El sistema sanitario ha trabajado durante este último año dando respuestas reactivas y adaptándose, casi día a día, a una realidad emergente marcada por la incertidumbre y este año quizás más que nunca nos hace reflexionar sobre la importancia del compromiso y la capacidad de ser proactivos, la capacidad de sumar que todos tenemos y, por tanto, también más que nunca parece que es preciso remarcar el valor y la necesidad de desterrar de nuestras organizaciones dos conceptos arraigados pero que no tienen ningún espacio tras lo aprendido en este año. Por un lado, la necesidad de erradicar la indiferencia en el mundo laboral como un mal endémico y tradicional que no debería de encontrarse ya y, por otro, luchar contra la falsa innovación que distrae a la organización de su autentica misión y visión, respondiendo en muchas ocasiones a los intereses más bien individuales que no siempre son beneficiosos para el desarrollo de servicios eficaces y eficientes desde un enfoque centrado en las personas prestándoseles servicios eficaces y humanizados.

Hoy me gustaría, por tanto, que reflexionásemos juntos sobre la indiferencia y la falsa innovación y diésemos visibilidad a lo que trae como consecuencia para las organizaciones sanitarias y a la necesidad de ejercer liderazgos transformacionales capaces de neutralizar estas actitudes que resultan tan dañinas.

No sé si nos preguntamos suficientemente lo que supone la indiferencia de los profesionales en cualquier nivel de la organización y cómo esta afecta al desarrollo de la calidad asistencial, a la mejora continua de la creación de equipos o a la oportunidad de responder de manera adecuada a los requerimientos de los pacientes y de sus familias cuando se acercan al sistema sanitario en busca de respuestas concretas a situaciones particulares.

La indiferencia junto con la falsa innovación, de la que hablaremos más adelante, suponen para los profesionales comprometidos con el sistema sanitario un freno en el desarrollo y adecuación de la organización cuando esta quiere enfocarse realmente en buscar respuestas para los requerimientos de servicio de salud de los ciudadanos como pacientes.

Se lee que la indiferencia define a una persona como alguien que “ni siente, ni padece”. … Pensar en alguien indiferente es atribuirle una serie de adjetivos que poco o nada tienen que ver con el ideal de una persona virtuosa o persona comprometida.

La indiferencia está asociada a la insensibilidad, al desapego y perpetúa aquello que más nos molesta, aquello que parece que nunca se puede cambiar. Tolerando la indiferencia nosotros somos cómplices de que las cosas inadecuadas se perpetúen, generando el sentimiento de permanecer inmóvil.

Cuando alguien en su trabajo dice: “eso a mi no me compete”, “esa no es mi responsabilidad, que lo haga a quien le pagan” o el famoso, “eso no es cosa mía y si no sabe que aprenda, a mí no me pagan para enseñar a los jefes”, se perpetúa la indiferencia y convertimos las organizaciones en estructuras atomizadas donde el conocimiento tácito no fluye, no hay aprendizaje, no se crean equipos y, sobre todo, como no hay corrección desde la experiencia individual es imposible generar cambio.

La indiferencia está asociada a la insensibilidad, al desapego y perpetúa aquello que más nos molesta, aquello que parece que nunca se puede cambiar

La indiferencia produce una especie de falso escudo que para quien hace estas afirmaciones hace que se siente protegido y, sin embargo, los “a mí no me interesa, que aprenda” o “que se fastidie para eso le pagan” lleva a actitudes destructivas y poco gratificantes que minan del desarrollo de las personas y de sus capacidades.

Pensar en alguien indiferente es atribuirle desapego.

“Tras fracasar es posible seguir adelante y fracasar mejor; en cambio, la indiferencia nos hunde cada vez más en el cenagal de la estupidez”. La inacción no es aceptable, según el filósofo esloveno Slavoj Zizek.

Estas actitudes deberíamos de combatirlas y son los líderes en las organizaciones quienes han de trabajar contra ellas. Casi siempre son el síntoma de la frustración, de la falta de compromiso y esto afecta al desarrollo y consolidación del camino del cambio y la mejora, esenciales para la supervivencia de los servicios que creen en la calidad.

La indiferencia se combate con el compromiso, con los espacios para participar, con la cercanía y, desde luego, fomentando que el buen hacer no solo es aplicar el conocimiento científico para el ejercicio de tu profesión sino implantando la cultura de que el buen hacer profesional no existe sin implicación y compromiso con la calidad de la organización en la que desarrollamos nuestro trabajo.

De igual modo, se debe de reparar en la falsa innovación, en lo que algunos denominan las “ocurrencias”, aquello que se implanta como innovación pero que en nada beneficia al desarrollo organizativo y de servicio que se presta a los ciudadanos. Ese tipo de innovación resulta perjudicial cuando distrae de la misión y la visión. Contra las ocurrencias, los líderes deberían de trabajar la medición de su impacto en los servicios que se prestan a los ciudadanos y, desde luego, trabajar para no implantar aquello que nos distrae de nuestra razón de ser.

Estos dos aspectos, la indiferencia y la falsa innovación se convierte en contravalores que frenan el desarrollo de las buenas prácticas y de la consolidación de servicios bien orientados a las necesidades reales de los ciudadanos.

La pregunta es ¿cómo neutralizarlos? Y aquí entran a jugar los líderes competentes que trabajan el desarrollo de las personas, son capaces de crear equipos, gestionan adecuadamente la toma de decisiones, promueven el valor del compromiso y del orgullo de pertenencia y desarrollan estrategias de magnetismo para que los profesionales sientan que su conocimiento tácito es de valor.

Trabajar para neutralizar la indiferencia y la falsa innovación supone apostar las organizaciones con capacidad de mejorar y de adaptación a los requerimientos de los ciudadanos.

Como decía Peter F. Drucker: A menos que se haga un compromiso, porque si solo hay promesas y esperanzas; no hay planes ni acciones.