Cmo el perro y el gato…, bueno, como el dedo y el dato en nuestro caso. A matar. Así se llevan ambos conceptos si lo trasladamos a muchas aplicaciones de nuestra realidad nacional, en general y, específicamente, en sanidad.

Es nuestra forma de vida actual siempre que hay un proceso de toma de decisiones, desde la unidad familiar hasta las organizaciones sanitarias públicas y privadas.

Y no digamos hasta qué máximo extremo cuando se trata de las propias consejerías de sanidad de nuestro territorio nacional.

Ya anticipo mi modesta opinión. Entre el dedo y el dato, sin duda elijo el segundo, con todos sus defectos, que también los tiene, pero, por lo menos, es más objetivo.

En un mundo donde ya todos repetimos eso de que el dato es lo más valioso que tenemos, que será el petróleo del siglo XXI y que servirá para que, con su desarrollo, hasta nos acompañen los robots más inteligentes vía los algoritmos, desde algunas asociaciones de profesionales sanitarios se clama justamente porque a los puestos de responsabilidad se llegue mediante una carrera o profesionalización adecuada, acreditada y reconocida.

Pero eso es clamar en el desierto y resulta que siguen predominando, con grandes cantidades de dinero público en juego, las decisiones tomadas a dedo, y por “profesionales” designados así.

Eso no cambia, avance o no la Inteligencia Artificial, o cualquier otra innovación disruptiva en el mundo de la gestión sanitaria.

Y, aunque este hecho se da en ambos sectores, privado y público, quiero hacer mucho más énfasis, como es normal, en el segundo, pues afecta a todos los bolsillos de los ciudadanos por igual.

Es que, incluso en la propia definición de gestor público, aparece como dirigente aquel que administra recursos para las necesidades y el bienestar público. Luego, debe ser el mejor disponible, no el “recomendado”.

El dedo pesa mucho más que el dato, y desequilibra notablemente el balancín en cuyos extremos nos movemos los ciudadanos, y salimos despedidos hacia la oscuridad del derroche en temas innecesarios y falta o escasea lo imprescindible: sillas, mantas o medicamentos innovadores.

Cuando hablo de derroche me refiero a utilizar el dinero en múltiples cargos y duplicaciones casi de funciones que no son necesarias, o poder exigir mucho más a los ocupantes de los puestos de trabajo de alta responsabilidad. Claro que, para eso, insisto de nuevo, deberían ser los mejores.

Según he leído de algunos expertos, el dedismo es una manera de robar, porque se priva el futuro que corresponde a quien lo merece en igualdad de condiciones, por mérito y capacidad, y se le entrega a un cómplice que usurpa la vida de quien debió vivirla por derecho.

‘El datismo es una visión del mundo que considera los datos como la sustancia fundamental de la realidad’

Y no hablemos de la cantidad desmesurada de asesores externos. ¿Es que no se confía en la formación de los funcionarios de carrera en plantilla? Es también el caso de los llamados cargos de libre designación, de confianza, eventuales o, coloquialmente, los nombrados “a dedo”.

Pese a lo dicho, en este último caso, considero que, en muy pequeña cantidad, pueden ser puestos útiles para configurar unos equipos de trabajo y que, en teoría, aportan conocimientos, formación, asesoramiento y análisis, y hasta podrían dinamizar equipos ya demasiado acomodados al ritmo de la función pública. Pero deberían ser muy pocos y selectos.

Basta repasar algunas nociones básicas sobre la función pública para darnos cuenta de que a los funcionarios se les exige transparencia, neutralidad, eficacia, coordinación, cooperación e información. Pero ¿y a los eventuales?, ¿también hacen su trabajo bajo estos parámetros, o solo se dignan a equiparar su sueldo con el de los funcionarios olvidando todo lo demás?

Recordemos que el Estatuto Básico del Empleado Público afirma que solo deben ser trabajadores públicos los que desempeñan funciones retribuidas en las administraciones públicas, y al servicio de los intereses generales.

Para alegrar un poco este artículo, dado que estábamos yendo por un camino lleno de desánimo, leo en un blog andaluz denominado Aitojere una clasificación particular relativa a los tipos de “enchufe” sobre afrentas a la moral democrática y a cualquiera que sea normal, y, desde luego, a la eficacia de unos organismos, instituciones y estamentos donde deberían estar los mejores, pero están otros frecuentemente. Aquí va:

Enchufado puro: dícese de la persona afiliada a un partido político que es contratada por un gobierno del mismo partido.

Enchufado consanguíneo: dícese de la persona que es contratada por ser familiar de uno de los miembros del gobierno.

Enchufado colateral: dícese de la persona que es contratada por ser amiga o vecina de uno de los miembros del gobierno.

Enchufado saga: dícese de la persona que es contratada por ser familiar de un empleado municipal.

Enchufado solidario: dícese de la persona contratada por ser destacado miembro de una ONG.

Enchufado por presión: dícese de la persona que es contratada por ser presidente de una asociación de vecinos, hermandad, peña, etc.

Enchufado por presión consanguíneo: dícese de la persona que es contratada por ser familiar directo de un sindicalista, de un periodista, de un presidente de asociación de vecinos, etc.

Enchufado «hoy por ti, mañana por mí»: dícese de la persona que es contratada a petición de un partido político distinto al que gobierna (puede ser familiar o afiliado de un político del partido distinto al que gobierna).

Enchufado de trueque: dícese de la persona que es contratada como pago de un favor o como precio de un pacto.

Enchufado Institucional: dícese de la persona que es contratada por ser familiar directo de un cargo de otra administración pública.

Enchufado vía contrata: dícese de la persona que es contratada en un concesionario municipal por imposición del gobierno, repercutiendo su coste en la factura del servicio público.

Enchufado espumoso: dícese de la persona que asciende a un puesto para el que no tiene la formación adecuada, y su único mérito es ser afiliado del partido que gobierna o familiar/amigo/amiga de un miembro del gobierno.

Pero, como ya insinué al principio de este texto, el enchufismo no es solo entre las personas designadas, casi es más grave cuando se toma en las decisiones de gobierno.

Dediquemos ahora unas líneas al datismo.

Según Wikipedia, “el datismo es la mentalidad, filosofía o religión creada a partir del significado emergente del big data, la Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas (iOT)”. El término fue acuñado por el periodista canadiense D. Brooks en un artículo publicado en febrero de 2013 en New York Times, afirmando que el datismo es la filosofía más influyente de nuestro tiempo y defendiendo la idea de confiar en los datos para reducir los sesgos cognitivos del cerebro humano, es decir, nuestra irracionalidad a la hora de tomar decisiones.

El primer mártir del datismo fue A. Swartz, un programador y activista político que se suicidó en 2013 tras ser detenido, acusado de haberse descargado cerca de 2,7 millones de documentos secretos de la Corte Federal de Estados Unidos.

Fue el historiador israelí Y. Noah Harari, autor del best seller mundial “Sapiens”, quien reivindicó su figura e, incluso, en su libro posterior “Homo Deus: breve historia del mañana”, consideró el datismo como una nueva religión post-humanista.

Sin duda, en el mundo actual, los datos y la información son los recursos más valiosos y poderosos de la sociedad.

El datismo es una visión del mundo que considera los datos como la sustancia fundamental de la realidad. Su propósito principal es presentar datos que ayuden a mejorar la calidad de vida personal y social, utilizando el Derecho como instrumento para facilitar las relaciones. Enfoquemos, pues, los aspectos legales, tecnológicos y sociales.

En el ámbito legal, el datismo puede aplicarse a la regulación y protección de los derechos, así como a la aplicación de leyes.

En cuanto al aspecto tecnológico, el datismo se aplica a la inteligencia artificial, con sistemas diseñados para recopilar y analizar grandes cantidades de datos, para identificar patrones y hacer predicciones. Como sabemos, los algoritmos de aprendizaje automático pueden reconocer objetos en imágenes y diagnosticar enfermedades si se entrenan con conjuntos de datos grandes. Cuanta más información esté disponible para estos algoritmos, más precisas serán sus predicciones.

Según los seguidores del datismo, los datos que fluyen en la red saben más de nosotros que nosotros mismos, y los algoritmos deberían sustituirnos a la hora de tomar decisiones. El datismo no rinde culto a ningún Dios: adora los datos. La libertad de información es su mandamiento supremo, los algoritmos, sus sagradas escrituras y la Inteligencia Artificial, su sumo sacerdote.

En síntesis, el datismo defiende que el universo no es más que un flujo incesante de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos.

Para los seguidores del datismo, el cerebro humano y los ordenadores tienen una composición muy similar. Ambos se rigen por algoritmos, en el caso del cerebro los algoritmos se basan en el carbono, y en el caso de los ordenadores, en el silicio.

Según los dataístas, y muchos científicos, en los próximos años la Inteligencia Artificial será capaz de desarrollar unos algoritmos tan complejos como los del cerebro humano, y como es lógico, sin las limitaciones biológicas del hardware humano.

De hecho, una compañía inglesa perteneciente a Google, ha desarrollado una Inteligencia Artificial provista de un módulo de “imaginación” que, al enfrentarse a un dilema, es capaz de crear varias simulaciones con el objetivo de decidir entre ellas el escenario futuro más probable y tomar en base a ello la decisión más acertada. Este sistema ha sido bautizado como I2A (Imagination Augmented Agent) y ha sido probado con éxito sobre un juego de rompecabezas llamado Sokoban.

En el mundo actual, nuestra capacidad de procesamiento y almacenamiento de datos aún es muy limitada, pero dentro de no muchos años la Inteligencia Artificial será capaz de almacenar, clasificar y evaluar en tiempo real todos los datos que generamos a diario, elaborando sofisticados patrones de conducta y creando simulaciones inmediatas basadas en modelos predictivos. Plataformas como Google, Facebook, Outlook o Amazon nos conocen ya a la perfección, conocen nuestros gustos, costumbres, hábitos, preferencias…

El procesamiento de todos esos datos producirá un detallado retrato de nosotros mismos, nos ayudará en la toma de decisiones y permitirá predecir futuras situaciones con márgenes de error mínimos. El datismo ya está anunciando el futuro que viene, un futuro donde los datos fluirán con total libertad y donde nuestras decisiones las podrán tomar complejos algoritmos que sustituirán al cerebro humano. Quizás no estemos tan alejados de Matrix y conozcamos pronto las consecuencias de esta nueva religión para el futuro de la humanidad.

Que el datismo nos pille confesados…

Pero insisto, en mi modesta opinión, de lo malo, lo mejor…y yo me quedo con este datismo, sin duda, porque como dijo P. Drucker (desprovisto de interés solo monetario, claro): “la mejor forma de predecir tu futuro es crearlo”. Y yo añadiría…, “y no que te lo den hecho, regalen, sin méritos”.