Hace unos días una gran mujer se puso en contacto conmigo diciéndome: “Carmen te lanzo un S.O.S. porque los mayores de hoy necesitamos que alguien haga ver a los sistemas sanitario y social que nuestras necesidades, sobre todo tras la aparición del COVID y con una ola tras otra, no están siendo cubiertas y no obtenemos ni escucha ni respuestas coherentes”.

Este artículo de hoy lo vamos a dedicar a dar visibilidad al S.O.S. lanzado por alguien que se ha denominado los Nuevos Mayores de nuestro país.

En las últimas semanas ha aparecido en la prensa D. Carlos San Juan con su lema: “Soy mayor, no idiota”, se trata de hombre jubilado de 78 años residente en Valencia, que ha iniciado una petición en la plataforma Change.org. y que ya ha recaudado casi 300.000 firmas, con ellas pide “un trato más humano en las sucursales bancarias”, pertenece a esta nueva generación de mayores que reclaman sus derechos, y que exige que se responda a sus necesidades sentidas, desde su mirada y no desde enfoques en los que solo se les considera espectadores, donde nadie les pregunta como lo que son: clientes.

Él con su protesta pone de manifiesto la desigualdad que genera la relación entre los mayores y la tecnología que da puerta de entrada a las organizaciones de servicios, a las instituciones ya sean públicas o privadas, es decir, cómo esta población se enfrenta a la brecha digital.

Dice: “Te hacen sentir idiota y excluido. El mundo digital es muy útil, pero hemos pasado de unas aplicaciones relativamente sencillas a entrar en un mundo de dificultad extraordinaria para muchos de nosotros”. Y esto hace para los mayores su exclusión del mundo financiero por lo que protesta D. Carlos, pero no solo ahí.

Igual que D. Carlos plantea las dificultades de accesibilidad al mundo bancario, este tipo de barreras surgen en el acceso a los servicios sociales, a los servicios sanitarios y su supuesta accesibilidad tecnológica resulta efímera.

Allí donde casi es imposible llegar a comunicarse o expresar las necesidades porque simplemente una herramienta tan sencilla como el teléfono, hoy es casi imposible de conseguir una respuesta. Los Nuevos Mayores plantean que es imposible hablar con alguien para que te escuche o te atienda, esto es parte de las necesidades trasladadas en el S.O.S. de mis interlocutoras, es parte de sus reivindicaciones, no sentirse discriminadas, crear sistema para poder acceder desde la igualdad y la equidad, que alguien les responda por teléfono y no con S.M.S. confusos y contradictorios.

Para ellas, cada día más se elevan muros y barreras que les parecen insalvables y su preocupación principal de hoy les ha llegado con la aparición de la COVID y una pandemia que ha traído unas normas aplicadas en el ámbito residencial donde viven y ante las cuales mandan este angustioso S.O.S. porque sienten que, en dos años, estas normas no evolucionan y coartan su libertad y su derecho a tener la vida activa que han elegido.

Para comprender que necesitan las llamadas “Nuevas Mayores”, podríamos fijarnos en el libro de Anna Freixas, Yo Vieja. En esta publicación, Anna hace un recorrido por los derechos humanos en la vejez y, concretamente, por los derechos de las mujeres, sintetizados en tres principios: la libertad, la justicia y la dignidad.

Es imprescindible pensar que existe una nueva generación de mujeres mayores que van estrenando libertades, para las que mantienen su dignidad, para las ancianas que mientras se desplazan por el calendario son capaces de escudriñar la vida y las relaciones cotidianas con perseverancia y agudeza, tal y como dice la reseña del libro.

Las Nuevas Mayores que me han lanzado su S.O.S., que hoy en día viven en las residencias de mayores, piensan que con la COVID, tras seis olas y con tres dosis de vacunas administradas, algo debería de haber cambiado en las normas impuestas en el ámbito residencial, pero no ha sido así y lo viven con impotencia.

Sienten que se les impide moverse, que se les aísla sin razón, contra su voluntad, con la excusa de protegerlas, pero nadie les pregunta si lo comparten o que están dispuestas a hacer otras cosas, quieren aportar su experiencia para buscar el equilibrio entre el ejercicio de sus libertades y la seguridad sanitaria.

No se sienten consultadas, se les obliga a comer en su habitación y se les impide salir a la calle a dar un paseo, a ir de compras, al cine o a una cafetería y se preguntan: ¿por qué esto se hace con las personas mayores que vivimos en las residencias? ¿Por qué, si los demás viven su vida nosotras no?

Una de ellas, en esta conversación me plantea: “he trabajado en hospitales con Unidades de Infecciosas y en estos centros teníamos protocolos y procedimientos para prevenir contagios y ¿por qué esto no se aplica al ámbito residencial y se hace como al resto de la sociedad, en vez de impedirnos movernos libremente? ¿Por qué yo no puedo salir? Me siento secuestrada, me pregunto ¿dónde está mi libertad? Además, esto que digo, debe ser anónimo porque no quiero represalias”.

Estas mujeres mayores reflexionan que tras seis olas de COVID, no se puede seguir haciendo lo mismo, para todas las residencias y para todo el residente café.

“Existe una generación Nueva de Mayores que se encuentran hoy con estructuras que no responden a sus necesidades”

En dos años ¿no hemos aprendido nada? ¿O es que es más barato, todos iguales? ¿Pesa más la opinión de los familiares que la de los residentes?

No hay consulta sobre qué necesitamos, y sus palabras más repetidas son: “Yo quiero vivir, quiero estar activa en lo que he construido para mí como mi  vida cotidiana , lo que para mí son las cosas importantes”.  “Necesito mi autonomía y no quiero que un médico decida sobre mi libertad”. “Me he vacunado, uso mascarillas, sé lo que es un bioalcohol, sé que hay que ventilar y lo de la distancia de seguridad, no quiero más beneficencia”.

Estas mujeres sienten que lo que se está haciendo con los mayores constituye discriminación y se está produciendo una infantilización de los mayores. Además en su opinión, supone un rechazo social hacia las personas mayores, a los que se les culpa, únicamente por el hecho de serlo. Buscan hacer saber cómo ellas están percibiendo el ámbito de las residencias de mayores hoy.

Plantean también su preocupación sobre qué es y qué no es una residencia de mayores. Una residencia para personas mayores es un centro de servicios sociales, no hospitalarios, con independencia de que deba de tener enfermeras durante todo el tiempo, son profesionales esenciales como garantes en la seguridad de la cobertura de necesidades de cuidados de salud, para que estas necesidades se cubran de manera óptima, pero tener enfermeras no significa medicalizar.

Hay que hacer comprender que una residencia nunca debería considerarse un hospital, y debería estar claro que son estructuras distintas. Una residencia plantea entre sus objetivos la atención de las necesidades personales de los residentes y el mantenimiento del máximo grado de autonomía de las personas que se alojan en las mismas.

En ellas se debe procurar alojamiento, manutención, y una atención integral que favorezca el desarrollo personal de una vida lo más independiente posible y desde luego, en un contexto claro donde la libertad, el respeto a la individualidad y la igualdad que son los valores irrenunciables de las personas.

Así pues, para responder a las necesidades de esta nueva generación de mayores, la orientación de su oferta de servicio debería de centrarse en las necesidades individuales de las personas, pero todavía hoy se trata de organizaciones con un perfil de institución y no de un espacio más personalizado, orientado al cliente como debería de ser su evolución.

Los residentes de hoy son usuarios no clientes, son residentes permanentes y en muchos casos se les trata solo como personas enfermas y por tanto, pacientes.

Da igual que tengan uno o cinco problemas de salud y que estos estén controlados o que la persona tenga la capacidad de autogestionarlos, para las instituciones residenciales de hoy da igual. Tal y como plantea esta Nueva Generación de mayores, todos los mayores están en un mismo rango de edad y han de adecuarse a unas normas muy concretas para ser cumplidas por todos -horarios, comidas, menús, etc.

Los servicios no son glamurosos ni a la carta, disponen de un pequeño espacio privado, de unos 12m2, no son personalizados ni tiene espacio la libertad y la opinión. Esta al menos es su percepción, la percepción de las mujeres residentes de una Nueva Generación de Mayores.

La mayoría utiliza esta alternativa como último recurso en caso de que no se puede continuar residiendo en el propio domicilio. Por ello, no es de extrañar que sea el lugar peor valorado por las personas mayores para vivir, que prefieren quedarse en su propia casa el mayor tiempo posible (age in place). Pero los que lo deciden como una alternativa útil, encuentran barreras básicamente a su participación activa, limitaciones en su libertad y en el desarrollo de su plan individual, lo que también les genera frustración y disgusto.

Diversos expertos de la geriatría, con el objetivo de fomentar la autonomía, respetar la autodeterminación personal, mantener las responsabilidades sobre la propia vida y el derecho a recibir apoyo, demandan desde hace años, una revisión total del modelo actual de residencias.

Proponen como alternativa extender la independencia y la autonomía de las personas mayores al máximo prolongando la estancia en viviendas independientes el máximo posible, con modelos de atención centrados en las personas, radicalmente nuevos, y con unidades de convivencia mucho más pequeñas, asimilables a unidades familiares.

Sabemos que el número de personas que residían en residencias de personas mayores, que según el CSIC eran 333.920 antes de la pandemia COVID-19.

Y con la pandemia de la COVID-19 se ha colocado a las residencias de mayores en el punto de mira. La mortalidad de residentes en ellas ha sido aparentemente muy superior de la observada entre los residentes en sus propias viviendas, según nota publicada el 24 de abril por el CSIC.

Está claro que en la primera ola de la pandemia ha sido muy letal especialmente para una edad, pero no olvidemos que muchas personas muy mayores han superado el virus. Y que poco a poco es preciso normalizar el abordaje de la situación para que los mayores no se sientan que se les impide vivir la vida activa que han elegido.

Superada o estabilizada esta crisis habrá que revisar los protocolos de manera que todas las personas residentes reciban la atención sanitaria  que precisen, con el apoyo permanente de enfermeras que ejerzan de gestores y planificadores de cuidados y de atención en salud anticipándose , con acciones de prevención,  pero esto no significa que no se sea cuidadosos y que no se caiga en la tentación de convertir las residencias en hospitales o en edificios que prioricen la seguridad por encima de todo, se trata de cuidar y no de curar.

El apoyo real de los centros de Atención Primaria en el mundo residencial, proporcionando de manera real los servicios de la cartera del Sistema Nacional de Salud, a los que todo ciudadano con tarjeta sanitaria tiene derecho, son más que suficientes para garantizar una cobertura de salud adecuada.

Ser mayor no significa estar necesariamente enfermo, o ser incapaz de autogestionar su salud, la realidad es que nadie quiere vivir en un hospital, y, por tanto, el ámbito residencial debe de encontrar equilibrio entre la salud, el bienestar, el autocuidado y la seguridad. En este punto, es claro el trabajo a desarrollar por las enfermeras generalistas y las enfermeras especialistas en geriatría como un plus en la seguridad del cuidado de la salud de los residentes.

Por supuesto, que debemos repensar qué hacer y cómo.  Las soluciones deberían ser diversas, individualizadas, adaptadas a cada mayor, negociadas y consensuadas, pero nunca una única solución para todos, tal y como se ha venido haciendo hasta ahora.

Existe una generación Nueva de Mayores que se encuentran hoy con estructuras que no responden a sus necesidades. Una generación que defiende su derecho a la accesibilidad real a los servicios públicos, sin cortapisas y adaptada a sus capacidades y no al ahorro de los costes de las organizaciones, disfrazados de modernidad digital. Una generación que no comprende que se le discrimine por vivir en una residencia de mayores, que quiere vivir su vida, que pide que los protocolos, después de dos años de COVID se adapten y también que respondan a su plan de vivir su vida. Un grupo de personas que quieren participar, que se les pregunte, que no se les infantilice, que quieren un trato en igualdad.

Ojalá, este artículo contribuya a la reflexión de los expertos y sepamos responder a estos Nuevos Mayores. Gracias por confiarme vuestras preocupaciones para que yo sea vuestra voz.