Las enfermedades crónicas, como problemas de salud incurables, generan a su vez irremediablemente necesidades crónicas de atención, es decir, cuidados a largo plazo, denominados también long term care (LTC) o cuidados de larga duración.

Además, el aumento de la esperanza de vida no solo implica vivir más años, sino vivir digna y plenamente más años a pesar de las pérdidas propias de la edad, que pasa irremediablemente por el cuidado, la asistencia y el apoyo de otros, cuidados a largo plazo.

La OMS define los cuidados a largo plazo como las actividades llevadas a cabo por otros para que las personas que han tenido una pérdida importante y permanente de la capacidad intrínseca o corren riesgo de tenerla, puedan mantener un nivel de capacidad funcional conforme con sus derechos básicos, sus libertades fundamentales y la dignidad humana.

Los cuidados a largo plazo suponen un abordaje muy diferente a los cuidados en los procesos agudos, con un cambio de paradigma del curar al cuidar.

Se trata de que las personas con una pérdida importante de sus capacidades puedan disfrutar de un envejecimiento saludable, no solo de compensar su pérdida de capacidad con la provisión de la atención, el apoyo y los cuidados de otros, sino también de optimizar sus capacidades intrínsecas para su propio autocuidado.

Los cuidados a largo plazo no pueden centrarse exclusivamente en cubrir las necesidades básicas de las personas mayores, sino que implican la atención de otros aspectos fundamentales para la vida plena de las personas, como establecer y mantener relaciones, aprender, crecer, tomar decisiones, etcétera, y esto solo es posible si las personas que asumen estos cuidados de larga duración están capacitadas para ello y cuentan con los apoyos adecuados.

La dependencia del cuidado de otros no puede ser considerada un estado definitivo ya que puedes estar asociado a un momento vital o un estado de salud concreto que puede mejorar.

Estos cuidados de larga duración tienen tres proveedores fundamentalmente: la familia, el Estado y el mercado. A este triángulo habría que añadir el sector del voluntariado y organizaciones sin ánimo de lucro. Estos cuatro pilares forman lo que Razavi denomina el diamante de los cuidados.

A nivel mundial, la provisión de los cuidados de larga duración recae fundamentalmente en las mujeres, principalmente las hijas y las nueras, aunque los cónyuges, en la mayoría de los casos también personas mayores prestan un importante apoyo.

Actualmente, en España la familia es quien asume principalmente estos cuidados de larga duración con una impacto psicológico, social y económico importante para ellos. Estudios recientes hablan de que del 80 por ciento de los cuidadores principales de mayores de 65 años con limitaciones para ejercer actividades de la vida diaria son familiares y más de la mitad de ellos conviven en el mismo hogar.

En concreto suelen ser sus parejas, que se encuentran en edades no activas o próximas a la jubilación y en los ancianos de más de 80 años asumen estos cuidados principalmente las hijas en edad activa.

En cuanto al lugar de provisión de cuidados a largo plazo, esto puede hacerse en el propio domicilio de la persona, en residencias y otro tipo de instituciones y en centros sanitarios.

Se ha prestado atención principalmente a quien provee los cuidados y no tanto a la naturaleza y la calidad de estos cuidados y los beneficios de una inversión de calidad en los cuidados de larga duración.

No podemos dar la espalda a la realidad del maltrato a los mayores, que se ha estimado de forma general en un 10 por ciento y específicamente en personas mayores con demencia hasta un 23 por ciento, produciéndose tanto en las personas institucionalizadas como en aquellas que son cuidadas en la comunidad.

Ejemplos de esta violación de los derechos humanos son las inmovilizaciones y las contenciones para evitar las caídas, la administración de medicación para controlar el comportamiento o el maltrato físico en forma de golpes y otras agresiones, que en ocasiones y en determinados contextos, desgraciadamente se llevan a cabo por desconocer otras alternativas.

El reto de los cuidados de larga duración está en alcanzar equidad, eficiencia y que resulten sostenibles, articulando políticas como el establecimiento de una red de protección mínima que garantice la atención a los casos más graves y de un sistema universal.

Los cuidados a largo plazo suponen un abordaje muy diferente a los cuidados en los procesos agudos, con un cambio de paradigma del curar al cuidar

En los países miembros de la OCDE que el gasto público asociado a los cuidados de larga duración aumentó una media de un 4,8 por ciento anual entre 2005 y 2011, se prevé que para 2060 se dupliquen estos niveles de gasto, un tema altamente preocupante en cuanto a su sostenibilidad.

Así mismo, el envejecimiento de la población y el descenso que se prevé en el número de posibles cuidadores informales no remunerados, hace que se augure una demanda de cuidadores profesionales remunerados para 2050 que doble la actual, convirtiéndose en una de las fuerzas laborales más relevantes.

Entre las tareas a futuro está capacitar adecuadamente a los cuidadores, desterrar la idea de que cuidar a las personas mayores es una tarea fácil, eliminar el estigma negativo de los cuidados a largo plazo de las personas mayores como una carga, asociar este trabajo como de baja calidad y bajo prestigio y de forma prioritaria entender que la planificación y la coordinación de estos CLD tiene que ser liderada por las enfermeras como profesionales responsables por ley de los cuidados profesionales.

La coordinación/integración entre los cuidados a largo plazo y los servicios de salud es otro de los retos a futuro. La separación entre los servicios sociales y los servicios de salud está demostrando dar lugar a una provisión de servicios fragmentada, deficitaria e inadecuada.

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