“No hay algo que conozcamos que no provenga de la percepción de los sentidos, de la comprensión del alma y del entendimiento de la mente”. Aristóteles

Solo sé que no sé nada. En la tarea de continuar con la serie de artículos dedicados a los sentidos basados en la descripción básica de Aristóteles, descubro que no terminaría con un quinteto tal y como presupuse al inicio. Ni siquiera son uno más sumando el famoso sexto sentido. Leyendo a Elena Sanz en la publicación Muy Interesante, descubro que serían muchos más. A los cinco clásicos se suman, hasta completar once, el sentido magnético, el de la gravedad, la termorrecepción, la nociocepción (o percepción del dolor), la propiocepción (percepción del propio cuerpo) y el vomeronasal (algo así como un detector de feromonas). Algunos más controvertidos, otros menos, en cualquier caso, todo un serial de pretender utilizarlos todos como excusa argumental para reflexionar sobre talento y Sanidad. Finalicemos por tanto la saga dedicando esta última aproximación a mi sentido favorito: el olfato, el que Diderot define como el más voluptuoso de todos ellos y el que, personalmente, me resulta más evocador.

En comunicación y también en otras disciplinas, el olfato se asocia a la intuición, al saber interpretar. En nuestro pasado remoto era el sentido más importante para sobrevivir. Cuando la supervivencia dependía del olfato, era fundamental retener perfectamente el origen y localización de los olores y la emoción relacionada con cada uno de ellos. Intuición, emociones, saber interpretar y comunicar son nociones claramente relacionadas, en el contexto sanitario, con el concepto de humanización.

Estamos acostumbrados a conocer y aplicar el concepto de humanización en la prestación de la asistencia sanitaria. Con él solemos referirnos a prestar especial atención a la dignidad personal de nuestros pacientes. Para conseguirlo diseñamos estrategias de abordaje integral que tengan en cuenta no solo los aspectos biológicos, sino también los psicológicos, sociales y conductuales. En definitiva, pretendemos una atención más centrada en la persona y en su entorno.

Por analogía, deberíamos aplicar esas mismas estrategias integrales y de humanización a la hora de abordar las políticas de Recursos Humanos en nuestras organizaciones sanitarias. En el desempeño profesional, la persona cultiva su realización como ser humano. Es importante por tanto orientar el foco, cuando de profesionales se trata, hacia sus necesidades emocionales, afectivas o sociales. Según la psicología positivista, el conjunto de habilidades, destrezas y conocimientos que conforman el capital humano es esencial para el crecimiento y bienestar de la población y en ello, las competencias profesionales juegan un papel fundamental. No basta con tener en cuenta únicamente los aspectos más instrumentales de la función laboral. Si nos ceñimos únicamente a ello tendremos profesionales que trabajan, pero no estaremos rodeados de equipos de trabajo motivados.

En gestión del talento, el olfato se relaciona con competencias tales como la prudencia, la toma de decisiones y la capacidad de análisis. Las virtudes aristotélicas sirven como fundamento de muchas de las competencias profesionales actuales. La prudencia, como virtud intelectual y moral, es el campo de acción del saber práctico y esencia del conocimiento directivo. La capacidad de análisis está relacionada a su vez con varias competencias: organización y planificación, pensamiento crítico, resolución de problemas, etcétera. Nos permite conocer en profundidad los entornos y realidades a las que nos enfrentamos y construir nuevos conocimientos. La toma de decisiones, cuyo fundamento es el saber práctico, es una de las competencias más características de la dirección y en ella participan en simbiosis los saberes teórico y técnico. Con el saber técnico asociamos las competencias de la creatividad, la comunicación y el trabajo en equipo. Los sentidos del olfato y del gusto están íntimamente relacionados y, a su vez, el vocablo “saber” está relacionado con el de “sabor”, con la acción de “probar” las cosas y descubrir a lo que “saben”. En su acepción más amplia, el saber es un contacto con la realidad con el fin de distinguirla y entenderla. Como colofón a esta amalgama de sentidos y competencias podemos sumar a nuestros once, el sentido común, el que ha sido llamado el menos común de los sentidos y esencial en aspectos relacionados con el liderazgo, la toma de decisiones o la resolución de conflictos.

El distanciamiento entre humanismo y ciencia, la mercantilización de las profesiones y la especialización del conocimiento nos llevan a un concepto empobrecido de la profesionalidad, limitando el término “excelencia profesional” a la competencia científica y técnica. Apliquemos nuestro sentido más evocador para evitar esta reducción simplista, tengamos olfato para detectar los cambios y afrontar, por ejemplo, esa brecha entre humanización y digitalización a la que nos enfrentamos y que causa inseguridad y miedo a profesionales y pacientes.

“Intuición, emociones, saber interpretar y comunicar son nociones claramente relacionadas en el contexto sanitario con el concepto de humanización”

Hemos repasado, relacionadas con nuestros sentidos, un buen puñado de competencias a desarrollar para perfumar con aroma de humanización la gestión de las personas que trabajan en nuestros centros sanitarios. Pongamos alma al hacer las cosas y utilicemos esos once (o doce) sentidos para ello.