“Al mono, cuanto más alto está en el árbol más se le ve el culo”

Hace muchos años aprendí esta frase de J. A. García de Bustamante (D.E.P.), mi jefe, socio y amigo, y siempre la he tenido presente.

Efectivamente, subir a lo alto del árbol exige realizar esfuerzos personales y profesionales, políticos y de relación; y cada vez que se da un paso hacia arriba lo importante es estar bien agarrado al árbol.

Porque siempre habrá alguien -aunque no sepamos con certeza quién- que desde abajo dará patadas al árbol con el objetivo de que el mono que está arriba caiga y él pueda reemplazarle; o simplemente para ver cómo se tambalea y para hacer que los monos que están todavía más arriba -porque siempre hay un mono más arriba- pierdan la confianza en él ante su falta de equilibrio y empiecen a darle patadas desde arriba en la cabeza, hacia abajo, hasta que finalmente caiga.

Pero también a la misma altura que el mono que está arriba hay monos “inocuos”, que son aquellos que azuzan a los que están abajo para que den patadas al árbol y descubran las debilidades de su mono compañero de modo que, una vez más, los monos superiores tengan dudas sobre él bien por sus debilidades, si llega a tambalearse; bien por su fortaleza si consigue mantenerse, con el peligro de que pueda quitarles el puesto-, y le den golpes desde arriba para que caiga al suelo o, al menos, para que descienda unos metros en el árbol. De este modo el mono “inocuo” se encuentra más seguro e incluso llega a ofrecer al mono caído en desgracia su solidaridad, su pena y, sobre todo, su ayuda, haciendo como que no entiende por qué ha podido pasarle eso.

Como podrán ver, no siempre se sabe quién o quiénes dieron las patadas al árbol ni sus razones unas patadas fueron dadas por envidia, otras por rencores insatisfechos, otras simplemente por pura diversión – pero el resultado siempre es la caída del árbol, de modo que el mono maltrecho tiene que ir a buscar otro árbol (empresa) al que subirse y buscar su sitio (empleo) en ese nuevo árbol.

‘Las envidias y los rencores disminuyen la capacidad de los profesionales’

Estas situaciones provocan dos consecuencias muy importantes en las relaciones personales: las envidias de unos sobre otros, y los rencores de unos sobre otros.

La envidia suele ser la que hace dar patadas al árbol, mientras que el rencor es el que suele guardar el mono que cae, dirigido hacia el que cree que ha dado la patada desde abajo hacia arriba y desde arriba hacia abajo.

La envidia suele ser pasajera y dura mientras el mono que se observa mantiene su sitio en el árbol, y se transforma en regocijo cuando el mono observado cae al suelo o se ve obligado a abandonar el árbol.

Sin embargo, el rencor del mono caído suele mantenerse desgraciadamente durante casi toda la vida, dirigido hacia quién o quiénes creen que fueron los causantes de su caída. El rencor es unipersonal e intransferible y suele ir aumentando con el tiempo hasta crear en la mente del rencoroso una película que él considera la única verdadera y fiable, sin tener en cuenta que probablemente la realidad fue completamente distinta al relato que él mismo se ha contado. Este rencor hace que el rencoroso saque los dientes cuando ve a los que cree que fueron los envidiosos que provocaron su caída.

¡Ah! … Y si el mono no llegó a caer del árbol porque pudo agarrarse unos metros más abajo, entonces suele juntarse la combinación más deplorable: la envidia y el rencor. Entonces el mono se dedicará a dar patadas al árbol sobre la cabeza de los monos inferiores, a unos por envidia y a otros por rencor, y dejará de ser el mono al que le importaba cuidar las relaciones personales, profesionales y emocionales.

Queridos lectores, ustedes, que son listos y avispados, habrán adivinado que el árbol es una metáfora sobre las empresas y las organizaciones, y que los monos … pues somos todos.

En el ámbito de las empresas y organizaciones de cualquier tipo estas situaciones suelen darse con cierta frecuencia. Las envidias y los rencores disminuyen la capacidad de los profesionales porque estos dedican gran parte de su actividad a generar y regenerar dichas emociones.

Gestionarlas depende de cada uno; no de los demás. Las envidias y los rencores son intransferibles y, por tanto, ha de ser el propio individuo el que debe gestionarlas de un modo ágil y eficaz. La envidia puede estar dirigida hacia la faceta personal o hacia la faceta profesional del envidiado; el rencor siempre está dirigido hacia el plano personal.

Para ayudar a gestionar bien estas emociones podemos hacernos las siguientes preguntas:

¿Por qué tengo envidia? ¿Envidio a la persona o envidio al profesional?

¿Estoy seguro de que el rencor hacia esa persona -no hacia los colectivos- tiene un fundamento cierto y acertado tanto en el por qué como en el cómo?

¿Por qué cuando una persona cambia de organización de forma no voluntaria desaparece la envidia, pero se mantiene e incluso aumenta el rencor hacia las personas con las que se ha relacionado? ¿Por qué está deseando encontrarse con estas y abofetearle con todos sus rencores, con la mayor virulencia posible con la intención de causarles todo el daño emocional que pueda?

Querido amigo, la envidia y el rencor son personales e intransferibles, pero se pueden gestionar. Cuando se consigue -estoy seguro y así lo habrá podido comprobar en muchos trabajadores, ejecutivos, familiares o amigos- uno se siente más libre y alegre, mejor profesional, capaz de actuar con toda la fuerza del mundo y sin ningún miedo. El que ha logrado superar la envidia y el rencor es capaz de avanzar paso a paso en su escalada hacia arriba en el árbol, o simplemente mantenerse bien sujeto en el lugar en el que quiere estar, porque su única intención es crecer o mantenerse por sí mismo y no dedicar su tiempo ni energía a que las envidas y los rencores perjudiquen sus esfuerzos.

Querido amigo, ocupe el puesto que ocupe en el árbol, si mira hacia arriba siempre verá al menos un culo.