río Amazonas, en el río NAPO en concreto, a lo largo de sus cerca de 70 kilómetros de recorrido surca la región de Loreto en el noreste de Perú, una de las regiones más grandes del país ya que ocupa el 28% del actual territorio peruano.

En dicho territorio hay comunidades indígenas aisladas, que viven a diez horas navegables desde Iquitos. Esta distancia tiene un impacto evidente en el acceso a los servicios de salud y asistencia sanitaria, especialmente en tiempos de pandemia como la actual y por ello las redes 3G y las herramientas de medicina en remoto, telemedicina o atención no presencial constituyen un elemento clave de salud, bienestar, calidad y pronóstico de vida y desarrollo.

El proyecto NAPO “Innovación Social con Conectividad y Salud: Telefonía Celular 3G y Atención Materno-Infantil en Comunidades del Amazonas” ofrece telefonía móvil de voz y datos a 9 comunidades desconectadas (más de 3.000 habitantes) y a sus centros de salud rurales mediante un modelo de negocio social y sostenible, aprovechando el potencial de las TIC (Tecnologías de la Información y las Comunicaciones) para dinamizar el entorno y fortalecer servicios básicos como la salud.

La iniciativa enmarcada dentro de lo que denominamos innovación responsable, emplea la conectividad a Internet para mejorar los servicios públicos de salud materna e infantil y de salud comunitaria y las herramientas digitales de telemedicina permiten al personal de enfermería de las áreas más aisladas recibir a distancia apoyo de personal médico para el diagnóstico y tratamiento de los problemas de salud de la población, así como la coordinación de emergencias. Este desarrollo además de impactar muy positivamente en los resultados sanitarios y de salud evita desplazamientos de pacientes y personal sanitario a las zonas en cuestión, siendo por lo tanto una iniciativa eficiente y efectiva sin ninguna duda.

No debería de haber una innovación que no tenga como finalidad la mejora de las condiciones de vida de todos los seres humanos

Esta intervención de responsabilidad en el ámbito de la acción social significa realizar una apuesta decidida por la tecnología como herramienta clave para impulsar los procesos de desarrollo de las zonas rurales, en línea con los ODS de Naciones Unidas y en concreto con el Objetivo de Desarrollo Sostenible nº9 orientado a la innovación y a las infraestructuras en áreas vulnerables y con el Objetivo nº3 relacionado con la salud y el bienestar que trata de “garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades, y asegurar así el desarrollo sostenible. Entre sus metas está la reducción de la tasa mundial de mortalidad materna y poner fin a las muertes evitables de los recién nacidos y menores de cinco años”.

Según la información elaborada por el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Gobierno de España a través de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), principal órgano de gestión de la Cooperación Española, orientada a la lucha contra la pobreza y al desarrollo humano sostenible, en poco más de dos años de ejecución, el proyecto Napo ha conseguido transformar la vida de las personas de la siguiente manera: 450 km de red WiFi instalada; 13 establecimientos de salud interconectados entre ellos y con el Hospital Regional de Iquitos; una cobertura para la atención de 8.500 personas, con servicios de tele estetoscopía, tele ecografía y teledermatología, desde sus comunidades rurales; más de 800 teleconsultas realizadas. 35 a la semana, en los últimos meses; 9 comunidades conectadas a la red de telefonía 3G con sus correspondientes centros de salud rural, con más de 3000 habitantes de la Amazonía peruana haciendo uso del servicio.

Según AECID la ejecución del proyecto Napo ha sido posible gracias a la presencia en el terreno de la Fundación EHAS (Enlace Hispano Americano de Salud) en la que participan: el Grupo de Telecomunicaciones Rurales de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), la Universidad Politécnica de Madrid, la Universidad Rey Juan Carlos, la Universidad del Cauca y la Ingeniería para el Desarrollo Humano (ONGAWA), además del Gobierno Regional de Loreto, la Telefónica del Perú y Telefónica I+D, la ONG PANGO, el operador de telefonía rural MAYU Telecomunicaciones, Hispasat y la empresa española GMV líder en tecnología en diversos sectores.

Este ejemplo en el que la cooperación público-privada es patente ofrece una visión muy interesante y adecuada de cómo las entidades de titularidad pública y el emprendimiento privado pueden estrechar sus lazos y darse la mano también en materia de responsabilidad social de cara a mejorar y a impulsar un cambio sustancial en los valores que rigen nuestro destino, en los que la equidad, el acceso y la solidaridad han de conformar el germen de un mundo mejor en el que nadie pueda quedarse atrás en ninguno de los ámbitos que conforman los grandes logros y desarrollos de nuestra civilización.

Como apuntan los expertos, el objetivo final de las organizaciones ha de ser el dejar una huella responsable sólida basada en la ética y en las mejores prácticas, y también, una contribución y un legado de sostenibilidad garante para las generaciones actuales y venideras. Ese es el gran reto que tenemos que afrontar mediante una ecuación difícil de conciliar, pero que abre a su vez el camino del nuevo concepto de desarrollo en este recién estrenado milenio.