¡Cómo nos gustaría que los políticos se entendieran en lo que respecta a la salud de los ciudadanos! La salud es una, pero tiene diecisiete formas de gestionarla; el ciudadano que enferma en Cádiz requerirá, en esa misma patología, cuidados similares que el que vive en Santander, de ahí que la universalidad y la equidad deba ser una constante en el tema que hoy trato.

El Pacto de Estado por la Sanidad ha sido y será una reivindicación necesaria de la sociedad civil frente a los políticos que no terminan de encontrar el punto en común, aunque ese punto no es otro que la propia salud. Es difícil entender que la universalidad se quiebre por las políticas de cada territorio, aunque los impuestos sí que son universales.

La sociedad civil demanda un trato igual y aunque en Asedef hemos abogado y avanzado en identificar las trabas, es cierto que la fragmentación política no ayuda para alcanzar el Pacto porque no se ha conseguido aún establecer estrategias y desarrollos para llegar al deseado Pacto y “toda la responsabilidad recae sobre unos partidos, cada vez más fragmentados, y más opuestos”; se dan las condiciones aunque no se haya conseguido y todo por no haber sacado el Pacto por la Sanidad del debate político.

De las sesiones de Asedef se deduce que, en realidad, hacen falta tres pactos sectoriales, el primero afecta a la financiación sanitaria, el segundo referido a los profesionales sanitarios y el tercero pasaría por la fortaleza técnica del Consejo Interterritorial. Estos tres “subpactos” juntos conformarían el gran Pacto de Estado que la sociedad quiere.

Hablar de la suficiencia financiera, mecanismos de reparto e instrumentos de compensación; hablar de Recursos Humanos en el SNS y sus competencias y, por último, hablar de un Centro Nacional de Salud Pública o un Centro de Innovación Terapéutica serían mimbres necesarios para la conformación global, sin olvidar a los ciudadanos, a quienes se debe reforzar su papel dentro del SNS, dejando de proclamar que somos el centro del sistema para hacer posible nuestra participación, no como un gesto, sino como un derecho colectivo.