Leyendo un informe de análisis de un evento adverso quirúrgico, pude hacer una instrospección de lo que hacemos día a día en nuestras labores dentro de un hospital, y de cómo cada uno de nosotros, dependiendo nuestras respectivas tareas, limitamos la responsabilidad a un cargo “x”.

Este artículo no se elabora con fines didácticos en cuanto a la responsabilidad de un profesional sanitario, para eso hay especialistas que nos pueden hablar de las repercusiones legales, que nacen desde la entrada de un paciente en la puerta de una emergencia hasta la salida del mismo. Más bien, lo he escrito con la finalidad de que sea una reflexión respecto a la verdadera responsabilidad que asumimos cuando decidimos dedicar nuestras vidas al sector salud.

No me refiero meramente a los que realizan labores asistenciales, también incluyo al personal administrativo, que aunque está en la sombra del servicio pueden ocasionar de igual forma daños o algún incidente, si seguimos viendo nuestras funciones de manera limitativa y aislada.

En el informe leído, se hace un breve relato de los hechos, uno de los involucrados establecía su rol dentro de la intervención, descargando en parte su conciencia en paridad a las funciones que realizó, dejando entre dicho que cada quien debe hacer lo que le corresponde, y frente a cualquier incidente presentado se descarga su culpa.

Ante esta declaración o actitud, me pregunto: ¿Qué me dice a mí, que realmente realizo todas sus funciones correctamente? ¿No está dentro de sus funciones velar por el bienestar del paciente a toda costa? ¿Cuándo debo ceder la responsabilidad de la seguridad de un paciente a otro interlocutor?

La seguridad de pacientes es el “esfuerzo para reducir el riesgo para abordar incidentes y accidentes que pueden afectar negativamente a los usuarios de los servicios de salud” (Aranaz-Andrés JM, 2010), y toda organización y miembros que forman parte de ella, que establezca dentro de sus líneas estratégicas la calidad asistencial, debe de velar por la seguridad de los pacientes.

Sabemos que la atención asistencial es una de las actividades con mayores riesgos, y es por ello, que los hospitales deben de actuar de manera proactiva en la elaboración de sus mapas de riesgos que permitan detectar los procesos que se ejecutan día con día. Sin embargo, partiendo de que existen todas las normativas y elementos para detectar esas amenazas, el talento humano sigue jugando el papel trascendental en este sentido.

El cómo nosotros, siendo miembro de un equipo, asumimos esa cultura de calidad y seguridad del paciente independientemente del rol o función que tengamos frente a un paciente. El famoso ejemplo del queso suizo nos deja gráficamente claros de que no existen barreras fijas que permitan la protección de cada uno de los movimientos posibles. Hay miles de factores que interactúan en la cadena de atención de un paciente, que es de vital importancia asumir y digerir que nuestra responsabilidad en la seguridad de nuestros pacientes no se limita a las funciones del encargado del área o en el momento que nos toque.

Resulta indignante que, a pesar de todas las estrategias internacionales, y algunas de ellas instauradas dentro del ordenamiento jurídico nacional, sobre la seguridad del paciente, no tomemos este tema con la seriedad que amerita. La enfermera se desliga de aspectos médicos, el especialista se limita a sus conocimientos científicos y el personal administrativo vela por el cobro del procedimiento, no viendo esta interacción como un todo. Se debe de impregnar en nuestra conciencia que ofrecemos un servicio, donde lo importante es la experiencia del paciente y sus familiares bajo los lineamientos de calidad y seguridad de forma única, no de manera escalonada o por pasos.

Debemos velar segundo a segundo que nuestro paciente esté en las mejores manos, sin importar de quién esté a cargo su cuidado y de denunciar o dar llamada de alarma ante cualquier incongruencia, como no tener el brazalete de identificación, constatar que se hagan los conteos de instrumentaria quirúrgica, hacer la lista de verificación, un error en la prescripción o medicación, el uso de una abreviatura no permitida, etcétera.

No es un secreto para nadie, que cualquier estrategia dirigida a garantizar la seguridad de los pacientes tiene que basarse en el cambio cultural, por el que en vez de hablar de descuido, negligencia, culpabilidad o denuncia, se pase a analizar no quién, sino cómo y por qué ocurrió para evitar que el error se repita (García-Ruíz, 2011). El abordaje de un evento adverso se debe hacer desde una perspectiva de responsabilidad compartida entre todos los que forman parte del equipo y la organización.

Como profesionales de salud se debe asumir la responsabilidad ética con todo lo que esto conlleve, ya sea de manera implícita como explícita. Debemos abrazar la cultura de calidad y seguridad de una forma que nos resulte tan natural como cepillarnos los dientes al despertar.