Se dice que el ser humano es el único capaz de caer dos veces en la misma piedra, aunque si a alguno le gusta la historia puede encontrarse con repeticiones del mismo error muchas veces. Ello origina un sinfín de bucles donde parecemos movernos con cierta periodicidad.

Recientemente en 2009, el mundo sufrió una de las pandemias de gripe más importantes, donde algunos datos ya parece que se nos han olvidado. Según el CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades) llegó a afectar entre junio de 2009 y agosto de 2010 entre el 11 y el 21 por ciento de la población mundial lo que supone a más de 700 millones de personas. Estas estimaciones hablan de entre 151.000 y 575.000 fallecimientos por esta causa. En los países desarrollados se dejó de hacer el contaje de casos en noviembre de 2009, cuando se habían contabilizado 622.482 casos y 7.826 fallecimientos oficiales.

Los primeros casos fueron de China, sin embargo, la alarma se incendió cuando se informó de una mortalidad muy elevada en México en un brote (el 27 de abril de 2009 se hablaba de 2000 infectados y 149 fallecimientos). Nuestro país recibió los primeros casos de Europa importados de México, extendiéndose rápidamente por todo el continente.
En España se estimaron 744.795 casos confirmados de gripe por (H1N1) desde mayo de 2009 hasta marzo de 2010. Con 318 defunciones confirmadas con una cifra de letalidad global de 0,43 defunciones por 1.000 casos de gripe pandémica. La mayor tasa de letalidad se registró en los mayores de 64 años con 4 defunciones por 1.000 casos de gripe pandémica y una mortalidad de 7,05 por cada millón de habitantes.

Sabemos que la pandemia actual no es exactamente como la anterior ni en trasmisibilidad, letalidad o periodo de incubación, pero sí es comparable la magnitud de la respuesta.
Recuerdo bastante aquella época (era el responsable de la Agencia Valenciana de Salud). Inicialmente cada CCAA había hecho “la guerra por su cuenta” y se había competido por acaparar mascarillas y antivirales. Afortunadamente los responsables técnicos de las CCAA nos pusimos de acuerdo en una red de comunicación permanente. Asumimos sin ninguna fisura la necesidad de liderazgo del Ministerio de Sanidad, aunque las aportaciones surgieran de los expertos en todo el Estado. En la crisis actual este patrón se está repitiendo, aunque debía de gozar de mayor apoyo institucional a todos los niveles (Estado y CCAA).

Se levantó una gran alarma social y, como ahora, algunos medios de comunicación seguían día tras día el contaje de los fallecidos y los puntos de sobrecarga del sistema. Llegaban a salir reportajes de los primeros fallecidos y sus historias particulares. En un momento determinado se trató de establecer un código ético con los medios para evitar la alarma social innecesaria, definiendo unos estándares de información no necesariamente alarmista. A diferencia de estas medidas, la expansión viral (valga la redundancia) de memes, mensajería, videos, podcast y toda la parafernalia digital ha acrecentado la dispersión informativa no ayudando en nada a combatir este funesto efecto. Estoy bastante cansado de recibir todos los días videos y mensajes donde diferentes agentes sanitarios nos explican por enésima vez cómo se trasmite la enfermedad y cómo tranquilizarnos introduciendo la incertidumbre sobre lo que está sucediendo (“debe de ser importante si nos machacan de información desde múltiples fuentes”).

Cada centro debe de estar diseñando planes para alojar ingresos y tratar pacientes críticos con su equipamiento especifico sin menoscabo de la actividad originada por otros procesos

En aquella pandemia los medios de contención se vieron superados pronto dada la elevada trasmisibilidad del N1H1. No se tomaron medidas de suspensión de contactos, aunque se centró mucho el foco en la trasmisión de persona a persona (distancia, lavado y aislamiento individual). Estoy seguro de que las medidas de contención retrasarán la progresión del contagio y mitigarán en parte algunos efectos relacionados con el crecimiento exponencial de los casos, aunque cuando la tasa de afectados sea elevada, no se podrán seguir contabilizando casos como ya paso con la gripe que alcanzo gran prevalencia (se llegaron a alcanzar en la red centinela hasta 900 casos por 100.000 habitantes).

Me preocupa más la fase de expansión (una vez finalizada la contención). Si tenemos en cuenta el escenario que manejamos en su día con la gripe, calculando una hospitalización del 1% de los casos clínicos, hospitalización en camas de críticos del 25% de las hospitalizaciones, ventilación asistida en el 60% de los enfermos críticos, y estancia media hospitalización: 6 días con estancia media, para críticos de 12 días; va a ser capital definir la onda de ataque (a que porcentaje de la población afectara) y la severidad (medida por letalidad).

Supongo que ya se está trabajando en el aspecto de recursos. Cada centro debe de estar diseñando planes para alojar ingresos y tratar pacientes críticos con su equipamiento especifico sin menoscabo de la actividad originada por otros procesos. Visto así, no parece tan anecdótico la construcción a contrarreloj de hospitales en China.

En mi opinión, la planificación y la capacidad de adaptación de nuestros centros sanitarios y nuestro sistema sanitario en esta fase será crucial y es importante que no sea reactiva sino anticipativa. Durante la aparición del síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) en noviembre de 2002 (con alta letalidad) y la pandemia de 2009 (con alta trasmisibilidad) se habilitaron zonas de atención especial en centros y se diseñaron protocolos de asistencia que facilitaron en esta segunda fase que no existiera una sobreutilización y dispersión de la asistencia.

La competencia es de la comunidad autónoma que presta la asistencia sanitaria, pero la coordinación debería ser centralizada para evitar variabilidad y pérdida de cohesión y no siempre asociada a las necesarias medidas de contención.

 

Luis Rosado Bretón