Los profesionales sanitarios están en contacto directo con los pacientes y sus familiares en los momentos difíciles o de gravedad e incertidumbre por los que estos pasan, exponiéndose emocionalmente a ellos. Tanto los médicos como las enfermeras, así como otros profesionales sanitarios, pueden presentar un elevado nivel de estrés diariamente, al que hay que añadir el estrés causado por la propia ansiedad que sufren los pacientes y sus familiares ante situaciones difíciles. Esta circunstancia puede desencadenar también un mayor nivel de desgaste profesional o de burnout entre algunos colectivos de profesionales sanitarios, caracterizándose por una sensación de cansancio a la vez que por desinterés profesional y decepción; lo que redunda, a su vez, en un mayor absentismo laboral, despersonalización, insatisfacción e incluso afectación a nivel familiar y social.

El autocuidado del profesional es esencial para adquirir una experiencia saludable ante las propias emociones y para atender las necesidades de uno mismo en este sentido, que mejor repercuta también en el cuidado y en la atención que se presta al paciente. Los avances técnicos y científicos conseguidos en el área de la salud no se han producido con el mismo alcance en el área psicológica o de la esfera emocional, por lo que es importante prestar atención a las disciplinas relacionadas con el conocimiento y la gestión de las propias emociones.

Las emociones representan un papel muy importante en los fenómenos sociales en los que están inmersos los seres humanos. El término “emoción” se refiere a un estado afectivo que aparece de manera inmediata como una reacción subjetiva o psicofisiológica, a algún factor, bien sea una persona, suceso, lugar, o un recuerdo como adaptación al entorno.

En el ser humano existen diferentes tipos de emociones, así como muchas definiciones que intentan explicar lo que son y representan las emociones en las personas. Pero no existe una clasificación única de las mismas, dándose diferentes grupos o dimensiones de las emociones. Las diferentes clases de estados afectivos se podrían clasificar asimismo entre emociones primarias y secundarias. Las emociones primarias se refieren a aquellas respuestas que son universales, fisiológicas e innatas. Ejemplos de este tipo serían el miedo, la ira, la tristeza o la felicidad. Por el contrario, las emociones secundarias pueden resultar como una combinación de las anteriores y están condicionadas tanto social como culturalmente. Ejemplos de este tipo serían la culpa, el amor, o la decepción, entre otras.

El estudio de las emociones se remonta a la antigüedad, dando paso a través del tiempo al desarrollo de teorías de aproximación somática o cognitiva. Las teorías somáticas se centran en que las emociones surgen por cambios experimentados en el organismo ante una situación determinada. De esta forma, cuando se siente pena, se llora o cuando se siente miedo uno se paraliza. Las teorías cognitivas se centran en que es necesaria una actividad cognitiva (un juicio o un pensamiento) para que se produzca o desencadene una emoción. Las emociones así entendidas se relacionan con otros dos conceptos: los sentimientos y los afectos. Los sentimientos son estados afectivos mientras que el afecto se refiere a pasiones, comportamientos o inclinación hacia algo o alguien.

En la sociedad actual, la experiencia, el conocimiento técnico y el coeficiente intelectual son esenciales para desarrollar diferentes tareas. Pero una alteración emocional puede anular la capacidad del ser humano para hacer frente a determinadas situaciones y actuar de forma adecuada. Se necesita, por lo tanto, contar con unas competencias emocionales que permitan sacar el máximo partido de nuestras posibilidades.

El concepto de inteligencia emocional se da a conocer en primer lugar en el campo de la psicología, en las áreas de la inteligencia social y de las inteligencias múltiples. Uno de los primeros modelos de inteligencia emocional fue elaborado por Mayer en 1990 con la descripción de tres componentes: reconocer las emociones, regularlas y utilizarlas para actuar.

A partir de ahí, surgieron otros modelos, pero fue el de Goleman en 1995 el que adquirió una mayor difusión. Según este autor, se trata de reconocer los sentimientos propios y los ajenos para poder manejar bien las emociones y conseguir tener mejores relaciones personales. Las competencias propias de la inteligencia emocional son el conocimiento de las propias emociones, la capacidad de controlarlas y adaptarlas a la situación, saber motivarse para aumentar la creatividad, despertar la empatía y desarrollar las competencias que mejoren las relaciones personales.

La inteligencia emocional así entendida establece unas aptitudes emocionales que podrían clasificarse en dos grandes grupos: aptitud personal y aptitud social. Entre las aptitudes personales se encuentran el conocimiento de uno mismo, la capacidad del propio control y la motivación. Entre las aptitudes sociales destacan la empatía y la habilidad para relacionarse con los demás.

El entrenamiento en las competencias propias de la inteligencia emocional contribuye a habilitar el autocuidado del profesional sanitario. Por esta razón, es importante estar en contacto con las propias emociones, reconocerlas, identificar su origen y naturaleza, para poder regularlas en el momento en que sea necesario de manera consciente y reflexiva y estableciendo una conexión entre pensamiento, emoción y comportamiento. Para poder reconocer las propias emociones es necesario ser capaz de percibir y explicar dichos sentimientos de manera sincera y honesta con uno mismo. Por lo tanto, las competencias emocionales de los profesionales sanitarios hacen referencia a reconocer y gestionar las emociones que aparecen en el trabajo diario, tanto ante los pacientes y familiares como ante los compañeros u otras personas.

Existen diferentes formas de manejar las propias emociones. La forma de abordar lo que sentimos da paso a determinados comportamientos o estilos que podrían clasificarse en: consciencia sobre lo que se siente, sorprendido de las propias emociones o aceptando las mismas sin intentar modificarlas. Las personas que toman consciencia de sus propias emociones suelen ser positivos y se muestran seguros de sí mismos. Otras personas caen en sus propias emociones sintiéndose desbordados por las mismas y suelen reaccionar de manera exagerada. Entre ambos extremos se situarían las personas que aceptan lo que sienten, bien sea positivo o negativo, sin intentar modificar esa emoción.

Aprender a regular las emociones es esencial para conseguir la adaptación a las circunstancias que se viven. La regulación o control de las emociones se puede realizar mediante dos tipos de estrategias: la reevaluación cognitiva y la supresión expresiva. La primera se refiere a la reinterpretación de algunas situaciones de forma que se modifique su impacto en las, emociones. Por ejemplo, ante un paciente que se muestra irascible y poco colaborador, el profesional puede intentar ponerse en la situación del paciente y entender los motivos que le hacen mostrarse así.

La supresión expresiva está relacionada con la inhibición de determinadas emociones en el momento de sentirlas. Por ejemplo, en el caso anterior, se trataría de intentar inhibir o reprimir la reacción de rechazo o defensiva que este tipo de pacientes puede provocar. Algunos estudios han establecido una relación entre estos comportamientos; de manera que, personas con una mayor inteligencia emocional suelen utilizar estrategias adaptativas de regulación de las emociones en mayor proporción que estrategias de supresión. Se ha establecido también una relación entre el nivel de inteligencia emocional de la persona y determinado nivel de salud o bienestar, o la calidad de las relaciones personales, entre otras situaciones.

Tradicionalmente, la formación de los profesionales sanitarios se ha basado en la adquisición de competencias, habilidades y aptitudes encaminadas a la solución del problema de salud, en su vertiente clínica y científica de los mismos y muy poco en su preparación emocional. Con el paso del tiempo se ha comprobado la necesidad de aprender también cómo gestionar los sentimientos y emociones relacionados con el desempeño de la profesión, así como entender y controlar los estados de ánimo por los que pasan las personas del entorno, bien sean otros profesionales o pacientes y familiares.

Pueden darse también momentos en los que el profesional se sienta incómodo ante determinado paciente o situación. Esto puede ocurrir con personas con las que no se sienta simpatía, de edad o sexo determinado, que se muestren exigentes o desconfiados, entre otras situaciones; así como ante pacientes que estén pasando por un momento difícil, al final de la vida, ante un diagnóstico temido u otras situaciones ante las que es difícil controlar las propias emociones.
En estas situaciones, un concepto importante a tener en cuenta es la autoestima que siente el profesional. El nivel de autoestima va a influir en aspectos de la vida de la persona como su salud, las relaciones familiares, la esfera social o la esfera laboral en la que se desenvuelve. De esta forma, personas con una autoestima alta tenderán a sentirse mejor, más satisfechas y se adaptarán mejor a los conflictos o a las situaciones estresantes por las que hayan de pasar; mientras que un nivel de autoestima bajo suele estar relacionado con mayor número de problemas psicológicos y desgaste profesional.

Otra característica relacionada con la inteligencia emocional importante en el profesional ante su propio cuidado es la asertividad o la capacidad de afirmar y defender los derechos que se tienen sin ser manipulado, la capacidad de decir que no argumentando la propia postura, lo que viene facilitado por el conocimiento de uno mismo. Esta asertividad se puede entrenar. Además de la asertividad, la autorregulación adquiere también especial importancia en relación con el autocuidado del profesional.

Pero, ¿cómo puede afrontar el profesional sus propias emociones, sus dudas o sentimientos ante una determinada situación o paciente? Entre las claves para responder a esta pregunta se encuentra la formación y el aprendizaje en técnicas de autocontrol, asertividad, relajación y autoconocimiento. Los grupos de trabajo para compartir el manejo de determinados pacientes; la realización de circuitos de atención multidisciplinares, o incluso buscar ayuda profesional o legal son ejemplos en esta dirección para abordar el estrés que determinadas situaciones pueden producir en el profesional.

Otros autores han enfatizado la importancia de incluir el debriefing y otros métodos de enseñanza como el role-playing como estrategia de abordaje ante el estrés producido por la profesión, para aumentar la resiliencia de los profesionales y empoderarse ante las situaciones difíciles que algunos pacientes o la propia situación laboral pueden provocar.

Estas situaciones, así como la necesidad de autoconocimiento y control del profesional van a formar parte del clima que se establece en la relación entre profesional y paciente.