El término crisis se refiere a una situación grave y decisiva, un cambio brusco o una modificación importante de un asunto o situación que supone un alto nivel de incertidumbre. Las situaciones de crisis afectan a las actividades básicas que se realizan e incluso a la credibilidad de las personas, las organizaciones y los grupos de población a los que afectan. Ante una crisis es necesario actuar y tomar medidas urgentes que supongan una adaptación y superación de la problemática ocurrida.

Existen diferentes tipos de crisis en la sociedad: económicas, sociales, educativas, políticas, … y también sanitarias. Con el avance de la investigación en medicina y la incorporación de cada vez más sofisticadas tecnologías sanitarias, la sociedad occidental siente cómo controla el paso de los acontecimientos. Conocemos cuál es el curso natural de muchas enfermedades, contamos con pruebas diagnósticas y tratamientos innovadores, avanzamos cada vez más en la búsqueda de soluciones a problemas de salud que afectan a las poblaciones. Sin embargo, y como viene ocurriendo en la historia de la humanidad, no podemos estar preparados ante todo lo que pueda venir.

En las últimas décadas, hemos sido testigos de cómo la sociedad científica y la población en general ha reaccionado ante determinadas crisis sanitarias; ejemplos de ello han sido las afectaciones por la gripe A, en síndrome de las vacas locas, el virus del ébola o el del zica, entre otros. Hoy, nos despertamos y nos vamos a dormir cada día conociendo las últimas noticias de nuevos casos de infección por coronavirus y las medidas a tomar en caso de sospecha de infección.

Tradicionalmente, la población española ha confiado en su sistema sanitario y en sus profesionales. Incluso hoy, con el elevado número de personas que utilizan Internet para buscar información sobre salud, sigue siendo el profesional sanitario el que cuenta con mayor confianza por parte de los ciudadanos a la hora de obtener información sanitaria. Y es precisamente en tiempos de crisis, difíciles para el paciente, donde esta relación de confianza con los profesionales adquiere mayor relevancia.

Desde el conocimiento del primer caso de contagio por coronavirus en China, se han ido sucediendo un conjunto de hechos significativos en dos ámbitos que se suelen dar en paralelo en las crisis sanitarias: lo que va aconteciendo en relación con la epidemiología y la salud pública y lo que tiene que ver con el comportamiento humano y de las poblaciones.
A nivel epidemiológico, como ante cualquier caso o brote infeccioso, existen unos protocolos de actuación bien determinados. Si, como es el caso del coronavirus, no existen protocolos de actuación, las autoridades sanitarias (a nivel local, nacional e internacional) elaboran las recomendaciones y pautas de actuación necesarias ante la sospecha de nuevos casos; recomendaciones que se van actualizando a medida que evolucionan los acontecimientos. Podríamos decir que, a nivel técnico y científico, se están dando los pasos oportunos para atajar la difusión de la enfermedad.

Pero, volvamos al punto anterior, el de la confianza. Y, si bien es cierto que la población española, en términos generales, confía en su sistema sanitario y en sus profesionales, ¿qué ocurre ante una crisis de este tipo? Que se produce también una crisis de confianza. Factores como la incertidumbre, el miedo a lo desconocido o la ansiedad ante un posible contagio de algo que no controlamos; pero también aspectos como las noticias falsas, la difusión de opiniones e información no contrastada o la falta de transparencia en la información, producen un impacto negativo en algo que siempre se ha de poder preservar ante cualquier estado de crisis: la calma.

El ser humano tiende a comportarse de manera diferente en función de si se siente atacado o a salvo ante una situación concreta. Mientras el coronavirus afecte a personas vulnerables, entre las que no me encuentro, personas de edad avanzada, personas con alguna patología de base, personas de otros lugares, me permito el lujo de no hacer caso a las recomendaciones sanitarias para controlar la infección, incluso dudo de su efectividad: “¿no estarán exagerando?”. En otros casos, fruto del pánico de masas, hago acopio de enseres, alimentos, mascarillas, geles de limpieza de manos, o incluso acudo al centro sanitario ante cualquier mínimo síntoma.

Medidas como cancelar actividades deportivas, docentes o culturales son necesarias para evitar las aglomeraciones de personas y prevenir un posible contagio. Son acciones a nivel poblacional. Sin embargo, vayamos a las acciones a nivel individual. ¿Qué pasa conmigo si soy persona vulnerable, mayor o con ya alguna enfermedad? ¿Qué he de hacer si me he de quedar en casa en cuarentena por haber estado en contacto con un caso?

La información clara sobre cómo actuar en cada caso, la atención personalizada de cada situación de riesgo o vulnerabilidad, la transmisión de calma, nos dará la mejor pauta de actuación.

No hemos de culpabilizar a nadie, el ser humano (cada ser humano) se puede comportar de manera diferente ante momentos de incertidumbre. A mi modo de ver, ¿cuál sería el mensaje? La clave está en la información veraz y rigurosa, pero explicada de manera que pueda ser entendida por la población general. Información dada por los profesionales y amparados por las instituciones sanitarias, que se actualice y se difunda mediante canales serios y efectivos. Que transmita confianza, que nos ayude a entender qué hemos de hacer en cada momento y qué he de hacer en mi situación concreta. Que tengamos a quién y dónde acudir en caso de necesidad o de duda. Que nos ayude, en definitiva, a superar esta crisis y a aprender de ella.