No es solamente una estrofa de la canción de Karina en “En un mundo nuevo”, es una reflexión sobre lo que nos vamos a encontrar dentro de poco tiempo en nuestra vida cotidiana, personal y profesional, y en nuestra relación con otras personas.

Quienes no vivimos la Guerra Civil Española ni la Segunda Guerra Mundial, ni ninguna otra guerra (Balcanes, Oriente medio …) no podemos entender las consecuencias y sensaciones que esta “pandeguerra” contra el COVID-19 va a traer a nuestras vidas. No es cuestión de ser catastrofista, sino realista, con un nuevo modo de vida que no hemos conocido y que va a modificar el presente.

En estos días estamos recordando una charla que Bill Gates dio en 2015 en TED, en la que advertía que la mayor amenaza a la que se enfrentaba la humanidad no era un misil ni una bomba nuclear, sino un microbio que pudiera provocar una enfermedad infecciosa que provocara millones de muertes de seres humanos en el mundo.

Es cierto que se ha invertido muchísimo dinero en la preparación de ataques y contraataques nucleares, terroristas, por el dominio del mundo en cuestiones materiales o territoriales, pero ante la situación del COVID-19 no es que los sistemas de los países o del mundo no funcionaran; el verdadero problema es que no teníamos ningún sistema.

Desde que apareció la enfermedad en China (sin entrar a valorar las distintas informaciones sobre su origen y creación), más o menos en noviembre de 2019 -aún sin precisar, porque no convenía darle publicidad-, nadie realmente se ocupó de investigar -como sistema- su origen y sus consecuencias; solamente había una información marginal sobre algo que ocurría en un rincón del mundo.

No hay un sistema mundial capaz de analizar in situ y en tiempo real el origen del virus. Tener preparados una legión de investigadores , sanitarios, equipos humanos de apoyo en todas las disciplinas, materiales, de protección y sanitarios, a nivel mundial, que se pudieran poner en marcha con los medios necesarios para combatir cualquier posible pandemia, supone una gran inversión económica del mundo y estas inversiones no tienen rédito político ni económico, con lo cual, ¿quién va a querer poner dinero para que bien la OMS o cualquier otra organización mundial esté preparada para casos como el COVID-19?

Decía un militar de la UME que un hospital de campaña no se improvisa, que están en formación permanente para ponerse al servicio de los ciudadanos con mucha rapidez. No dudo que los científicos del mundo estén constantemente trabajando en multitud de investigaciones y que descubrir una vacuna sea mucho mas complejo que montar un hospital con 1000 camas, pero en estos momentos es cuando nos damos cuenta que no se invierte lo suficiente bien en investigación.

En España existe el SCReN (Plataforma de Unidades de Investigación Clínica y Ensayos Clínicos) que presta servicios en el apoyo metodológico, farmacovigilancia, estadística y gestión de datos, así como en la gestión global de proyectos, monitorización y gestión administrativa. Además, coordina casi 100 ensayos clínicos y consta de 31 unidades de investigación y se encuentra con la paradoja, que grupos de científicos ensayan terapias que necesitan los pacientes, pero que no interesan a muchas empresas por falta de rentabilidad. Y yo me pregunto si algún grupo de estos científicos estaba ensayando e investigando sobre “coronavirus”.

No en todos los países se actúa de la misma manera, ni al mismo tiempo, ni con los mismos recursos, ni con los mismos impactos, porque cuando ocurre una tragedia como esta los “dueños temporales del país” se afanan en improvisar soluciones que, además, no perjudiquen su imagen política, ni a su país, ni a su entorno mas próximo en función de sus intereses. Con sus imágenes apareciendo en medios de comunicación lo que realmente transmiten es “sálvese quien pueda” o “los muertos son el precio que tenemos que pagar”, dejando la gestión real del problema en manos de los países, las comunidades, las provincias, las ciudades, los pueblos o incluso las propias familias.

A partir de ahora el COVID-19 ya no será un punto y aparte en nuestras vidas, sino un punto y seguido; es decir, estaremos a la espera de cuándo vendrá la siguiente “pandeguerra” y cómo será. La actual situación nos plantea muchas preguntas que hasta la fecha no nos habíamos formulado. Después de pasar bastante tiempo sin salir de nuestras casas, ¿cómo será el primer día en que podamos hacerlo?, ¿habrá poca gente por la calle?, ¿llevaremos mascarillas y guantes?, ¿mantendremos un remanente de alimentos en nuestras casas?, ¿cómo nos miraremos unos a otros? …

Cuando volvamos a coger nuestro coche o el transporte público y regresemos a nuestros trabajos y rutinas no sabemos cómo vamos a saludar a los compañeros, cuánto tiempo nos va a costar recuperar nuestra antigua velocidad de crucero y, sobre todo, cómo vamos a gestionar nuestras propias tragedias o las de las personas de nuestro alrededor. Tragedias como la pérdida de seres próximos y queridos a los que el COVID-19 se ha llevado por delante sin haber podido acompañarlos durante sus días de ingreso en los hospitales, sus agonías, su traslado a almacenamientos colectivos y posterior incineración, sin saber bien cuándo se devolverá la urna con sus cenizas. Y también tragedias económicas de pérdidas de empleo, cierres de empresas, etcétera.

Esto sí que va a hacer que realmente nuestra forma de ver la vida se transforme. El mundo seguirá evolucionando, se producirá mas energía de la que necesitemos prácticamente a coste cero, se conseguirán nuevos avances científicos, biotecnológicos, ordenadores cuánticos, inteligencias artificiales, vehículos autónomos e incluso voladores, robots que nos cambiarán las costumbres y nuevas tecnologías que nos harán la vida más cómoda y … ¿más feliz?

La actual situación nos plantea muchas preguntas que hasta la fecha no nos habíamos formulado

Cambiará la forma de relacionarnos. En mis viajes por distintos continentes y países siempre me sorprendió que los saludos eran distintos y variaban mucho en función de la distancia interpersonal. En Asia suele ser una reverencia sin contacto físico con las manos en forma de plegaria. A medida que nos vamos aproximando a nuestro entorno empieza a aparecer algún beso, como en Rusia; beso o mano entre ellos y reverencia con ellas. En Europa del Norte, mano o saludo, pero no beso; y en el Sur ya aparecen más besos en los saludos, incluso últimamente ya han aparecido los abrazos de cortesía. En Estados Unidos saludo con la mano, beso y contacto de puño. En Latinoamérica, el beso y abrazo efusivo son casi diarios, sobre todo en Chile y Colombia, pero también en otros países en los que el contacto físico es habitual, como en Brasil, Argentina y en los países caribeños.

Seguro que a partir de ahora habrá menos contactos físicos, llevaremos una mascarilla en el bolsillo, guantes de látex transparentes y tendremos material suficiente en nuestras casas para poder, al menos defendernos del siguiente virus … y nos seguiremos sintiendo tan desprotegidos como lo estamos en estos momentos, porque los intereses económicos y políticos del mundo siempre estarán por encima de la salud y de la vida de los ciudadanos.

También tendremos más sensibilidad solidaria con las personas que viven y trabajan a nuestro alrededor, más para sentirnos protegidos que para proteger.
Valoraremos más a aquellas personas anónimas, con salarios muy ajustados que están dando la cara como auténticos campeones y que hasta ahora pasaban casi desapercibidos y aprenderemos a tratarles con más respeto, porque hasta ahora eran casi invisibles en nuestra vida cotidiana.

Los niños y los más jóvenes, habrán vivido esta situación como un juego o un paréntesis en su vida, como si esto no fuera con ellos, mientras que en algunos países para afrontar estas “pandeguerras ” ya se han planteado la eutanasia en vida a partir de determinada edad, para ayudar a vivir a los mas jóvenes, y ya sabemos por donde empiezan estos hechos, como aquel hombrecillo de bigote que no tenía ni carisma, ni formación y al que todo el mundo despreciaba y que la lió en Europa el siglo pasado.

Quedaremos como una generación marcada, como la de los abuelos de la postguerra o la de los supervivientes de otras guerras recientes y miraremos de reojo a nuestros conciudadanos para ver cómo se comportan. Aunque conminemos con canciones, aplausos, vítores, mensajes de alegría y esperanza, siempre nos quedará la duda sobre lo que va a venir y la experiencia de lo que hemos vivido.

Todo ello sin impedirnos que volvamos a ser felices en este mundo nuevo, pero de otra forma, con una cicatriz en el corazón, que no nos va a impedir vivir, pero que ya siempre la vamos a tener.