En las últimas semanas, la oleada de casos de viruela del mono ha despertado titulares alarmistas en diferentes medios periodísticos y de comunicación, aunque de plano se ha descartado una vinculación terrorista a este brote de viruela, y desde la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) han lanzado un mensaje de tranquilidad, ello no quita que, aunque el bioterrorismo es a día de hoy algo impensable, o de difícil incursión, no sea una amenaza imposible.

El uso de las armas biológicas se remonta a los orígenes de las civilizaciones, que hacían uso de agentes químicos y biológicos para declinar a su favor las batallas. Enfermedades como la peste, el cólera, ántrax o incluso la viruela, han sido usadas desde la Edad Antigua hasta nuestros días en diferentes conflictos bélicos, causando enfermedad y muerte a su paso, y afectando a las personas, haciendo aún más cruenta la guerra.

Pero ¿qué entendemos por amenaza biológica?, el Departamento de Seguridad Nacional, en su última Estrategia, lo entiende “(…)como el empleo deliberado de agentes patógenos, toxinas o elementos genéticos u organismos genéticamente modificados dañinos por parte de Estados, individuos, redes criminales u organizaciones terroristas”.
Pero aun cuando no hay voluntad criminal de introducir el agente infeccioso en la comunidad, este puede aparecer de diferentes maneras como el tráfico ilegal de la fauna y flora salvajes, los riesgos del comercio internacional, o los efectos de la propia globalización, que pese a sus grandes ventajas, ha favorecido la introducción de enfermedades endémicas que antaño eran propias de determinadas regiones, y que ahora pueden expandirse sin conocer fin, provocando la enfermedad y poniendo en jaque el sistema sanitario.

La crisis del coronavirus ha evidenciado que nuestro sistema sanitario no está preparado para situaciones pandémicas como las vividas, como tampoco lo está para enfrentarse a atentados de carácter biológico, que puede desencadenar una verdadera y potente amenaza a la Salud Pública, de la que debemos estar preparados.

Nuestro país fue consciente de lo peligroso que podía ser el uso de las enfermedades como armas contra la población civil y militar, razón por la cual fue estado signante de la Convención de 10 de abril de 1972 para la Prohibición de las Armas Bacteriológicas y Toxínicas (CABT), con más de 180 Estados parte. Un Convenio más centrado en un contexto bélico entre países, con una mirada centrada en la Guerra Fría, que quizás no tenía tan presente el escenario terrorista.

Desde entonces han sido múltiples los organismos nacionales e internacionales que han alertado de estas potenciales amenazas en manos de organizaciones criminales. Ya en el año 2003 la Unión Europea hizo su Estrategia contra la proliferación de armas destrucción masiva y sus vectores, aprobado por el Consejo de 9 de diciembre de 2003, que apoyaba la aplicación de la Resolución 1540 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y que obligaba a todos los Estados a aplicar y adoptar leyes con medidas que prevengan la proliferación de armas de este tipo con finalidades terroristas.

La crisis del coronavirus ha evidenciado que nuestro sistema sanitario no está preparado para situaciones pandémicas como las vividas, como tampoco lo está para enfrentarse a atentados de carácter biológico

En España ha sido una amenaza recurrente, en el Informe del año 2013 de la Estrategia Española de Seguridad Nacional ya alertaba del riesgo de que bandas armadas y terroristas obtuvieran sustancias químicas, biológicas, radiológicas, o incluso nucleares, para emplearlas contra estructuras vitales y población civil.

Y no estamos ante un escenario novedoso, Japón ya se enfrentó en los años 90 a un atentado de gas sarín en el metro de Tokio que acabó con la vida de 14 personas, dejó a varias decenas en estado vegetativo, y hubo más de 6.000 heridos por intoxicación. Sin olvidarnos de los ataques de Ántrax del año 2001 que, a través del sistema postal público de los Estados Unidos, causó una veintena de contagios y varios muertos.

La gripe A, la crisis del Ébola, o recientemente la situación del coronavirus, ha dejado en evidencia que el sistema de Salud Pública mundial no está preparado para grandes brotes de enfermedades infecciosas. Ya en el año 2014, la OMS señaló que los actuales sistemas sanitarios tenían problemas para enfrentarse a epidemias de larga duración, y que se tardó demasiado tiempo en reaccionar ante la pandemia del Ébola, reconociendo la necesidad de mejorar los sistemas de vigilancia y coordinación internacional, con una mayor capacidad y flexibilidad de respuesta, resaltando que la mayoría del personal sanitario no estaba preparado en las medidas de control epidemiológico y el uso de equipos de protección individual.

Pese a ello, seis años después llegó la COVID- 19 y los tiempos de reacción fueron lentos, se tardó mucho en actuar, dejando a nuestros sanitarios, y a la población civil en general, expuesta a un virus que entonces poco conocíamos, y que tuvo nefastas consecuencias para la vida de millones de personas y sus familias.

El Instituto Elcano alertó en el año 2020 en varios estudios estratégicos que la situación pandémica mundial del coronavirus podría tener cabida en el ideario terrorista, pudiéndose enfrentar a potenciales escenarios bioterroristas. Y el pasado año, en la edición anual 67ª de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN se aprobó un informe sobre la “amenaza del bioterrorismo en la era post-COVID”, donde se anunciaba la necesidad de que los países occidentales se preparasen para posibles incidentes biológicos.

En esta línea, en julio de 2021 el Parlamento Europeo hizo un Estudio sobre la “Preparación y respuestas de la UE a amenazas NRBQ”, donde hablaba de prevención y preparación de los gobiernos nacionales para este tipo de incidentes, señalando que una actitud preventiva “(…) tiene costes muy inferiores a los de una respuesta tardía”, advirtiendo del “riesgo creciente de un ataque NRBQ”.

Y en el caso de nuestro país, el Real Decreto 1150/2021, de 28 de diciembre, por el que se aprueba la Estrategia de Seguridad Nacional del año 2021, reconoció que la amenaza biológica “(…) por parte de Estados, individuos, redes criminales u organizaciones terroristas, supone una amenaza real con posibles consecuencias catastróficas”.

Lo que evidencia que, en estos últimos dos años, importantes organismos internacionales y nacionales han sido conscientes de esta potencial amenaza, y en esta senda la gestión de la salud se tiene que ver desde dos perspectivas: la sanitaria propia de la cartera competencial de la Salud Pública, eminentemente en manos de las comunidades autónomas, y la de la Seguridad Pública, competencia exclusiva del Estado.

El Gobierno de España lleva tiempo negociando con los diferentes partidos de la oposición la aprobación de la nueva Ley de Seguridad Nacional, donde puede que tenga cabida las posibles amenazas de Salud Pública, que tienen especial relación con el campo de la Seguridad. Y parece que aún falta mucho tiempo para que veamos la nueva Ley, donde va a contemplarse una reserva estratégica de material sanitario, y una mayor coordinación y cooperación entre todas las agencias nacionales y regionales implicadas en estos dos grandes campos, la seguridad y la salud de los ciudadanos.

El Partido Popular en esta línea, registró el pasado mes de mayo, una Proposición no de Ley “para el refuerzo de la preparación ante futuras pandemias y otros incidentes biológicos”, donde establecía 12 acciones que el Gobierno debería tener presente de cara a amenazas de este tipo, con materia de prevención y preparación ante potenciales riesgos, y sugiere la “elaboración y práctica de protocolos unificados, interoperables, y coordinados entre autoridades sanitarias, de Defensa, y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”.

El estudio “COVID-19 y bioterrorismo” del Real Instituto Elcano, en sus conclusiones recomendó que los estados nacionales tomen medidas de prevención, detección y respuesta temprana, añadiendo una cobertura de los sectores sociales vulnerables y del mantenimiento de la seguridad pública, con programas de anticipación y emergencia coordinados a nivel nacional e internacional, en especial en el marco comunitario, complementado con iniciativas regionales enmarcadas en estrategias globales. A ello yo añadiría una mejora de la formación en este campo, más investigación pública, la reserva de material farmacológico y sanitario que pueda contener y mitigar eventuales propagaciones víricas, un mayor impulso a la farmacia militar, para que no vuelva a pasar lo ocurrido con la escasez de EPIs y mascarillas, o la habitual lenta coordinación y cooperación entre administraciones, autonómicas y estatales.

Pero no ayuda que en los próximos años disminuya el gasto público en Sanidad, los problemas ya recurrentes en la Atención Primaria, por no hablar de la falta de epidemiólogos y de inspectores de salud pública, garantes de la salud animal y humana, y que algunos servicios sanitarios no cuentan con materiales ni equipos NRBQ.

Señores gobernantes, la crisis del ébola de 2014 ya nos dejó claro que las enfermedades infecciosas pueden poner en apuros nuestro modelo de vida, y si bien es cierto que fue una lección aprendida y que se construyeron en muchos hospitales nacionales aéreas de aislamiento y enfermedades infecciosas, seis años después llegó una pandemia que nos devolvió un duro golpe de realidad, y nos demostró lo importante que es nuestra Sanidad.

El futuro que nos depara no es muy esperanzador. Los expertos internacionales son tajantes, y aunque no debe imperar el miedo, esta no va a ser la primera gran pandemia que presenciemos, y si a ello se unen las amenazas potenciales y deliberados con el uso de patógenos y materiales biológicos, la situación dibuja un porvenir preocupante.
El sistema actual de respuesta de alertas sanitarias tendría en la actualidad serias dificultades para prevenir, combatir y aminorar riesgos de esta índole, un peligro silencioso que puede tener nefastas consecuencias para la vida tal y como la conocíamos. Por ello, es momento de actuar ahora, antes de que sea, de nuevo, demasiado tarde.