«El día a día nos come”. “Seguimos centrados en lo urgente sin abordar lo importante”. Son frases que de forma constante escuchamos en nuestros entornos de gestión sanitaria. Afirmaciones que alcanzan una validez casi insultante en los momentos actuales, donde la sostenibilidad del sistema sanitario, la incertidumbre en la captación de talento y la evolución de las listas de espera son lo que atrae nuestra mirada, nuestro pensamiento y muchas, demasiadas veces quizás, nuestro corazón.

La Unión Europea se encuentra en un estado pre-bélico, con un incremento histórico y escalofriante del gasto en la estructura defensiva. Las consecuencias de este incremento del gasto en defensa se verán de forma inmediata en nuestra capacidad de inversión en salud. No solamente esto, sino que nuestro sistema debe también adaptarse a la hipótesis real, por lo que manifiestan de forma reiterada nuestros gobernantes, de una situación de guerra abierta; que no necesariamente será muy lejos de nuestro territorio. Por otra parte, la presencia de altos cargos de la OTAN en entornos empresariales sobre infraestructuras y suministros es cada vez más frecuente, advirtiendo de la imperiosa necesidad de preparar dichas infraestructuras y cadenas de suministros para un inminente conflicto armado, que puede afectar de forma brutal nuestra capacidad para la prestación sanitaria.

Se produce en paralelo y de forma no menos alarmante, un cambio constante de los marcos en los que se debe prestar asistencia en salud. Acabo de regresar de un país en “estado de excepción energético”, lo que viene a traducirse en cortes del suministro eléctrico de 8 horas diarias en todo el territorio nacional. ¿Somos conscientes de lo que supone esta circunstancia para la prestación sanitaria? ¿Nos podemos hacer una idea del costo para el desarrollo económico del país? Todo por tener una estructura energética basada exclusivamente en la energía hidroeléctrica. El cambio climático y la sequía han hecho el resto.

Mucho más cerca, al menos físicamente, la grave crisis energética que estamos aun padeciendo en Europa sigue marcando las cuentas de resultados y los presupuestos de las instituciones sanitarias, grandes demandantes de energía, grandes consumidores con poca conciencia de ahorro y necesidad de recursos inmensos para la gestión de residuos. En pocos lugares del planeta se generan tantos residuos como en un hospital de los países más “desarrollados”.

‘Nuestra responsabilidad es la salud de la población’

Ya lo dice Andrew Winston “We live in a fundamentally changed world. It is time for your approach to strategy to change, too.” Pues bien, entre el 16 y el 19 de abril ha tenido lugar en Kuala Lumpur (Malasia) el sexto encuentro anual sobre salud planetaria en cuyo entorno se ha presentado el Roadmap  de la salud planetaria, un documento de gran calado y que, sin ninguna duda, marcará un antes y un después en diversos ámbitos de la gestión sanitaria. Dicha guía se ha centrado en tres grandes áreas de cambio: gobernanza, educación y participación del sector privado. Siendo para mí de gran interés la lectura completa del documento, quisiera llamar la atención especialmente sobre la implicación de la empresa privada en la evolución de la salud para toda la población, para toda la humanidad. Sin la implicación del entorno productivo, seguiremos resolviendo problemas de salud de forma reactiva, sin ir a los orígenes reales de la falta de salud; de nuestro bienestar. Es, pues, determinante la incidencia en el gobierno, la incidencia en una educación que resulta básica para llegar a una sociedad en la que se integre completamente la preservación de la salud como actitud de vida, como misión misma de la actividad humana; pero aún es más importante la implicación de la actividad económica de los países en un desarrollo que tenga su horizonte en la salud planetaria. La estrategia de las organizaciones, también de las organizaciones sanitarias ha de estar preparada para el cambio continuo, para la modificación permanente y para la elasticidad de las organizaciones. No podemos seguir creando estrategias a 5 años que limiten sustancialmente nuestra capacidad de reacción ante cambios importantes, 5 años es una eternidad en la realidad actual. Los planes estratégicos que incorporan los parámetros sobre los que tenemos certezas, han de ajustarse aún más a las incertezas, a todo aquello que en nuestro entorno asistencial puede cambiar, de hecho, está cambiando. La falta de suministros y roturas de stocks son cada vez más frecuentes; las demoras para la adquisición de material tecnológico crecen; las tensiones internacionales afectan a nuestros centros asistenciales de forma palmaria; y el cambio climático supone además de una tremenda desgracia, un reto tanto asistencial como de planificación, gestión y adaptabilidad.

Ciertamente, aquello que no se planifica no se ejecuta, por lo que es imprescindible tener un plan. Si bien es cierto, igual de imprescindible que el plan son las alternativas, las adaptaciones rápidas, efectivas y eficientes de dicho plan a las realidades con las que nos podamos encontrar. No podemos fallar, la falta de recursos, la falta de medios, la falta de condiciones adecuadas, todo ello puede acontecer, pero nuestra capacidad de resolución de problemas ha de ser tal que siempre mantengamos nuestro objetivo al alcance de la mano. Nuestra responsabilidad no es exclusivamente gestionar la prestación sanitaria, no lo olvidemos; nuestra responsabilidad es la salud de la población.