La revisión del actual modelo de atención residencial de los mayores, el cambio del patrón de la demanda sanitaria que la cronicidad supone, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y la necesidad de una eficiente utilización de los dispositivos sanitarios refuerzan el papel de la atención y cuidados en el domicilio en un futuro inmediato.

Si atendemos a nuestra demografía, con alrededor de 4,5 millones de personas mayores de 80 años aquejadas de pluripatologías en un elevado porcentaje y que desearían mayoritariamente permanecer en su domicilio de tener opción, podemos identificar una demanda que debería ser tributaria de recibir en este, y en su entorno familiar, la respuesta adecuada.

Esta debe contemplar a la familia, también como objeto de su atención. El papel de cuidador informal y su peso afectivo es un elemento de valor a preservar.

Las proyecciones de futuro no son halagüeñas. Si en 1998 podían cifrarse en 6 los potenciales cuidadores informales por persona mayor de 80 años, en 2018 la cifra era de 4,6 y la previsión es de 2 para el 2040.

La atención domiciliaria como nivel de resolución, más allá de su coste efectividad en innumerables procesos, tiene como valor añadido el satisfacer las necesidades de las personas manteniéndolas en su entorno. Tiene también un importante rol de prevención primaria y secundaria tanto en los aspectos sanitarios como en los sociales, añadiendo proactividad a un modelo asistencial aún muy reactivo.

Más allá del cuidado de los aspectos sanitarios ligados a la evolución de las enfermedades crónicas que la persona padece, la fragilidad que dichas enfermedades añaden requiere de unas prestaciones que van más allá de las sanitarias. La llamada respuesta integral y en el domicilio aparece en muchas ocasiones como la alternativa a la institucionalización de pacientes frágiles o a la hiperfrecuentación de servicios sanitarios o sociales.

Los actuales modelos de atención domiciliaria adolecen aún de una adecuada integración y de una clara definición. Clásicamente no ha sido considerada ni una prestación en sí misma, ni un nivel de resolución. El adjetivo domiciliario se ha venido aplicando por el lugar en que se realiza la prestación y no porque esta tenga una naturaleza propia.  Es la modalidad de una prestación.

Las prestaciones sanitarias en el domicilio han ido progresando tanto cuantitativamente como cualitativamente. La hospitalización domiciliaria es un ejemplo con un importante papel de la Asociación Española de Hospitalización Domiciliaria (AEHD), como lo son los programas de atención y equipos de apoyo (PADES) o la atención domiciliaria desde la Atención Primaria (ATDOM) con los valores de prevención primaria expuestos por las asociaciones de Enfermería Familiar y Comunitaria. También hemos avanzado con la oxigenoterapia, la rehabilitación e incluso la diálisis.

En el ámbito social, el Servicio de Ayuda a Domicilio (SAD), dentro del nivel primario de servicios sociales que compete a los ayuntamientos, aporta la cobertura de las necesidades domésticas de las personas. Los llamados servicios de teleasistencia cumplen con la función de atención inmediata y también preventiva de las personas con un elevado grado de dependencia. En el mercado podemos encontrar también muchas empresas privadas de Atención Domiciliaria.

La prestación de servicios de atención sociosanitaria se muestra, pues, muy segmentada.

La interacción entre los servicios sanitarios y la atención social es, hoy por hoy, insuficiente y deberían estar conceptualmente integradas funcionalmente sin distinción de una u otra. Experiencias con resultados positivos en algunas áreas sanitarias de diferentes CCAA así lo avalan.

La integralidad, en primer lugar, de las prestaciones sanitarias en el domicilio y en segundo lugar de estas con la atención social son un reto al que nos vamos enfrentando poco a poco. Aunque lo recogen Planes de Salud, Planes de Atención a la Cronicidad o Planes Específicos aún estamos algo alejados de una verdadera integración e integralidad de la atención que haga real la denominación de sociosanitaria.

“La interacción entre los servicios sanitarios y la atención social es, hoy por hoy, insuficiente y deberían estar conceptualmente integradas funcionalmente sin distinción de una u otra”

Nos encontramos con un crecimiento sostenido en los últimos años de la demanda de atención domiciliaria motivada, como decíamos, por el envejecimiento y la mayor esperanza de vida acompañado de la cronificación de muchas enfermedades y por la preferencia de recibir la atención, en la medida de lo posible, en el domicilio.

Las personas con pluripatología aumentan y también la necesidad de un abordaje multiprofesional y multidisciplinar integral e integrado. El efecto de muchas patologías sobre los niveles de autonomía personal requiere de una dependencia de terceros. De no estar bien resuelta esa compensación redundará en una peor evolución de la patología que, a su vez, aumentará el grado de pérdida de las capacidades propias de la persona para su vida habitual. También en sentido contrario, un insuficiente abordaje de las patologías crónicas que la persona pueda padecer va a favorecer su progresión y un aumento de su dependencia.

Siempre va a ser necesaria una valoración dual e integral para determinar las necesidades y el plan de actuaciones adecuado e individualizado que las cubra. La dimensión sanitaria debe atender a cuantificar la valoración de la dimensión clínica y terapéutica en curso o a aplicar de la enfermedad o enfermedades que la persona padece. Pero también la capacidad funcional y cognitiva, así como otras dimensiones como la emocional o la nutritiva.

La valoración social debe ocuparse de la dimensión de la convivencia y de las relaciones familiares y sociales, para analizar la capacidad y disposición de cuidadores informales. No hay que descuidar el grado de alfabetización digital de estos y de la persona.  Es preciso valorar las condiciones su entorno interior y exterior del domicilio, así como sus valores y preferencias con relación a la toma de decisiones personales o a la intimidad.

Puestas en común las dos valoraciones, la sanitaria y la social, podremos establecer el plan integral y personal preciso con los objetivos perseguidos y su seguimiento.

La atención requerida puede ser de corta o media duración si hablamos de la recuperación de la situación funcional previa afectada por una patología aguda o la agudización de una crónica. Regresar al punto de partida de la capacidad en hacer frente a las actividades básicas de la vida debe ser el objetivo.

Pero esa capacidad puede requerir de una atención continuada con diferentes grados de intensidad en las actuaciones a realizar, especialmente en pacientes crónicos complejos y en pacientes con afectación de su salud mental.

En todos los casos, con mayor o menor complejidad, deberán intervenir los profesionales y las disciplinas de estos que sean precisas para dar respuesta no solo a las necesidades de la persona afectada, sino también a los que con ella convivan. Estas necesidades son de especial intensidad en personas con enfermedades crónicas muy avanzadas y en sus últimos 12 meses de vida.

La atención domiciliaria concebida como integrada e integral, requeriría de una identificación clara en las políticas sanitarias para superar la de una modalidad de prestar un servicio y alcanzar la categoría de nivel de resolución interprofesional e interdisciplinar en un dispositivo que es el domicilio teniendo a la persona y a su entorno más inmediato como centro.

Uno de los puntos a reforzar de la atención domiciliaria es el hacer del cuidador formal un profesional cuya formación se adecúe a la especificidad de la tarea a realizar junto a los profesionales sanitarios y los trabajadores sociales. También las empresas dedicadas a la atención domiciliaria de carácter social deben evolucionar. Aún queda un recorrido entre proveer cuidadores o proveer servicios como refiere un estudio del Instituto Coordenadas de Gobernanza Aplicada y Economía Aplicada.

La ausencia de reconocimiento profesional y las condiciones laborales hacen aumentar la escasez de personal cualificado.

De acuerdo con las necesidades futuras la atención domiciliaria integral debe ser considera en las políticas sanitarias y sociales como un nivel de resolución o como una prestación singular que es coste-eficiente, pero que sobre todo aporta los niveles de calidad de vida que solo el domicilio y el entorno afectivo disponen.