Ya no estamos en la era de la información, sino más bien en la era de la opinión generada por la desinformación.

Cada vez va aumentando la cantidad de informaciones de diversos tipos, que se convierten en afirmaciones solamente por el hecho de que el comunicador de turno las repita y las cargue de intensidad, sin estar sustentadas en algún hecho empírico o simplemente contrastable.

La información de la desinformación nos rodea en cualquier parte donde queramos estar. No solamente los medios de comunicación, también los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares, etcétera; cualquier persona suele emitir opiniones que difícilmente son contrastables, a no ser que interrumpamos el debate y vayamos a Wikipedia (si nos sirve como fuente) para poder echar en cara a los debatientes o interlocutores su fallo, ya que su acierto nos dejaría en mal lugar por la duda que nos ha generado la búsqueda.

Llevamos casi un año de pandemia, y honestamente y ahí́ admito mi incultura, desconocía la cantidad de virólogos, médicos especialistas en enfermedades infecciosas o raras, expertos en otros coronavirus…, que teníamos, no solamente en España sino en el mundo. Y, la verdad es que, al principio, cuando escuchaba a una de esas eminencias decir que con unas tazas de té muy caliente se mataba al bicho, me lo creía, o cuando otro experto decía que, con la estación estival, el coronavirus no tenía nada que hacer, también me lo creía. Confíaba en ellos cuando hablaban de la transmisión por aire, la inutilidad de las mascarillas, los contagios masivos en manifestaciones o en reuniones sociales y en que, realmente, ante estos hechos, con tomar alguna precaución que otra, la cosa no iba a pasar mas allá́ de un simple resfriado. Pues también me lo creía.

Hasta que nos confinaron

Encerrado en mi casa, y gracias a las tecnologías, he podido leer más periódicos en tres meses, que, en tres años, he tenido videoconferencias, acceso a información internacional, debates colectivos, participación en seminarios, opiniones sobre estudios e investigaciones de universidades de prestigio mundial y a muchos informes de eminencias mundiales sobre la pandemia, las vacunas, los plazos, las transmisiones, los distintos tipos de confinamientos, etcétera. Hasta que dije: ¡Basta, hasta aquí he llegado! Y comencé a reducir la información al mínimo básico imprescindible, y para saber cuando puedo salir de casa a dar un paseo.

Perdón por el escepticismo, pero ya no me creo nada, bueno solamente a mi amigo el Dr. J.L. de Castro que, experto en fabricación de vacunas durante muchos años, me dijo en el mes de febrero, unos días antes del 11 de marzo cuando fue declarada la pandemia mundial por la OMS: “Jaime, como poco, hasta dentro de un año, no habrá una vacuna”. Y tenía razón, mientras adelantados científicos ya estaban jugando con plazos mucho mas cortos.

También me sorprendió muchísimo que el 31 de diciembre de 2019 , la Comisión Municipal de Salud y Sanidad de Wuhan, informara sobre casos de neumonía de etiología desconocida y siete días después, las autoridades chinas ya identificaron el agente causante de la familia Coronaviridae (SASRS-CoV-2) y a la semana siguiente ya compartieron la secuencia genética del virus, todo esto en tan solo 15 días.

Nuestros dirigentes siguen opinando sobre opiniones como si fueran armas arrojadizas de su propia guerra de egos e intereses personales

Todo fue muy rápido si comparamos la rapidez con la que se informó, la identificación del causante y la secuencia genética del virus en tan solo 15 días, con la expansión del coronavirus, las medidas tomadas, las investigaciones y por supuesto con el plazo de obtención y comercialización de las vacunas.

Tengo la impresión de que alguien y no sé quien, no nos está contando toda la verdad, y como ha ocurrido en otras “megalocrisis”, siempre existen intereses económicos y políticos detrás de estos cambios de rumbo y de tendencias entre países y como en todas las crisis, siempre hay vencedores y vencidos o mejor dicho, ganadores y perdedores.

Analizando todo lo que estaba pasando llegué a la reflexión de que la información que leía, escuchaba o veía estaba basada en opiniones de opiniones y prácticamente casi ninguna basada en hechos; de esta forma también te das cuenta de que ni el número de contagios, de pruebas y de fallecidos tienen un criterio común, pero sí una opinión sobre la que construir un argumento que refuerce la creencia de que la persona que lo emite dice la verdad y en función de la repercusión, esa opinión repetida y expandida, se puede hacer verdad sin que nadie pueda demostrar que no hay un hecho detrás que la avale.

Se producen avances e investigaciones sobre el conocimiento del coronavirus en distintos laboratorios y su comportamiento, realizados por expertos que saben lo que hacen, pero no saben explicarlo.

Grupos de científicos, políticos, amigos, familiares, en fin, determinados grupos sociales, incluidos los “negacionistas” o los “antivacunas”, opinan sobre opiniones sin tener necesidad de demostrar empíricamente la verdad de los hechos y estas actuaciones, mueven a la sociedad hacia la entropía de discusiones o actuaciones aborregadas impuestas por los que ejercen el poder, político, mediático o científico.

Escuché en una ocasión a José Antonio Marina, en calidad de maestro de escuela, decir a sus alumnos que cuando un profesor les explicaba algo que ellos no lograban entender bien, le preguntaran al maestro “¿Y usted por qué lo sabe ?”. En la respuesta del educador estaba la verdad de lo que explicaba.

Pues esto mismo es lo que habría que preguntar a todos los divulgadores, que ostenten el título, doctorado, o cargo que ostenten, cuando opinan sobre situaciones o sobre hechos que posiblemente no conozcan.

¿Y usted por qué lo sabe? y en la respuesta también encontraremos la fuente de la verdad, la credibilidad, la duda, o simplemente esperar que reconozcan que, aun desconociendo el hecho real, están exponiendo una opinión con la intención de influir en comportamientos, conductas o actuaciones de las personas.

Tengo que compartir, que ahora estoy mucho más tranquilo. El primer periódico que leía este verano era el deportivo, el culebrón de Messi, los fichajes, los despidos, la pretemporada…; me ha tenido muy entretenido, pero mi preocupación comenzaba cuando veía noticias sobre la celebración estival como si no hubiera un mañana y hoy de nuevo estamos a punto de que nos vuelvan a encerrar.

No dudo de la virulencia del COVID-19, porque son hechos y no opiniones los ataúdes con fallecidos, los enfermos con traqueotomías, los trabajos exhaustos del personal sanitario, pero nuestros dirigentes siguen opinando sobre opiniones como si fueran armas arrojadizas de su propia guerra de egos e intereses personales.
Yo, me vuelvo a confinar.