En la constante búsqueda de mejorar la calidad y seguridad de la atención médica, el sector salud se ha embarcado en la emocionante, pero desafiante travesía de adoptar nuevas tecnologías que vino (y vendrán más) a facilitar, eficientizar y a optimizar los recursos y servicios disponibles en este mercado. Desde la inteligencia artificial hasta la telemedicina, esas innovaciones se encuentran transformando y revolucionando la forma en la que abordamos los servicios de salud. Sin embargo, este avance tan rápido, también ha expuesto al sector a nuevos desafíos, especialmente en lo que respecta a la gestión de riesgos en relación a dichas aplicaciones.

Luego de la Segunda Guerra Mundial nace la preocupación y la gestión de los riesgos asociados a una determinada actividad, siendo el sector seguro el que mayor desarrollo implementó en este sentido. Con el tiempo esto se fue extrapolando a otros sectores, donde la salud no fue la excepción.

Los múltiples factores contributivos que inciden en el sector salud y los agentes que intervienen en la atención, hace que esta gestión tenga ciertas complejidades al momento de analizar, preveer y afrontrar los posibles escenarios: riesgos infecciosos, riesgos de prescripción – administración de medicamentos, riesgos asociados a la práctica clínica, en fin….

En la era digital que estamos viviendo, la implementación de nuevas tecnologías en el sector de la salud ha agitado la forma en que prestamos los servicios, desde la administración de datos hasta el diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Siendo esta nuestra nueva realidad, en la práctica con la aplicación de las nuevas tecnologías nos abrimos a un abanico de posibilidades y de riesgos que son directamente proporcionales al uso y necesidades de los pacientes.

Dentro de los riesgos asociados a la implementación de las tecnologías desarrolladas para el sector salud, podríamos mencionar:

Carencia de regulación: La ausencia o escasa del marco regulatorio que existe en cuento a las tecnologías de salud, hace que el uso de estas se encuentre en manos de las empresas proveedores de estas herramientas, y del manejo ético que cada uno entienda como permitida, por lo que la variabilidad de la misma minimiza o reduce la seguridad jurídica de los pacientes y también de los prestadores de servicios al momento de poder salvaguardar la seguridad de las informaciones involucradas.

Seguridad de los datos: El aumento en la recopilación y almacenamiento de datos de pacientes presenta riesgos considerables en términos de seguridad. La posibilidad de brechas de datos, accesos no autorizados y el uso de estos, es una preocupación seria que debe abordarse con urgencia, colocando el alcance o las limitaciones que se deberían tener al respecto.

Privacidad del paciente: La integración de tecnologías sin una regulación clara puede comprometer la privacidad del paciente. Es esencial establecer protocolos para garantizar la confidencialidad y el manejo ético de la información médica sensible.

Falta de estándares interoperables: La diversidad de tecnologías en el sector a menudo conduce a la falta de estándares interoperables. Esto no solo dificulta la colaboración entre diferentes sistemas, sino que también aumenta el riesgo de errores, malentendidos en la gestión de datos, y sesgos en la seguridad de los datos que se encuentran en cuestión.

Para minimizar estos riesgos que se desprenden en esta nueva realidad en la que estamos viviendo, es cierto que contamos con algunos desafíos que debemos trabajar de manera inmediata y simultánea. Uno de esos desafíos que condicionan y potencializan esos riesgos, es la velocidad en la que emergen los avances tecnológicos, y evidentemente no estamos a la par de las adaptaciones del sector y mucho menos, del marco legal como ya hemos mencionado.

Otro de los desafíos que tenemos que considerar, es que cuando se introducen las nuevas tecnologías requieren una capacitación exhaustiva del personal de salud. La falta de capacitación adecuada aumenta el riesgo de errores y mal uso de las herramientas tecnológicas. Y, por último, antes de la implementación masiva de una nueva tecnología de salud, es crucial realizar evaluaciones de riesgos a largo plazo. La falta de comprensión de los posibles impactos a largo plazo de las tecnologías emergentes puede tener consecuencias graves.

Mientras cruzamos el trayecto, donde se elabore un marco regulatorio que establezca las debidas barreras para afrontar los riesgos que nacen de las tecnologías de salud y garantizar la seguridad, es obligatorio contar con la colaboración multisectorial o interdisciplinario que permita salvaguardar la integridad de los datos de nuestros pacientes y la privacidad de estos. Una muestra de ello a lo largo del tiempo han sido los Comités de Ética, quienes ante la falta de normativas claras han fungido como mediadores para dar lugar a cuestionamientos éticos, problemas de privacidad y lagunas en la responsabilidad legal, resultando crucial para legitimar una implementación ética y segura de la tecnología en el ámbito de la salud.

Para mitigar los riesgos éticos, es fundamental que los desarrolladores de tecnología trabajen en colaboración con profesionales de la salud y comités de ética desde las etapas iniciales de diseño y desarrollo. La ética debe incorporarse en el código y la arquitectura de las soluciones tecnológicas para garantizar que su implementación sea congruente con los valores fundamentales del cuidado de la salud y de los Derechos Fundamentales que por tantos años se ha trabajado.

En un mundo impulsado por la innovación, la ética en el sector salud sigue siendo el nacimiento de una atención médica justa, segura, respetuosa, asequible y centrada en el paciente. Los comités de ética desempeñan un papel transcendental al abordar los desafíos emergentes asociados con la tecnología. La responsabilidad ética es la clave para garantizar que la promesa de la tecnología en la atención médica se cumpla sin comprometer la integridad de quienes buscan salud.