Pues sí, sí, cuando algunos de los seguidores de esta columna vean el título, seguro que esperan leer algunas de mis frecuentes opiniones criticando al Gobierno de turno, en sus actuaciones relacionadas con la gestión sanitaria, como he hecho en muchas ocasiones (y no solo en esta legislatura). El título vendría al pelo.

Pero les voy a defraudar, aunque lo tratemos como ejemplo más adelante, en el transcurso de este texto.

Llevo tiempo queriendo escribir sobre la importancia de los expertos reales en el mundo de la Sanidad. Pero los expertos de verdad, no los que se lo dicen ellos mismos o les agasajan llamándoles así y, en verdad, carecen de esa cualidad.

Y es que no hacemos casi nunca una diferencia clara entRe lo que es un experto y un especialista. Se mezclan ambos temas, se confunden.

Y si en otras áreas de actividad este error es importante, lo es mucho más en la nuestra, la sanitaria.

Según Wikipedia, experto es una persona reconocida como una fuente confiable en un determinado tema, técnica, o habilidad, cuya capacidad para juzgar o decidir en forma correcta, equilibrada, e inteligente, le confiere autoridad y estatus por sus pares, o por el público, en una materia específica, de gestión sanitaria en nuestro caso.

Por su parte, un especialista sanitario es aquel que ha realizado estudios en su período de posgrado, y que derivan de un conjunto de conocimientos profesionales especializados relativos a un área específica del cuerpo humano, o a técnicas quirúrgicas específicas o a temas relacionados con la gestión sanitaria.

La diferencia es la formación específica no tan reglada en un tema y el alto tiempo de su práctica del primero frente al segundo. Es la que le va a hacer al experto resurgir sobre el especialista en casos extraordinarios de emergencia (la experiencia no consiste en el número de situaciones que se han visto sino en el número de ellas en que se ha reflexionado), como la pandemia que nos afecta, y con una visión amplia de las situaciones.

Y es que se puede ser experto sin ser especialista y viceversa, o ambas cosas a la vez.

Profundicemos solo un poco más en qué significa ser experto en algún tema.

Un experto es reconocido como tal, cuando:

  • Es capaz de aportar valor y novedades sobre un tema.
  • Es una persona que abre caminos en ese tema.
  • Una persona que está en constante aprendizaje sobre ese tema (siempre quiere profundizar más en el tema).
  • Un profesional que es capaz de debatir con otros expertos sobre esa disciplina.
  • Es capaz de comunicar su conocimiento de una manera clara y sin dudas.

Y ¿cuánto tiempo se necesita para llegar a ser experto?

No existe una fecha exacta para ser un experto en alguna materia, y tampoco creo en teorías que lo cuantifican en 10.000 horas para ser un especialista en una habilidad.

Es natural que se necesite tiempo y esfuerzo, pero esto depende de la temática en la que se quiera destacar y de las ganas de aprender y aplicar.

Además, creo que nunca se es un experto total en algo, lo importante es que los demás te vean y te perciban como tal en tu tema. Si consigues eso, los demás vendrán a por ti como el profesional que necesitan para solucionar sus problemas. Como su referente.

En Sanidad, desde siempre, insisto, se ha estado muy equivocado en la denominación de persona experta en algunas áreas estratégicas muy importantes porque no se han tenido estas ideas claras o no se han querido tener por razones políticas.

Pondré dos ejemplos, uno de rabiosa actualidad con la pandemia del coronavirus y otro que se viene arrastrando desde tiempos inmemoriales.

En la prensa reciente, insistentemente, se ha criticado al grupo de expertos que el Gobierno ha utilizado durante lo que llevamos de pandemia.

En esta ocasión, sin que sirva de precedente, y además convencido de ello, utilizaré este ojo clínico para diagnosticar, según mi criterio, que el tratamiento de los expertos por parte del Gobierno no merece un suspenso. Porque son expertos.

Por supuesto que se han cometido muchos errores de otro tipo en este asunto: falta de transparencia voluntaria, incluso voluntad de ocultismo, irregularidad de que casi todos ellos formen parte de un equipo homogéneo, previamente formado, del propio portavoz del gobierno, pero, lo que no acepto, hasta que alguien no me demuestre lo contrario es, tristemente, que en lo que mas se han centrado esas críticas ha sido en el anonimato de los técnicos que han formado ese grupo de expertos. Y, una vez descubiertos, en ningunearlos. Y eso no es justo.

Pero ¿por qué? Personalmente no conozco más que a dos de ellos, pero viendo sus CV publicados y su trayectoria, para mí, desde luego, son expertos, sin ninguna duda. Gente preparada y con conocimientos sobrados.

Son, además, funcionarios, creo que, en todos los casos, lo que aún me infunde más confianza (siempre he creído en la clase funcionarial que, evidentemente, al ser personas de carne y hueso, pueden tener sus ideologías y afinidades, pero respetan su mandato profesional obtenido mediante oposición, a pie juntillas). Otra cosa es que piense que su organización general es claramente mejorable, pero no es el objeto de este trabajo de hoy.

¿No aparecen nombres rimbombantes de catedráticos de Universidades, virólogos, inmunólogos,… con renombrados CV y publicaciones a sus espaldas? Pues sí, no aparecen.

Este grupo de expertos son profesionales más desconocidos, no grandes investigadores ni muy frecuentes ponentes en congresos internacionales, ni salen en la TV todos los días en programas más o menos serios. Permanecen anónimos.

Tampoco son presidentes de sociedades médicas, colegios profesionales u otros colectivos, pero, reflexionemos un poco sobre esto.

Los que llevamos muchos años trabajando en Sanidad sabemos, y que me perdonen en muchos casos, que esos puestos directivos están ocupados muchas veces por profesionales que llevan años solo dedicados a la política, a la burocracia y a las relaciones institucionales dentro de su especialidad y que, en muchos casos, hace años abandonaron la práctica clínica asistencial, la investigación e incluso la docencia. Tienen nombre, pero no son expertos.

Sus opiniones actuales provienen de publicaciones o de lo que oyen a otros de expertos de erdad y también desconocidos. Pero ellos le ponen la cara.

El otro ejemplo a comentar, y podríamos hacerlo en infinidad de ellos, se me ocurre hacerlo sobre la crónica repetición de injusticias a la hora de concesión de ciertas prebendas en materia de ayudas a la investigación científica.

Hay que añadir un plus al concepto de experiencia y profundizar mucho más. No vale solo con nombrar pares para evaluar proyectos de forma anónima para el evaluado.

Esos pares deben ser especialistas y expertos. Y para esto no deben solo tenerse en cuenta su número de trienios, sino valorar condicionamientos particulares del candidato a evaluar y de los evaluadores. Con ello se evitará llegar a situaciones dantescas injustas, muchas veces, para el pobre evaluado.

Se designan expertos para dar credibilidad a trabajos que solicitan becas o para publicar en revistas de alto impacto cuyos objetivos son los mismos que los del evaluado y, a veces, hasta competidores por los mismos objetivos u otros de su práctica clínica habitual. No van a ser neutrales, ni éticos, ni expertos reales.

Y a veces las decisiones ni se pueden impugnar porque la víctima no puede saber ni quienes son sus inquisidores. Lo he vivido, personalmente, en evaluaciones de becas FIS por ejemplo.