Sin ninguna duda. Uno de los elementos más importantes a introducir en la gestión sanitaria es el tamaño. El tamaño del territorio a cubrir con nuestro sistema o dispositivo sanitario, el tamaño de la población a la que atendemos, el tamaño de las consultas, de las habitaciones, de la entrada, del servicio de urgencias o de radiodiagnóstico, el tamaño de nuestros pasillos…

Lo primero que le exigimos a un entorno asistencial es que sea eficaz, que realmente resuelva con solvencia nuestros problemas de salud; tanto los agudos como los crónicos. Además de esto, debemos ser provisores de condiciones de vida saludables que mejoren el estado de salud de la población en su conjunto. Por lo que aspectos tan relevantes en sanidad pública y preventiva como la contaminación ambiental, los espacios verdes, los hábitos de vida saludable, la capacidad de respuesta ante pandemias o alertas sanitarias, adquieren una relevancia que no debemos desdeñar y mucho menos mirar para otro lado.

Después, es cuando ya podemos afinar el tiro y fijarnos en las grandes bolsas de ineficiencias, que son las que nos hacer poner el foco en la eficiencia.

Los parámetros de eficiencia pueden ser valorados desde diferentes perspectivas. Podemos valorar exclusivamente la eficiencia económica, y por consiguiente pensar que a mayor tamaño más eficiencia. Una reflexión muy simplista, ya que lo primero que deberíamos pensar es que si así fuera, todos los grupos hospitalarios privados construirían mega-hospitales con el objeto de maximizar su beneficio; y no es así, ni muchísimo menos. Podríamos pensar que la concentración de servicios generales, mantenimientos, etc., nos reduce los costes; circunstancia que tampoco se ha demostrado a lo largo de los años. Podríamos pensar que un mega-hospital se convierte en un foco de captación de talento, y eso en los tiempos que corren es determinante en la viabilidad del entorno asistencial; pero lo cierto es que los modelos de relaciones personales, con el desempeño profesional, están cambiando a gran velocidad y los “nuevos” profesionales valoran muchísimas más cosas que en la mayoría de las ocasiones les resulta imposible aportar a los grandes centros sanitarios. El primero de los parámetros a valorar es la calidad de vida, que suele ser aportada por un entorno más natural, con acceso a tiempo libre de calidad y entornos friendly. Por lo que nos hace pensar que el único ámbito en el que se reducen costos es en el constructivo, que siempre es una inversión amortizable a muy largo plazo y que no debería tener un peso tan determinante en la toma de decisiones.

También podemos valorar la eficiencia desde una perspectiva de calidad asistencial y salud generada en la población, en cuyo caso el tamaño del hospital o del entorno asistencial será mucho menor. Podemos valorar la eficiencia en clave de adecuación tecnológica, en cuyo caso también hay que pensar que la inmensa mayoría de los grandes hospitales son obsoletos en el momento de abrirlos al público, pues tanto los procesos de diseño (comenzados en muchos casos 10 años antes de su apertura) como la tecnología (por los procesos de licitación muchas veces ya con una antigüedad superior a 5 años, que es mucho tiempo en alta tecnología), como las necesidades de la población (que evoluciona en muchos territorios a grandísima velocidad) hacen que los mega-hospitales estén próximos a la obsolescencia en día de su inauguración.

‘Los entornos asistenciales deben ser creados, pensados y diseñados desde una dimensión humana’

Los entornos asistenciales deben evolucionar hacia la capilaridad, la cercanía, la adecuación a los entornos y la flexibilidad y agilidad en la adaptación. Los entornos asistenciales deben ser creados, pensados y diseñados desde una dimensión humana. No solamente por parte de los diseñadores de interiores (que también), sino por los generadores de estructuras y muy especialmente por los gestores sanitarios. Tanto en macro-gestión, como en meso-gestión o en micro-gestión.

La eficiencia debe orientarse de forma inequívoca hacia la salud poblacional, resultados en salud son los que demanda la sociedad. Unos entornos asistenciales que han de ser sostenibles, no solo desde un punto de vista del entorno, del ecosistema, sino también desde un punto de vista puramente económico. “Lo que no tiene cuentas, son cuentos”, o lo que es lo mismo, lo que no se puede medir no se puede mejorar y lo que no se mejora se degrada siempre. Tanto en sanidad privada, con la vista puesta en la cuenta de resultados, como en la pública con la vista puesta en el control presupuestario, la eficiencia económica de los servicios asistenciales pasa por la adecuación a la evolución de la población, las proyecciones demográficas (no solamente pirámides poblacionales, también aspectos culturales que inciden en las mismas) y las nuevas modalidades de prestación sanitaria. La agilidad de los servicios para adaptarse a una realidad cambiante, que además es cada vez más rápida en las modificaciones sociales, es determinante en el éxito desde un punto de vista económico, social y en valor en salud. Esa agilidad inherente a la nueva sociedad en la que nos encontramos no se puede encontrar en grandes instituciones que como los inmensos dinosaurios son por su propia condición física, lentos, pesados y, las más de las veces, torpes. El talento altamente especializado es ya un bien muy escaso, por lo que o nos planteamos alternativas o el resultado será la desprotección sanitaria.

También es eficiencia cuando pensamos en entornos asistenciales sin barreras, y cuando hablamos de barreras siempre pensamos en las personas con dificultades motóricas, siendo frecuente que nos olvidemos de otros tipos de diversidades, sensoriales, físicas o psíquicas. Así como el componente indispensable en un entorno sanitario de las diversas patologías que pueden acudir a nuestros centros. Pedir que los centros de mayores estén adaptados al Alzhéimer y que los centros asistenciales sanitarios no lo estén carece de sentido lógico, incluso por eficiencia económica. Hay en nuestro entorno social más incidencia de personas con Alzhéimer que con otras muchas características personales que les dificultan el acceso a los servicios de salud. Por consiguiente, exclusivamente por esta razón, ya se justifica que los diseños sean adaptados a estas personas.

No siempre tenemos un análisis pormenorizado de nuestro target hoy, en pocas ocasiones tenemos claro el target a cinco años y prácticamente nunca trabajamos con nuestro target a diez años vista. Eso sí, nos permitimos la amortización a quince e incluso veinte años de las infraestructuras construidas. Nuestros oídos deben estar en el hoy, pero nuestra mirada en el mañana. Los gestores no somos muy dados a la utilización de la bola mágica, por lo que necesitamos armarnos de modelos predictivos, tanto cuantitativos como cualitativos; no solamente el tamaño importa, necesitamos ahondar en el cómo será la sociedad a la que sirvamos en diez años.