Hace diez años las Dras. Lerch, la Dra. Peter y la Dra. Gastaldo, publicaron un artículo que desató un gran interés para las enfermeras y que titularon: “¿Es ética la sumisión de las enfermeras? Una reflexión sobre la anorexia de poder”. Este artículo se publicó en la Revista Enfermería Clínica Vol. 16. Núm. 5. páginas 268-274 (septiembre 2006), planteaba el razonamiento por el que se proponía la necesidad de abandonar la posición de la sumisión de las enfermeras a favor de la responsabilidad, para conseguir una práctica eficaz y capaz de responder a las necesidades de cuidado de la sociedad.

Después de quince años y tras una campaña a nivel mundial como ha sido Nursing Now, vale la pena revisión lo que se planteaba en esta publicación, reflexionar qué ha sucedido en España valorando las afirmaciones del artículo desde la mirada de 2022.

En este artículo de 2006, se ponía sobre la mesa que un gran número de autores afirmaban que “las enfermeras se sienten sin poder para influenciar en la toma de decisiones éticas relacionadas con el cuidado de sus pacientes”. En su artículo, las autoras afirmaban también que las acciones de las enfermeras en su práctica diaria o la falta de ellas, tiene consecuencias no solo para ellas o ellos mismos, sino también para las personas que cuidan.

La pregunta es, ¿cómo se hace transposición de esta afirmación en la práctica de 2022?

En el mundo asistencial existen todavía ejemplos de la restricción que se pone a la práctica enfermera, básicamente por la falta de visibilidad a su valor y autonomía por parte de la estructura organizativa hospitalaria. También a la falta de reconocimiento del efecto directo sobre el bienestar de los pacientes. Todavía tras más de 25 años de cambios, con enfermeras universitarias y reconocidas por la ley como una profesión autónoma, no se reconoce su impacto en el proceso asistencial.

Asímismo, hoy en día estamos escuchando voces que hablan de Estrategias de Cuidados que no cuentan con las enfermeras en su diseño y esto puede generar una gran confusión en la sociedad cuando no se habla del valor de los cuidados profesionales y de la aportación de las enfermeras como responsables de su gestión, planificación y ejecución tanto en las organizaciones sanitarias como sociosanitarias, siendo este perfil profesional, el garante de las personas más frágiles, débiles o dependientes aquejadas de problemas de salud y con baja capacidad de autocuidado.

Sin embargo, la realidad es testaruda, y a pesar de las dificultades que se están viviendo hoy, lo cierto es que las enfermeras y enfermeros del siglo XXI no dan ningún paso atrás para mantenerse al lado de los pacientes, aunque el legislador así lo pretenda.

Una prueba clara es lo sucedido con la ley LORE, la ley que regula la Eutanasia en España, publicada en 2021.

Ley que ha excluido en su texto a las enfermeras y enfermeros, parece ser de una manera deliberada, para que no conste de manera explícita el derecho de los pacientes a la presencia enfermera en todo el proceso del final de su vida, no ha conseguido invisibilizarnos.

Una norma que no tiene en cuenta la capacidad de las enfermeras para acompañar profesionalmente a los pacientes, ni contempla la necesidad de estos en el final de su vida de ser acompañados por la enfermera que les ha cuidado a lo largo de su enfermedad.

La norma no ha sido suficiente para que las enfermeras se alejen y dejen de hacer lo que moralmente consideran su deber, mantener la presencia cuidadora con sus pacientes.

Los pacientes que libremente nos han elegido, gracias a Leyes Autonómicas que contemplan la libre elección de enfermera, y, por tanto, que han reconocido la necesidad de nuestra elección para poder cuidar de manera eficaz, reconocen como el paciente tiene un derecho y esta realidad, supera a lo legislado.

A pesar de la decepción y las protestas de muchas enfermeras y sociedades científicas de ética, son las propias enfermeras las que no han querido dejar a sus pacientes, que las han reclamado, en el último periodo de su vida, más allá de la definición de mínimos que propone la norma.

Y aunque hayan intentado apartar a las enfermeras del proceso deliberativo, del estar con el paciente y su familia, creando un entorno acorde con sus deseos, muchas han permanecido proporcionándole sus cuidados hasta el momento final de la ejecución del proceso asistencial y no solo han llegado para aplicar un fármaco como el legislador propone en la ley.

En 2022, las enfermeras y enfermeros siguen posicionándose al lado de sus pacientes de una manera clara, una buena noticia

Así pues, en 2022, las enfermeras y enfermeros siguen posicionándose al lado de sus pacientes de una manera clara, una buena noticia.
No obstante, tal y como planteaban las autoras en su artículo original en 2006, donde decían “pensamos que las enfermeras no son conscientes de su poder, o lo subestiman, de tal forma que acaban careciendo realmente de él. Cuando las enfermeras desisten de utilizar su poder, en beneficio del de otros estamentos profesionales, probablemente estén limitando la calidad de los cuidados que sus pacientes reciben”.

Esta afirmación trae a colación lo sucedido con la pandemia del COVID y los problemas que las enfermeras pusieron sobre la mesa a partir de la segunda ola.

Las enfermeras y enfermeros denunciaban cómo se tenía que hacer algo para corregir el aislamiento de los pacientes o la falta de interacción con ellos. Esta responsabilidad ha sido y es tradicionalmente competencia de las enfermeras por estar etiquetada como problema de cuidados, pero en la pandemia, su opinión no era tenidas en cuenta y tampoco las alternativas propuestas por las enfermeras tenían eco por no estar presentes allí donde los expertos lanzaban sus propuestas, porque simplemente, las enfermeras clínicas no estaban presentes como expertas.

Así pues, seguramente persiste en el grupo de enfermería, una falta de consciencia de su capacidad y poder, porque cuando se ha ejercido, las cosas han salido bien para los pacientes, este es el caso de las comunidades autónomas como Asturias o provincias como Málaga, o algunos proyectos del País Vasco que demostraron que dar el liderazgo a las enfermeras en el diseño y gestión de estrategias concretas en la pandemia, en el medio sociosanitario y dotar de liderazgo a las enfermeras para controlar el ámbito residencial, fue una decisión exitosa porque se reconoció el conocimiento de las enfermeras y su capacidad ante la necesidad de la gestión de cuidados.

Siguiendo con las propuestas del artículo se afirma que: “Las enfermeras pasan habitualmente desapercibidas, a pesar de ser el colectivo más numeroso de los sistemas de salud occidentales”. Holmes y Gastaldo (2002) subrayan la percepción del sentimiento de no ser tenidas en cuenta y de ser víctimas de las instituciones que ellas mismas han ayudado a construir, administrar y mantener. Y esto, se reprodujo en la pandemia, a nivel hospitalario y a nivel comunitario.

Y aquí, parece ser que poco se ha avanzado, estamos en la era del cuidado y en las propuestas del autocuidado, elemento diseñado bajo las teorías de la Dra. Dorotea Orem, una enfermera, pero terceros pretenden como elemento de valor, fragmentar el cuidado, considerando que el cuidado básico puede ir, por un lado, y el cuidado instrumental y el cuidado complejo por otro.

Esta manera simplista de ver las necesidades de cuidados como un sumatorio lineal que tiene como consecuencia diseñar nuevas ocupaciones que no son la solución, desconoce que no se pueden aplicar dichos cuidados, sin entender el valor de la visión integral y holística donde la necesidad radica en que el plan de cuidados este correctamente diseñado y ejecutado.

Se requiere de enfermeras y enfermeros para su gestión, planificación y saber que la ejecución debe estar supervisada, liderada y en ocasiones, ejecutada por enfermeras y enfermeros universitarios o por enfermeras y enfermeros especialistas o que desarrollan practica avanzada, tal y como sugiere el CIE, dependiendo de las necesidades individuales de cada persona.

Todo lo que últimamente se lee respecto a figuras para coordinar y supervisar algunos profesionales miembros del equipo de enfermería, no es otra cosa que fragmentar lo que no se puede fragmentar porque la seguridad del cuidado se basa en su integración bajo la supervisión, la gestión y planificación de la enfermera que es quien valida el plan de cuidados, una vez valoradas las necesidades de la persona y su entorno próximo, y es quien determina en quien delega o no la ejecución de las tareas del plan.

En esta realidad no cabe la fragmentación porque todo cuidado requiere evaluación y de un plan de entrenamiento de la capacidad de autocuidado que va desde la sustitución y a la capacitación para el cuidado de uno mismo.

Recordando lo que Lunardi Filho (1995) decía “que las enfermeras experimentan sentimientos de impotencia, se sienten insignificantes, ignoradas y culpadas por los malos resultados cuando no se les dan herramientas para la ejecución de los mismos o por errores que ocurren en la asistencia al paciente”, sin las suficientes enfermeras que den cobertura a las necesidades reales, porque no deciden y han de trabajar con los recursos que se les dan. Esto trae como consecuencia, desmotivación, desinterés y falta de compromiso con la Organización que tarde o temprano se vera afectada.

En esto todavía queda camino, tal y como se ha visto en Nursing Now, hay una falta de conocimiento de las organizaciones sobre lo que son las necesidades de cuidados y en consecuencia, las necesidades de enfermeras para los sistemas de salud del siglo XXI en nuestro país.

Yarling y McElmurry (1986) describen como, durante el siglo XIX, a los estudiantes de enfermería se les enseñaba que “su trabajo debía estar basado en una obediencia absoluta e incuestionable”. Hacia el final de la II Guerra Mundial, en los códigos deontológico de la Asociación Americana de Enfermeras, se empieza a contemplar una mayor autonomía profesional y un cambio en las relaciones de dependencia, que pasa a centrarse en los pacientes. En la revisión del código de la Asociación Americana de Enfermeras, realizada en 2001, no solo insiste en la defensa de los pacientes, sino que también resalta las obligaciones que las enfermeras tienen para con ellas mismas, como la responsabilidad de preservar su integridad y su seguridad.

También se afirma en el artículo de 2006 que cuando las enfermeras aceptan trabajar en condiciones en las que no pueden poner en práctica lo que han aprendido, están negando sus creencias y sus valores y, probablemente, dejando de respetar a sus pacientes.

¿Qué consecuencias puede tener esto en las relaciones enfermera-pacientes? ¿Quién se beneficia de las actuales relaciones de poder?

Worthley (1997) explica cómo algunos profesionales niegan tener poder o, como mínimo, subestiman el poder que ejercen y al hacerlo, evitan tener que asumir responsabilidades o tener que tomar decisiones, escudándose en la autoridad tradicional (Rubin, 1996).

Ante nosotros aparece entonces el legado de Nursing Now, que propone cuatro líneas de trabajo que deberíamos exigir que se conviertan en realidad:

Adecuación de la práctica enfermera, promover el liderazgo de las enfermeras para que estén donde se toman decisiones, mejorar la capacitación de las enfermeras para alcanzar su posición con mayor autonomía y mejorar las condiciones laborales.

Sin duda, este desarrollo permitirá dar mayor visibilidad a la potencialidad de las enfermeras y enfermeros en su contribución a la sostenibilidad y también, propiciará el asumir mayor responsabilidad, si previamente se ha trabajado en el sistema la aceptabilidad de su rol.

Así pues, con este artículo he querido llamar la atención de las propias enfermeras, de los gestores y de las autoridades diciéndoles que se está volviendo pasos atrás, sin considerar que las enfermeras en España son un valor para las organizaciones y su sostenibilidad.

No contar con las enfermeras repercute negativamente en los ciudadanos, en su salud y bienestar y maltratar a las enfermeras invisibilizándolas y fragmentando su responsabilidad no traerá ningún beneficio más allá de hacer que todo lo conseguido a partir de 1977, cuando en España se decidió tener enfermeras universitarias y no enfermeras de Formación Profesional, con una visión de futuro, que fue una decisión acertada y que no se puede olvidar, desaparezca.

Esta decisión se tomó por políticos con visión para que las enfermeras asumiesen mayor responsabilidad, y supusiesen una solución para el medio comunitario, sociosanitario y mayor seguridad para los ciudadanos en el medio hospitalario. Se consiguió mayor autonomía y liderazgo ante la complejidad de los cuidados, buscando mejores resultados y crecimiento en la innovación, es importante que esto no se olvide.

Por estas razones, y teniendo en cuenta los antecedentes no se puede seguir ignorando a las enfermeras y enfermeros españolas y no debería de tirarse a la basura lo que tanto nos ha costado a todos conseguir como sociedad. Después de 15 años de la publicación del artículo, lo cierto es que hemos avanzado poco, incluso se vislumbra cierto retroceso.