“Vale más saber alguna cosa de todo que saberlo todo de una sola cosa»
Blaise Pascal

Entre aquel dicho de mi familia que decía que hay que servir para un roto y para un descosido y el multiskill de hoy en día han pasado tres generaciones. Unas cuantas más desde el origen del término. El anglicismo superfluo que tan poco me gusta utilizar viene a ser la polivalencia de toda la vida. Polivalencia tiene su origen en el griego y está formada con raíces latinas: el prefijo polys (mucho) y valere (permanecer en plenitud de fuerza, salud y vigor). En nuestro idioma, polivalente se aplica a lo que resulta valioso en diferentes situaciones o que ofrece varias prestaciones. Lo polivalente, por lo tanto, tiene valor (es importante o útil) en distintos contextos. La expresión “vale igual para un roto que para un descosido” sigue usándose para aludir a quien resulta muy útil por sus habilidades, por lo que puede desempeñar funciones o actividades muy diversas.

En cualquier empresa están definidas las funciones que se desempeñan en cada uno de los puestos y las habilidades necesarias para ello. En nuestros hospitales también, las funciones están claras, las habilidades para desempeñarlas no tanto. En todo caso lo están con un nivel de detalle dispar que pasa desde definiciones genéricas a muy específicas. ¿Dónde encontramos el equilibrio entre la exhaustividad en la definición de funciones y la generalidad de estas?, ¿entre la especialización y la polivalencia?

Al hilo de este tema, suelo mencionar a menudo la definición de funciones recogida en el Estatuto Marco del personal al servicio de las instituciones sanitarias para la categoría profesional de celadores. Se trata de una Ley del año 2003 que mantiene vigentes, a los efectos de funciones de este personal, las recogidas en el antiguo Estatuto preconstitucional del año 1971. Estamos hablando de 50 años desde que se definieron esas funciones y continúan siendo el marco de referencia para el trabajo de estos profesionales en todas excepto en dos de nuestras comunidades autónomas. Pues bien, esta norma define 23 funciones diferentes para esta categoría y finaliza con una que expresa literalmente: “también serán misiones del celador todas aquellas funciones similares a las anteriores que les sean encomendadas por sus superiores y que no hayan quedado específicamente reseñadas”. Con esta contradicción entre el excesivo detalle y la indefinición generalista es posible que nos encontremos con gran variedad de interpretaciones y situaciones o casos extremos, desde el profesional que en un momento determinado puede alegar que la función de transportar cajas de un sitio a otro no está recogida en ninguna de las 23 y se niega a hacerlo, hasta el que acaba siendo el hombre (o mujer) orquesta, el personaje del circo que sirve para todo. También se puede dar el caso de necesitar celadores altamente especializados en la movilización de pacientes politraumatizados o parapléjicos y no disponer en los puestos necesarios de tan valiosos profesionales. La consecuencia lógica del desequilibrio entre las generalidades y la excesiva especificidad es que se termina, al fin y al cabo, gestionando voluntades.

Deberíamos potenciar en mayor medida la polivalencia de los profesionales

En estos tiempos de pandemia no nos hemos parado a pensar en muchas definiciones de funciones, la gente se arremangaba y hacía y aportaba donde podía, debía o quería. Se ha puesto muy en valor el significado de la polivalencia en nuestros hospitales y se ha revelado como fundamental para afrontar la crisis sanitaria. Hemos tenido oftalmólogos y optometristas haciendo PCRs, neurocirujanos apoyando residencias de ancianos, especialistas de hospitales reforzando la Atención Primaria y viceversa, bibliotecarios complementando registros de pacientes, administrativos o financieros transportando material y vacunas, todos ellos integrados en equipos multidisciplinares para dar lo mejor de sí mismos en esta lucha.

El debate entre la especialización versus polivalencia es un clásico en los foros de gestión de talento. La especialización excesiva cobra protagonismo con la Revolución Industrial y el apogeo de las fábricas. Cada trabajador se convertía en parte del engranaje de una gran máquina especializándose en tareas únicas de modo que se volvía más experto en ella y por lo tanto más productivo. Se mejoraba así la eficiencia de la fábrica en su conjunto. El gran problema que empezó a surgir fue que los trabajos repetitivos, al ser monótonos y tediosos, empobrecen a los profesionales y, la consecuencia de ello era la disminución de la satisfacción de estos, su motivación y finalmente hacían caer la productividad.

Aunque nadie duda de que existe una amplia gama de trabajos técnicos que requieren de gran especialización y muy especialmente en el sector sanitario, hoy en día es indiscutible que la polivalencia ofrece beneficios tanto para el profesional como para la empresa. Por una parte permite a los profesionales adquirir nuevas habilidades y competencias, les hace más versátiles y con capacidad para adaptarse a diferentes entornos y asumir nuevos retos. Para las empresas supone contar con personas preparadas para desarrollar su actividad en un contexto y al ritmo que marcan las exigencias cambiantes que plantea el sector en el siglo XXI.

La polivalencia no significa realizar tareas de áreas totalmente diferentes a las que desempeña habitualmente el profesional. Obviamente un fisioterapeuta no puede asumir responsabilidades de un anestesista y tampoco debemos confundir la polivalencia con la necesidad de entrenar a nuestros profesionales para actuar de hombres orquesta. No, pero si debiéramos aprender de las lecciones que nos deja la pandemia y potenciar en mayor medida la polivalencia de los profesionales. Seguramente esto les evitará miedos e inseguridades a la hora de afrontar situaciones imprevistas y también nos beneficiaremos en mayor medida de sus capacidades y potencial para prestar una mejor asistencia a nuestros pacientes.