No soy ni epidemiólogo, ni virólogo, ni científico experto en estos temas. Tampoco soy brujo, ni hechicero, ni…bueno, de esto último tengo algo más, incluso conservo una bola de cristal en mi casa que alguien me regaló en plan de broma hace bastante tiempo durante un congreso de investigación en USA.

Pero, pese a tan pobre bagaje de conocimiento, me atrevería a decir que tras las sucesivas olas que seguimos y seguiremos pasando de la COVID, la próxima gran amenaza epidémica para la humanidad global no tiene por qué ser un virus, porque será…¡el dengue!

En las siguientes líneas podréis ver, en qué baso la anterior afirmación y que, lógicamente dados mis antecedentes, solo puede pasar por haber bebido de buenas fuentes documentales ajenas que han enriquecido mi saber.

Pero, antes, veamos un poco de historia reciente y de cuáles son nuestras principales amenazas actuales.

El mundo lleva, al menos dos años, pendiente de un virus denominado SARS-CoV2, que consiguió extenderse por todo el mundo en muy pocos meses, aunque, como bien sabemos, los virus no son los únicos peligrosos microorganismos capaces de infectar de forma masiva a los humanos.

La crisis sanitaria generada por este virus ha sido, y aún es, la más visible expresión de un peligro que está siempre presente y del que muchos científicos llevaban ya años advirtiendo, y tiene que ver con que son muchas las enfermedades que tienen el potencial de expandirse por todos los rincones del mundo y causar enormes daños.

En los últimos años, la OMS declaró en cuatro ocasiones el estado de emergencia internacional, en todos los casos por enfermedades provocadas por virus. A saber, los brotes de ébola en los años 2014 y 2019, el de Zika en 2016 y el del SARS-CoV-2 en 2020. Estos son ejemplos de virus emergentes y reemergentes que llegan a suponer un peligro a nivel mundial. Antes de ellos, los brotes de SARS, MERS y gripe H1N1 habían encendido las alarmas internacionales.

Aunque la humanidad ya vivió epidemias y pandemias muchas veces en su historia, en estos casos fue determinante la influencia, por una parte, de los viajes internacionales (que hacen mucho más fácil y rápida la extensión de un brote a distintas áreas geográficas) y, por otra, del cambio climático (que favorece la aparición de casos endémicos de enfermedades en áreas que previamente no eran favorables a las mismas).

Y dejando a un lado los virus, como ya he anticipado hace unas líneas, las bacterias multirresistentes a los antibióticos son otra de las principales amenazas para la salud mundial y las enfermedades parasitarias suponen un reto por la dificultad para luchar contra ellas, en caso de que se extiendan.

La esquistosomiasis es una enfermedad tropical que hasta el año 2011 estaba circunscrita a África. Se transmite a través de caracoles acuáticos que portan el parásito, un gusano. En humanos es grave y provoca daños en las vías urinarias, problemas renales e incluso cáncer de vejiga.

Y no olvidemos que las enfermedades parasitarias están entre las que más preocupan a la OMS, tanto por ser subdesarrollantes, como por su expansión geográfica. Una de estas enfermedades, por ejemplo la ascariosis, la padecen ya 1.300 millones de personas en todo el mundo.

La malaria es una de las enfermedades que se encuadran en ese mismo carácter que España, afortunadamente, consiguió erradicar en el año 1963 pese a su complejidad y dificultad de tratar.

Hasta hace poco tiempo no había ninguna vacuna contra ella y, solo recientemente, se ha aprobado la primera con una baja efectividad pero que, aún así, ya está salvando muchas vidas. Un ratio de eficacia que no se aceptaría para una vacuna contra un virus si se hace en un parásito, porque no hay nada más, ni siquiera tratamientos contra estas enfermedades que infectan a cientos de millones de personas en todo el mundo.

Y no olvidemos nunca que algunas de las epidemias más devastadoras del mundo las produjeron parásitos, como las de la peste negra o el tifus que fueron terroríficamente letales.

Con la primera de ellas, se dice que solo sobrevivió uno de cada tres habitantes en Europa y, con la segunda, se dice que ha matado a más personas que todas las guerras juntas a través de la historia.

Todos hemos visto multitud de películas y documentales basadas en ello, aunque, en mi cabeza, siempre vienen varias obras de arte filmadas en blanco y negro por el gran Ingmar Bergman expresando su desconcierto por no poder contemplar lo absoluto.

Tranquilidad. Aunque la filosofía que trascendían permanece intacta, ese escenario es muy poco probable ya actualmente como tal.

 

“El impacto combinado de las epidemias de COVID-19 y dengue puede tener consecuencias devastadoras para los grupos de población que están en situación de riesgo”

 

Estas pandemias por bacterias estaban ligadas a la pobreza, a la suciedad, a los desastres naturales o a las guerras, porque eran transmitidas por vectores como la pulga de la rata en el caso de la peste o el piojo en el del tifus.

Pero, continuando con las bacterias, hay que decir que ahora la amenaza son las multirresistentes, que han conseguido vencer la acción de los antibióticos y para las que, en estos momentos, no hay tratamientos.

Este problema se considera de enorme envergadura para la salud pública desde hace años y para el que España cuenta con un Plan estratégico de resistencia a los antibióticos, luchando contra unas cifras de 35.000 muertes anuales.

Se estima, incluso que, a nivel global, en el año 2050 estos fallecimientos podrían superar en número a los provocados por el cáncer, una de las enfermedades con mayor tasa de mortalidad.

Más allá de las enfermedades víricas, las causadas por otros tipos de organismos, como diversos tipos de parásitos, como nematodos o protistas o las micosis (enfermedades causadas por hongos), también son un motivo de creciente preocupación a medida que avanzan el cambio climático y los fenómenos asociados a la globalización.

En lo que a las micosis atañe, existen más de 100.000 especies diferentes de hongos, pero solo unas 20 causan el 90% de ellas en el ser humano, con una incidencia muy variable según la especie y para determinadas áreas geográficas.

Además, pueden ser endémicas, (con una mayor capacidad infectiva), o pueden ser oportunistas; esto es, aunque las posibilidades de infección son menores en las personas sanas, atacan a pacientes inmunodeprimidos, debidos a tratamientos como la quimioterapia, los corticosteroides, los fármacos biológicos, las enfermedades críticas en UCI o el VIH.

Es muy notable también el aumento de enfermedades en Europa transmitidas por garrapatas, que transmiten enfermedades generalmente no notificadas, dado que muchas no son de declaración obligatoria, y porque cada año se producen miles de picaduras, que son indoloras y pasan inadvertidas para la mitad de las personas.

Y, por fin llegamos, el dengue, que es una enfermedad vírica transmitida por mosquitos, vectores también de los virus de la fiebre chikungunya, la fiebre amarilla y el Zika. La enfermedad está muy extendida en los trópicos, con variaciones locales en el riesgo que dependen de los parámetros climáticos y de los factores sociales y ambientales.

El dengue es el causante de un amplio espectro patológico, que puede abarcar desde una enfermedad asintomática hasta síntomas graves similares a los de la gripe en las personas infectadas. Si bien es menos frecuente, algunas personas evolucionan hacia un dengue grave, que puede entrañar un número indeterminado de complicaciones vinculadas a hemorragias graves, insuficiencia orgánica o extravasación de plasma

Y tras estas consideraciones históricas, y consecuencia de un análisis potencial de desarrolladores del peligro realizado por mí (con los sesgos que ello pueda suponer), explicaré por qué razones (cuantitativas y de tendencia, sobre todo), aposté desde el principio de este artículo por el dengue:

  • El dengue es una infección vírica transmitida a los humanos por la picadura de mosquitos infectados.
  • El virus que causa esta enfermedad es el virus del dengue (DENV). Existen cuatro serotipos del DENV, lo que significa que es posible infectarse cuatro veces.
  • Si bien muchas infecciones por el dengue solo provocan un cuadro leve, si puede ocasionar una enfermedad aguda similar a la gripe. Ocasionalmente, la enfermedad evoluciona hacia complicaciones que pueden ser mortales.
  • No existe un tratamiento específico, aunque la precocidad en el diagnóstico evita en gran cantidad su gravedad.
  • El dengue se presenta en los climas tropicales de todo el planeta, sobre todo en las zonas urbanas y semiurbanas.
  • La incidencia del dengue en el mundo ha aumentado enormemente, y actualmente alrededor de la mitad de la población mundial corre el riesgo de contraer esta enfermedad. Se estima que hay entre 100 y 400 millones de infecciones cada año, si bien más del 80% de ellas son generalmente leves y asintomáticas.
  • El dengue grave es una de las principales causas de enfermedad grave y muerte en algunos países de Asia y América Latina.

El alarmante aumento general del número de casos en las dos últimas décadas se explica, en parte, por el cambio en las prácticas de los países a la hora de registrar y notificar el dengue a los ministerios de salud y a la OMS. También representa el reconocimiento por parte de los gobiernos de la carga de morbilidad que conlleva y, por tanto, la pertinencia de notificarla.

La pandemia de la COVID-19 está imponiendo una enorme presión sobre los sistemas de atención y gestión de la salud de todo el mundo. La OMS no ha dejado de insistir en la importancia de mantener los esfuerzos destinados a prevenir, detectar y tratar las enfermedades transmitidas por vectores durante esta pandemia, dado el aumento de la casuística y la consecuente exposición de las poblaciones urbanas a un mayor riesgo de contraer ambas enfermedades. El impacto combinado de las epidemias de COVID-19 y dengue puede tener consecuencias devastadoras para los grupos de población que están en situación de riesgo.

Pero acabemos con algún mensaje esperanzador (aunque en esta oportunidad no sea tan optimista).

Ese control sanitario estricto sobre la evolución de los casos y los tránsitos de viajeros desde los países de mayor riesgo, el desarrollo de vacunas por parte de la industria farmacéutica una vez más y una mayor sensibilidad y cultura hacia la defensa de nuestro ecosistema, servirán para mantener, al menos, el equilibrio de nuestra naturaleza en donde el ser humano juega una parte estelar.