Discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Murcia con el título de El Mal de Ojo. Historia, Clínica y Tratamiento, realizado por el IlustrísimoSr. Dr. D. Fulgencio Alemán Picatoste en el año 1987.

En todo cuadro patológico que sufre un ser vivo, existe básicamente una causa que lo produce, bien interna por malformación innata “genotípica”, o bien adquirida del medio que nos rodea, “fenotípica”.

Fascinación, etimológicamente, deriva de “fascio o fascia”, envolver, fajar, vendar, ligar. En este caso es la mirada, a través de ella se produce el fenómeno de la infección maléfica de esa mirada.

La referencia mitológica primera de la que se tiene noticia sobre el poder maléfico de la mirada, la tenemos en la historia de las Gorgonas, de las que se citan tres: Medusa, la rena; Estreno, la poderosa y Euriale, la saltadora; todas ellas, hijas de las divinidades marinas, Forcis y Ceto.

En principio, su acción maléfica convierte en piedra a todo ser que las mire a la cara, (incluso se dice que muchas de las estatuas en piedra encontradas en las excavaciones de los países mediterráneos, son en realidad restos calcificados de víctimas de la mirada de las Gorgonas).

Sobre su aspecto, quizás lo más llamativo sea, que su cabello está formado por una masa ondulante de serpientes. De las tres hermanas, solamente Medusa era la mortal, circunstancia que aprovechó Perseo, pensando que sería un preciado obsequio de esponsales para el rey Polidectes.

Siguiendo las indicaciones de las Brujas Estigias; tres hermanas antropófagas, que poseían un solo ojo de cristal y un solo diente entre las tres, el cual fue arrebatado por Perseo, y devuelto a cambio de la información de cómo enfrentarse con éxito a la Medusa.

Armado con una hoz mágica, eludió la mirada petrificante de las Gorgonas, puliendo su escudo como un espejo, y utilizándolo a guisa de periscopio, de esta forma pudo aproximarse a Medusa, y cercenar su cabeza de un solo tajo; del chorro de sangre que brotó de su cuello, nació el caballo Pegaso, en el cual nuestro héroe pudo huir sano y salvo de la indignación de las otras dos Gorgonas supervivientes. Pero, hallando a su regreso que Polidectes andaba persiguiendo a su madre, en lugar de obsequiarle la cabeza de la Medusa, la plantó ante sus ojos petrificándole ipso facto, y obsequiando posteriormente la letal cabeza a Atenea, que por su condición de diosa era inmune al maleficio de Medusa.

Los expertos en “gorgonología” afirman que los serpentinos cabellos de una Gorgona son protección infalible para el mal de ojo. Esta creencia mitológica, puede ser el origen, como veremos en el epígrafe de amuletos, que muchos de ellos están confeccionados con extremos (cabeza o colas) de serpientes y lagartijas. El efecto protector de los cabellos ofídicos de las Gorgonas no ha podido ser constatado por hallarse estas en paradero desconocido, desde la aventura de Perseo.

El lenguaje culto o especializado, se denomina “pupila”-muchachita, pubilla-, al pequeño círculo negro situado en el centro del iris. “niña del ojo” se dice profanamente. “Korai” en griego, “Kaninaka” en indostaní y “Jundl” en la zona del Neckar en Alemania.

Paisajes bien distintos; Castilla, las costas áticas, la ribera del Indo y la selva germánica. Diferencia de lenguas, siglos y geografía, distancian entre sí no y otro; ¿No es curioso, que en todos ellos se nombre del mismo modo a lo negro del ojo; niña o muchachita?

Platón se hizo la pregunta y Sócrates le dio la respuesta, la cual describió Alcibiades como que: “si alguien mira de cerca un ojo, ve en él su rostro como en un espejo, y sucede lo que llamamos “Kóre”, que es la imagen miniaturizada del observador”; y así se bautizó la pupila al verse los humanos en ella como diminutas muñecas.

Según Covarrubias en una bella descripción, refiere que “Son los ojos la parte más preciosa del cuerpo, pues de ellos tenemos noticia de tantas cosas. Son ellos las ventanas donde el alma suele asomarse, dándonos el inicio de sus afectos y pasiones de amor y de odio. Son los mensajeros del corazón y los parleros de lo oculto de nuestros pechos”.

Decía San Isidoro que: “Entre todos los sentidos, es el de la vista el que más cercano está al alma, y así, en los ojos se refleja toda manifestación de nuestra mente, la turbación o la alegría del espíritu”.

Pero tal vez la más poética descripción de cuantas he tenido la oportunidad de conocer, la de Pierre de Lancre, 1622, en la que considera que: “La vista es la reina de todos los demás sentidos, la favorita del espíritu, es con él, con quien ella tiene más conformidad, pues cuando él tiene cualquier disgusto, los ojos no lo pueden ocultar, y cuando él es robusto y vigoroso, ellos sonríen; si nos asustamos se turban, si el espíritu arde de enojo, los ojos relumbran y enrojecen, si el espíritu está emocionado o alberga cualquier pensamiento profundo, los ojos quedan tranquilos, no mirando de un lado para otro, sino que están fijos y clavados en un lugar, como si el alma sufriese un eclipse; si un amigo llega y se nos aproxima, se muestran serenos y amigables, si es un enemigo, hacen aparecer al instante su despecho e indignación; en la osadía se estremecen y en la obediencia se bajan; con el amor se ablandan y con el odio se asustan”.

Se habla de que entre los caracteres que poseen clásicamente los “aojadores, jetattores o gafes”, que ya describiremos como tipo humano está, el tener en la pupila, una figura descrita a veces como un “renacuajo o sapillo”; Cari Baroja en “Las Brujas y su Mundo” indica esto último como una impronta de identificación realizada por el propio Belcebú a sus adictos contertulios y compañeros de mesa de los aquelarres de Zugarramurdi.

Pienso, como oftalmólogo, que tal figura sería la consecuencia de una cicatriz o leucoma corneal, producto de alguna lesión ocular de tipo traumático o ulcerativo, que supone, secundariamente, en la desviación del ojo por falta de uso ambliotopía, lo que se conoce usualmente como “ojo vago”;  dicha desviación suele tender hacia afuera, como si mirase en dirección a su oreja, lo cual da una expresión muy poco agraciada a la cara; si por añadidura, esta tara suponía en muchos desgraciados, una deformación de su personalidad, el resto lo hacía ya la superstición popular, confiriendo al pobre infeliz un cierto sambenito maléfico.

No obstante, todos hemos de admitir que, si no somos unos convencidos de ello, en alguna ocasión si nos hemos referido a una persona de “mirada torva o esquiva”, como poco limpia o no merecedora de nuestra confianza.

Una persona muy apreciada por mí, a la par que observadora, gran aficionado a la fotografía, y muy culto, me comentaba; que había llegado a la conclusión personal de que el índice de desconfianza que podía inspirar una persona estaba en “razón directa del coseno de su ángulo de reojo”, es decir, la capacidad de mirar esquinado o atravesado, para hacernos entender.

Rafael Salillas, describe una serie de caracteres físicos de los “gafes o aojadores”. Sobre un muestreo de 111, encuentra: 65 brujas, 20 gitanas, 8 mentes extrañas y 18 personas indeterminadas. Y entre los caracteres anómalos, 1 de pelo rojo, 1 de vena en entrecejo, 1 de entrecejo cerrado, 6 ojos anormales, 7 bizcos, 10 tuertos y 5 con humor en los ojos. En cuanto a los estados pasionales, 15 con envidia o malquerencia, 5 por mirar con fijeza o pasión y 3 por alabanzas.

La tradición popular, ha creado el modelo de “jefattore o aojador”; alto, delgado, nariz larga, ojos pequeños y ceñudos, a menudo ocultos por unos lentes usualmente oscuros (gafe=gafas), tal vez para encubrir  un defecto visual antiestético o bien por proteger de la fotofobia o molestia de la luz que en ella ocasiona; piel verduzca y nuez prominente, escorbútico y antipático, y que suele tener preferencia por los trajes oscuros, y siendo habitualmente característico su descuido y desaseo; resumiendo, es la fotografía de todo un personaje siniestro.

Los italianos, en su creencia de la ofensa, han establecido un especial énfasis en la defensa, por ello tienen desarrollado el personaje que podíamos considerar como el “anticuerpo” del “gafe o cenizo”.

En el Madrid de los 30, se cuenta de un periodista que era conocido por su maligna personalidad, incluso se le llegó a imputar una parte de responsabilidad en el trágico incendio del “Teatro Novedades”. En esta ocasión el interfecto se rebeló, al conocer el hecho de que, incluso el propio Jacinto Benavente, comentaba lo ocurrido.

Entonces, le escribió una carta mostrando su extrañeza; de que todo un Premio Nobel de Literatura, cayese en las mismas paparruchadas que el vulgo ignorante, y que su paso frente al Teatro, el día del incendio, pudiera ser relacionado… ¡El colmo!

Don Jacinto, dicen que le contestó, con su letra pequeña e inclinada: “Querido amigo: quizá que tenga Vd. Razón, pero reconozca que fue mucha la coincidencia”.

En este estado de cosas, unos cuantos conocidos y compañeros de redacción, reclamaron los servicios de un “antigafe siciliano”, el cual llegó a Madrid seguro de sí mismo; se instaló en el Hotel Palace, asegurando “que su buen ojo” contrarrestaría la influencia del periodista. Inicialmente no ocurrió nada, pero a las pocas semanas el siciliano comenzó a adelgazar, perder apetito y adquirir un extraño color verdoso; y convocando a los compañeros del “gafe” les dijo: “Estimados amigos…lo siento, me puede, es más fuerte que yo, sí sigo aquí me muero…”. Con lo cual ante el terror y desasolo del pueblo de Madrid, regresó a Italia al día siguiente.

Meses después, sobreviene la Guerra Civil, y España se divide físicamente en dos zonas. En Burgos, en la llamada “Nacional”, los huidos de Madrid, eran ansiosamente asediados e inquiridos por conocer a qué bando se había decidido el “gafe”.

-Por la República-contestó alguien. Está en Madrid colaborando activamente.

La satisfacción les desbordó: ¡Viva, viva! ¡Ya han perdido la guerra! Y, en efecto, tres años después ocurrió así. Podría tratarse de otra coincidencia, claro, pero podríamos pensar, como decía Benavente, “que fue mucha coincidencia”.

No solamente los vivos pueden generar mal de ojo. Se dice que las personas en trance de muerte pueden lanzar un poderoso mal de ojo; de ahí que exista la costumbre de cerrar los ojos de los fallecidos de inmediato; aparte de razones estéticas, todo el mundo ha temido siempre la maldición de la persona agónica, puesto que en aquel momento las fuerzas negativas exteriorizadas por el moribundo se centuplican, siendo mucho más peligrosas.

En idéntico sentido me ha sido relatado que el mal de ojo hecho por un varón es más difícil de “cortar”, por su capacidad de penetración, que el de la mujer. De aquí pueden extraerse conclusiones anatono-antropológicas que, en este momento, no es el caso de pormenorizar.

Los animales también pueden realizar mal de ojo; dice la copla:

“Si yo fuera basilisco

Con la vista te matara,

Y te sacara del mundo

Porque nadie te gozara”

 

En “No hay cosa como callar, Calderón de la Barca, dice:

“La muerte da un basilisco

De una sola vez que vea;

La víbora da la muerte

De una sola vez que muerda;

La espada quita la vida

De una sola vez que hiera,

Y de una vez sola el rayo

Mata aún antes que se sienta.

Luego siendo basilisco

Amor, víbora sangrienta,

Blanca espada y vivo rayo,

Bien puede dar muerte fiera

De solo una vez que mire,

De una vez que haga la presa,

De una vez que se desnuda,

Y de una vez que se encienda”

 

Es el basilisco un terrible monstruo, producto de un huevo y de gallina que roba y empolla una serpiente. Tiene el tamaño de un gato y es mitad gallo y mitad lagarto.

Las armas del basilisco son sus ojos y sus dientes, no pudiendo ser vencido ni siquiera por el caballero de corazón más puro, porque su mirada es mortal.

Marchita árboles y plantas y los pájaros caen en vuelo; solo se resiste a sus ojos la “ruda” (Ruta Gravenolens o hierba de gracia), el gallo, y la comadreja (animal, por cierto, al que también se le atribuye poder de aojamiento).

El basilisco muere al oír el canto del gallo, y las comadrejas, al ser inmunes a su mirada les atacan sin piedad, ya que conocen que las hojas de ruda curan sus heridas del combate, saliendo, finalmente, siempre vencedoras.

Se dice que Plotino de Antioquía, ciego de nacimiento, hizo amistad con un basilisco en el desierto de Nubia, y que cubrió los ojos del monstruo para domesticarlo, pero al llevarlo a la ciudad la bestia murió al oír el canto de un gallo.

Frente a esta bestia mitológica, existe su homónima zoológica y con una peculiar paradoja. Se trata de un “iguánido” (Basiliscus Basiliscus), que habita en los árboles próximos a los ríos y los lagos de América Central; no suele internarse en tierra firme, pues su defensa consiste en lanzarse al agua, la cual atraviesa corriendo fácilmente sobre su superficie, y en posición erecta, no llegando a hundirse, debido a sus dedos palmeados y a los desplazamientos laterales que imprime a su cola; de aquí la paradoja, como antes dijimos de que en Panamá se le conoce como el “Animal de Jesucristo” por su capacidad de caminar sobre el agua.

En Cataluña, los buscadores de tesoros, a sabiendas de que junto con el objeto de su codicia habría un basilisco guardándolo, recurrieron al ingenioso truco de cubrirse el rostro con un espejo; de esta forma, la mirada fatal del basilisco al reflejare en él, le era devuelta, causándole la muerte instantánea al mortífero guardián; ¡hay que descubrirse ante el ingenio de esta ardid comercial!

La víctima más usual del “mal de ojo” tradicionalmente son los niños, cuanto más lozanos, vistosos y engalanados, más proclives son a padecer el aojamiento; recordemos que existe el móvil de la envidia y aunque en la clasificación somera que se puede establecer de estos aojadores, estos pueden serlo voluntaria o involuntariamente.

El cuadro clínico que pinta Villena, es de lo más completo y descriptivo de cuantos he leído: “Se conoce cualitativamente la catadura del enfermo cuando la tiene turbada y ama tener los ojos bajos, e tener cuidado sin saber de qué, e estar penoso e vagar y suspirar, e sentir queje en el corazón, e oscurecimiento e dolores de cuerpo, como no querer comer, ni tener señales de especial e acostumbrada señalada dolencia, ni saber causa nombrada; préstenle poco las comunes dolencias, e aun fállenle a veces frío, e súbito se muda en color alternándose por veces trocadas en sudores que le vienen no razonables, e luego dejan, e aprietan las manos, esconde los pulgares e bosteza a menudo, e tiene el oír más agudo que antes y extrisense del vientre; tales accidentes muestran daño de ojo haber estado causado”.

También tenemos otra forma de perjuicio indirecto, que es la de aojar a una madre lactante, produciéndole la retirada de la leche, con lo cual la criatura acusa una desnutrición con todas sus consecuencias, y con la ganancia, si fallece para el día lo, que, si es criatura no cristianada, su alma errabunda es capturada por el maligno para sumarla a su legión.

El cuadro clínico actual característico es el de vómitos de repetición, dolor de cabeza, inapetencia, gran hipotonía muscular con caída de la cabeza-sobre el hombro, se entiende-, debilitamiento general, convulsiones o alferecía (epilepsia), somnolencia, agitación, delgadez extrema, sensación de “pararse la comida en el estómago”, bostezos o lagrimeo, y profanamente descrito, el éxito de los niños víctimas del mal es el de “reventao”. Esto desde el punto de vista pediátrico, viene a corresponder al cuadro de la cetosis aguda o acetona la cual por aumento de cuerpos cetónicos en sangre produce una parálisis intestinal, con gran distensión de las asas y alarmante abultamiento del abdomen.

También se dice que los aojados se “secan”. En la historia de “El Buscón Don Pablos”, Quevedo relata, que contemplando el hambriento la muestra de una pastelería dice: “puestos en él los ojos le miré con tal ahínco, que se secó el pastel como un aojado”. Quién sabe, si también la textura y delgadez del “hojaldre” aparte su raíz latina, pudiese tener una relación anecdótica con este símil.

En la clasificación expuesta de los “aojadores involuntarios”, es común la existencia de una ética con un encanto por su consideración y sutileza, digna de relatar.

Conocedora la persona de realizar el perjuicio al infante, le procura una forma solapada de maltrato; una vez que le tiene próximo le abraza, entonces le pellizca o aprieta contra sí, de forma que la criatura al experimentar una sensación desagradable o dolorosa, rompe a llorar huyendo y rehuyendo de la presencia de aquel ser, que al final y al cabo no está haciendo más que preservarle de sí mismo, aunque con ello consiga la aversión de aquella criatura de por vida.

Es creencia de que las personas poco agraciadas físicamente, no sufran del mal; el maestro Gonzalo Correas comenta la frase: “a esa no la aojarán”; se emplea con los que tienen la cara fea.

Por ello, Jacinto Polo de Medina en una silva dedicada a una vieja muy fea que pedía le rezasen los Evangelios para el mal de ojos, se burlaba de ella diciendo:

 

“Que no ha clérigo, fraile o sacerdote

En la Iglesia, visita, plaza o calle

Que no llegues solícita a rogalle

Que te santigüe y te bendiga

Y el Evangelio de San Juan te diga

Porque el ciego, gibado, manco o cojo

Cuanto te miren no te tomen ojo”

 

O sea que podemos concluir que al menos de “aojo” … no se mueren los feos.

También es usual la creencia de que a través de un contacto físico sofocante (abrazo desmesurado), si la constricción no va acompañada, en lugar de falsas zalamerías y alharacas de, augurios de poder – ¡Eres el más grande!, de irradiación luminococalórica, que una el control Universal con el monopolio de su administración por posesión – ¡Sol Mío! -. Bien, si todo ello no lleva intercalado el augurio y deseo de protección divina como “Dios te bendiga” o “Que Dios te guarde” – empleado muy usualmente en las extensiones manchegas – ¡Ojo1, que en ello puede haber mal del mismo por el que se mira.

Esta misma frase empleada por muchas personas como clave del inicio de una conversación incluso telefónica sin tener presente físicamente al interlocutor, puede tener el mismo efecto protector.

Todo ello viene a convertir una vez más, el que, en la alabanza desmesurada, es y seguirá siendo en la creencia popular, acreedora de desconfianza en todo aquel humano no excesivamente estúpido o fatuo.

De idéntico modo que a los humanos, aunque conservando las naturales diferencias; puede afectar el mal a los seres vivos de otros reinos, los clasificados con el descalificativo de “irracionales”. Hasta el punto, que con una gran frecuencia durante el curso de la investigación local que he llevado a cabo durante un año, me las veía y deseaba para reconducir los interrogatorios hacia la afectación de seres humanos, ya que, cualitativa y cuantitativamente, parecían tener mayor importancia el riesgo que corrían los animales que sus dueños; especialmente cerdos y vacas, sobre todo estas últimas. Es explicable que, en una economía rural, la pérdida de uno de estos animales no solo por su valor de venta, sino por los productos que puede aportar al hogar, es una auténtica tragedia económica.

Concretamente hay una influencia nefasta sobre los productos lácteos por ejemplo el caso que describe en un establo, en el que “la leche de las vacas aparecía en cuajarones, adheridos a las vigas del techo” u otro caso en el que se relata que al ser ordeñadas “brotaba sangre de las ubres en lugar de leche”, o la “imposibilidad de obtener crema del producto de su ordeño”, etc.

También la afectación puede ser sobre la salud del propio animal; que se desgana, muestra inapetencia, se echa en el suelo y muere finalmente por inanición.

Siguiendo esta línea de investigación rural, inquirí sobre la posibilidad de efectos inanimados, concretamente útiles de laboreo, tractores, bombas de elevación de agua para riego, grupos electrógenos, etc.; recordando la historia de don Camilo y Peppone, en la que el tractor regalada al pequeño pueblo italiano, por la Unión Soviética, se niega a arrancar hasta que es bendecido por el buen cura, a petición del alcalde comunista.

En los países anglosajones no obstante existe la creencia de unos espíritus menores de la maquinaria y herramientas; los “Grenlims”. Unos geniecillos que durante muchos años fueron benefactores de la humanidad a través del funcionamiento mejor de sus herramientas, incluso inspiraron numerosos inventos a Benjamín Franklin en sus experiencias eléctricas, y otro escocés Héctor O’the Clyde atrajo la atención a James Watts hacia la fuerza del vapor haciendo saltar la tapa de una cacerola en la que hervía agua.

El ser humano ignoró la ayuda subliminar que le prestaron estos sectores, lo cual agrió la actitud de aquellos, cambiándola entonces de sentido y dedicándose a complicar el funcionamiento de todas las herramientas, instrumentos y máquinas introduciendo el llamado EG (Efecto Gremlim); lo cual hace que cuando se va a introducir un clavo en la pared el martillo sufra una inexplicable  desviación hacia el dedo pulgar de nuestra mano, la colocación de un nudo indestructible en la trayectoria de una sierra al  intentar cortar un tablón, o que al pintar un techo, la pintura escurra por el mango de la brocha y el antebrazo del pintor, también sujeta la palanca expulsora de la tostadora para que la rebanada de pan se queme, y altera la proporción de agua fría y caliente cuando estamos haciendo uso de ella; y un sinfín más de pequeños tormentos domésticos similares.

El primero en identificar dicho efecto EG  fue un piloto llamado Prunne, de la Royal Air Force, durante la II Guerra Mundial; dándose cuenta de las inevitables averías de la maquinaria justo cuando más falta hacían no pudiendo ser imputables a defectos mecánicos ni humanos, descubrió tras de una minuciosa investigación que el principal característica del EG es la acción sobre un componente muy secundario, lo que garantiza que un mecánico llegue a desmontar por completo un motor antes de descubrir que la avería se podía haber corregido…apretando un simple tornillo.

TRATAMIENTOS

A lo largo de esta exposición hemos ido considerando el maleficio descrito, con el mismo protocolo con el que se imparte la docencia de las disciplinas sanitarias en la Facultad de Medicina. Primeramente, la referencia, luego el cuadro clínico en sí y, por último, hemos de exponer la parte resolutiva contra dicho mal, el tratamiento.

Al igual que en cualquier entidad nosológica o enfermedad, también aquí es aplicable una terapéutica muy actual; la “Medicina Preventiva”, y el diagnóstico precoz, que en este caso van unidos y se convierten al mismo tiempo en curativos como ya veremos más adelante.

A la cabeza de ellos se encuentran, como no, los “talismanes”, amuletos de gran belleza, como los que más adelante exhibiremos.

La génesis del primer amuleto, creo, según tesis personal, que se origina, al pie del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal; en donde, al perder Adán y Eva la inocencia, y junto con ella la aparición de la razón, muere la espontaneidad y aparece como reacción más inmediata la sorpresa de la propia desnudez, la cual les habría pasado desapercibida hasta entonces; de inmediato, el primer instinto es de cubrir determinada zona equidistante en su cuerpo; tal vez por sus peculiaridades anatómicas, aditamentos capilares… con ello sobreviene la pérdida de la felicidad llamada a partir de entonces “paradisiaca”, la cual, siguiendo hacia atrás esta línea, solo es posible recuperar a través de la pérdida de la razón; por ello, llega a nuestros pueblos desde Oriente, la creencia de que “locos e iluminados”, eran personas mágicas por estar privados de razón, y tratados por todo el mundo con especial consideración y respeto.

Hemos dejado a nuestros primeros padres, tal como el resto de sus descendientes venimos a este mundo -desnudos- al pie del árbol dichoso, y cubriendo o “protegiendo” de sus miradas, sus recién descubiertas vergüenzas; ¿con qué?, pues con la primera protección que se le vino a mano, precisamente esa, la mano.

Ya tenemos el primer amuleto que lo sigue siendo a lo largo de toda la Historia, incluso la del arte. En las cuevas de los hombres de Cromagnón, antes que los animales y las escenas de caza, cercanas a la boca de la cueva-vivienda, aparece el perfil de una mano abierta, ornado por la pintura que la siluetea; ya se confiere entonces a la mano el doble cometido de primer útil o instrumento de trabajo, laboreo, arte y defensa, y, por ende, el de carácter mágico-protector.

A lo largo de la historia de la evolución la hemos de ver profusamente representada hasta nuestros días, con una gran frecuencia incluso y sobre todo en el islam, como gozne o articulación de la jamba de la puerta, para ejercer la protección de la vivienda desde su entrada.

Asimismo, el número impar que corresponde a los dedos de una mano es el 5, cifra benéfica por antonomasia, que conjura al resto de los otros números adversos, como el pérfido 6.

También la mano adoptando una posición característica, de asomar el pulgar entre el índice y el corazón, forma una figura de intención claramente sexual; que, asemejando una penetración, invoca el principio de la vida, que anula las fuerzas adversas del mal. Estos amuletos llamados “higas ofigas”, hechos de diferentes materiales como veremos, son muy usados en los niños pequeños para protección del mal de ojo; sobre todo los realizados en azabache, que es creencia en Cantabria que la manecilla confeccionada en este tipo de piedra al ser aojado el infante se parte, antes de que el al rompa el corazón de la criatura.

En el norte de África, existen multitud de joyas que tienen un doble propósito; uno de demostración de riqueza y el otro mágico-protector, sobre todo contra el mal de ojo; ya que este es considerado como una de las principales causas de desgracia, enfermedad, ruina…

Champault y Verbrugge, entre los medios que describen para protegerse de este mal, refieren una serie de figuras puntiagudas y cortantes (todo cuanto pueda perforar y cegar -como cuerno o puntas-; y lo que desvíe la mirada del posible aojador, cegándolo momentáneamente con sus destellos, como los espejuelos, cuentas de cristal, placas de plata, etc.).

Una señora portuguesa conocedora de la facilidad con que los productos lácteos se afectan por el mal, para colar la leche, la pasaba por el filo de un cuchillo a fin de “cortar” literalmente el posible mal.

Personalmente, tuve ocasión de observar la frecuencia con la que pendían del cuello de algunas vacas, un pequeño cuerno, como un “seguro mágico”; no obstante, me extrañó el ver que solamente lo llevaban algunas de ellas; ante la pregunta extrañada del porqué de esta diferencia, se em explicó que solamente le colocan este amuleto a las que son lecheras, ya que son las únicas expuestas a la envidia ajena, tal como pueden ejercérsela las personas que llevan gafas (nuevamente aparece el gafe); a lo que precisé que si yo -que las uso- no podría suponer en aquel momento un riesgo para aquellos animales, a lo que con absoluta seguridad mi interlocutor respondió: Con Ud. No hay peligro, porque no tiene ganado propio y por lo tanto no puede envidiar las vacas de los demás. Definitivo, ¿no les parece?

También los mares pueden ser surcados por el aojo; de ahí la razón de que desde la antigüedad, a los lados de la proa de las naves, fuesen colocados, de gran tamaño y muy llamativamente polícromos, dos ojos (uno a cada lado), que miran intensamente hacia adelante; su misión es chocar con los ojos enemigos que sedean el daño de la nave, y así, dado que son pintados y no experimentan fatiga, hacen ceder cualquier mirada humana, rindiéndole la pupila.

Es tradición acceder por vez primera el nuevo hogar los recién desposados, llevando el marido en brazos a la esposa; esta antigua costumbre se debe a que de esta forma la recién casada no pisa el posible mal de ojo lanado presuntamente al suelo del acceso a la casa, por personas envidiosas, con ánimo de producir esterilidad de la pareja, en la novia.

También se confieren poderes de talismán a las “camisas maravillosas” que en el siglo XIV hacían invencible a quien las llevara; por lo que su uso estaba prohibido a los participantes en desafíos o juicios de Dios y Honor.

Más reciente y concretamente en el caso de la persona que preside esta Academia, por su doble condición de gemelo y sietemesino, sus camisetas usadas, eran solicitadas a su madre, como un preciado remedio para la erisipela. Sanador de la rabia y del “cólico miserere”, mediante la imposición de las manos y con las consabidas calidades premonitorias que suelen ser usuales en las parejas de gemelos.

También se emplean los amuletos cromáticos “que denomina Salillas”, consisten ellos en colocar en un lugar bien visible de la criatura, algo que concentre la primera mirada del aojador sobre ello, desviándola del resto de la víctima, y “descargando” de esta forma la virulencia de la primera mirada, que es la dañina.

De ahí, los lazos vistosos cogidos con un corchete en el escaso pelo de las niñas; los lazos de colores no solo en los humanos, sino también en las plantas, como las macetas de flores galanas, o la cáscara de huevo ensartada como una sinrazón, en la caña de una maceta de claveles o alhelíes.

Asimismo, los corales se les confiere una acción mágico-protectora. Puede ello estar justificado como protección cromática, al contrastar su color rojo vivo sobre el fondo negro de la vestimenta, tan usual dicho color negro entre el sexo femenino de la población mediterránea.

Ahora bien, el rey de los amuletos, el más extendido de todos; son los conocidos “Evangelios”; su influjo es místico y no cromático, ya que van ocultos bajo la ropa del infante y los cuales se suelen retirar una vez cristianado, ya que entonces cuenta con la protección divina. Ocasionalmente, estos amuletos pueden ser también “odoríferos”, ya que pueden contener algún trozo de ajo que, unto con la sal, son sustancias que desagradan por su sabor al diablo y sus seguidores, de tal modo que no forman parte del sazonamiento de los platos que se sirven en los banquetes de los aquelarres. De hecho, un amuleto casero, confeccionado de urgencia que me fue relatado por una abuela que veía a su nieto en precario, fue elaborado con miga de pan, sal y ajo.

Usualmente, los evangelios suelen consistir en una bolsita de raso, preciosamente bordada con hilos y lentejuelas de oro y planta, conteniendo en su interior 5 páginas diminutas (nuevamente aparece el número 5) de las Sagradas Escrituras. Son famosos por su arte los confeccionados por las monjas Clarisas de Mula.

También existen plantas con poderes sagrados, como el acebo; pues sus hojas pinchosas, con sus frutos pequeños y redondos de un vivo color rojo, representan la corona de espinas que ciñó Cristo, con las gotas de sangre que brotaron de su frente santa.

También la “ruda” tiene poderes curativos, incluso en dolencias hepáticas, al orinar sobre ella y dejara que seque, dándosela, posteriormente, a comer a una cabra.

No es indispensable ni preceptivo el que la persona que realiza “el diagnóstico y sanamiento” tenga unas características peculiares. No obstante, el poseerlas confiere una “gracia innata” que favorece al que las practica. Como pueden serlo las circunstancias de haber nacido en Viernes Santo, ser bautizado con el Cirio y haber guardado la Vigilia Pascual la progenitora; o cuando, como dicen que ocurre cada 100 años, coinciden el Viernes Santo y la festividad de la Encarnación.

También se describe otra cualidad más rara, y creo que médicamente imposible; que es el haber llorado tres veces dentro del vientre de la madre, y no haberle sido revelado a la interesada hasta su edad adulta, por ella misma. También pueden contarse algunos caracteres somáticos peculiares, como los dedos de los pies montados, la cruz del paladar, que es usual en los humanos, el mellizo que nace segundo, personas que no les pican los alacranes, etc.

La aportación social de mi experiencia en la provincia de Murcia, ha sido sobre la superficie total de dicha comunidad; visitando un total de 32 localidades y habiendo entrevistado a más de un centenar de saludadores, ensalmadores, sanadores, impositores de manos, visionarios, maniacos religiosos, místicos, enviados divinos, gitanos, locas… , aprovechados y frescos, y una gran mayoría de gente bienintencionada, sencilla, generosa, con un ánimo de servicio a sus semejantes digno de alabanza y que no cobra estipendio alguno por sus servicios; no obstante, lo mismo que cualquier profesional de la Sanidad no rechaza el obsequio de los pacientes agradecidos, aunque nunca o casi nunca, lo piden o insinúan; en gran parte , obtienen su compensación a través del status mágico y de respetabilidad que obtienen en el entorno donde residen, lo cual es humano por otro lado.

Psíquicamente, son personas sencillas y sin complejos, creyentes y practicantes, cuya habilidad y el conjuro, usualmente, les ha sido transmitido por un antecesor, seres que han llevado una vida sencilla, sin haber experimentado altibajos en sus propiedades, ni en situación de enfermedad, embarazo, desarreglos hormonales o periódicos, con una vida onírica normal; en algún caso ha habido visiones producto de sugestión más frecuente en los de nivel cultural más bajo. En algunos casos, relatan dolor de cabeza después de hacer el conjuro, o experimentar los síntomas del afectado al iniciar el diagnóstico, “mirar si hay mal”, notando si está o no ausente o en algunos casos si se realiza con un mechón de cabello sujeto entre los dedos “sienten como si los pelos saltaran entre ellos o estuvieran electrizados”.

Es usual un signo positivo en el sanador, de que existe mal, el bostezar repetidamente al tiempo que lagrimea con profusión y, o estornudar con reiteración, al tiempo que realizan cruces delante de su boca abierta para evitar el aspirar los malos influjos (de ahí la costumbre, estética aparte, de tapar con la palma de la mano la boca, durante el bostezo, evitando la entrada de los mismos maleficios, fenómeno muy frecuente de observar en las personas que en los atardeceres de la huerta, cargan con la monotonía repetitiva de llevar la guía del santo rosario).

Una vez “mirado” y confirmada la existencia de la afectación, se dispone el menester para realizar el conjuro o arte de la “lecanomancia”, que se le llama al comportamiento de las sustancias vertidas en el agua.

Se dispone un tazón o plato blanco con (agua en algunos casos se le añade sal), un candil con aceite de oliva, ya que su color contrasta más, la existencia o no de llama encendida va en gustos, confiriendo en el primero un carácter más místico al rito. Acto seguido, el saludador se santigua y tomando con el pulgar de su mano derecha, formando una cruz con el índice, un poco de aceite y dejando deslizar las gotas sobre el dedo cordial de o bien la mano izquierda del afectado por ser la más próxima al corazón, en otros casos sobre la mano dominante o la que trabaja sobre la mano derecha, indistintamente. El aceite resbala a lo largo del dedo, cayendo sobre la superficie  del agua desde el extremo de la uña;  en este instante pueden ocurrir dos hechos físicos, que el aceite, mezclándose con el agua, desaparezca sumergiéndose en ella, en cuyo  caso es signo inequívoco de que hay y persiste el mal; o bien, que al cabo de repetir el rito y conjuro, las gotas permanezcan sobrenadando la superficie del agua y  no se unan entre sí, en cuyo caso el maleficio ha cesado.

Esto puede repetirse nueve veces al día, repartidas en tres grupos de tres, cambiado cada tres el agua, y arrojándola al sol, bien contra una pared o al piso de la calle, con la particularidad que al secarse habrá desparecido cualquier posible resto del mal, peros sigue siendo arrojada al suelo, y pisada accidentalmente por alguna persona “gafe”, esta perderá de inmediato su capacidad para hacer el mal en adelante, ya fuera voluntaria o involuntariamente.

El conjuro se repite de esta forma cotidiana, y junto con el rezo de un Credo en cada ocasión; y si llegado el primer viernes después de haber iniciado el tratamiento y el mal no hubiera remitido, el sanador advierte de la dificultad con la que se encuentra, aclarando que se trata de una caso “muy fuerte” no garantizando, a partir de entonces, su éxito y sugiriendo en un rasgo ético encomiable, el intentar con el doliente otros método más de este mundo, como la asistencia o el traslada a un centro sanitario para ser atendido para la ciencia de los hombres.

De idéntica forma se hace con los animales o personas ausentes; en el caso de que exista dificultad para manejar una pata o pezuña o la persona se halle distante, se obtiene un mechón de pelo, realizándose con él el mismo rito, y una vez finalizado, en el caso de los animales, dicho mechón es envuelto en una bola de miga de pan, haciéndoselo tragar al bicho.

A las plantas se les realiza de idéntica manipulación con una de sus hojas afectadas y en el caso concreto de los pavos, ya pueden imaginar por dónde se les deja deslizar la gota de aceite, por la porción más peculiar de esta ave, el llamado “moco de pavo” … ¡Que no es cualquier cosa!

Dependiendo de uno u otro lugar o personas, se cree que, si el conjuro es dicho en voz audible, fuera de la fecha sagrada del Viernes Santo, se pierde automáticamente la “gracia”. No obstante, he podido observar que se trata de una cuestión de tipo personal, de confianza en uno mismo y en sus posibilidades, ya que, en localidades distantes entre sí, solamente por el ancho de un río, en una se atesoraba herméticamente el rezo y en otra se obtuvieron tres versiones distintas.