La atención sanitaria de nuestro país se enfrenta a una serie retos que van más allá del de la sostenibilidad económica y de la discusión sobre la colaboración público-privada.

Las consecuencias de una mayor esperanza de vida fruto de la investigación científica, la innovación en la práctica médica, la mejora de los niveles socioeconómicos y la accesibilidad a la atención sanitaria que esos servicios de salud permiten, hacen que hablar de enfermedades no transmisibles requiera de la introducción de importantes matices. Hace ya unas décadas que la demanda asistencial de esas enfermedades, con su cronificación, ha adquirido un carácter de continuidad que supera su presentación episódica. Además, gracias a una mayor longevidad, aparece con mayor intensidad el fenómeno de las personas afectadas por más de una de las enfermedades hoy cronificadas.

Todo ello, se traduce en un incremento de la demanda que no va ligada como lo era clásicamente a los aumentos de población, aun teniendo en cuenta que nuestra crisis demográfica se ve parcialmente compensada por la inmigración.

A la demanda puramente sanitaria hay que añadir la de respuesta al impacto social de la enfermedad.  El cuidar de esta, comporta también abordar esa dimensión teniendo en cuenta que su descuido puede agravar la enfermedad, del mismo modo que el no cuidar adecuadamente de la enfermedad puede agravar la necesidad social.

Por otro lado, la experiencia vivida con la reciente pandemia nos aproxima a realidades olvidadas con relación a las enfermedades transmisibles. Además, el incremento de la demanda que supuso desplazó la atención a las enfermedades no transmisibles de bajo riesgo y limitó la prevención secundaria de muchas de ellas.

La crisis epidémica puso en valor, en el caso de nuestro país, a la Salud Pública que no olvidemos que otrora fue dependiente de instancias administrativas responsables ligadas al Ministerio del Interior con carácter de autoridad, hasta la creación del SNS y del Ministerio de Sanidad.

También la atención a la Salud Mental aparece como uno de los problemas emergentes de salud a los que dar respuesta y cuyo encaje en el SNS parece aún no bien resuelto, así como su coordinación con el ámbito social. Recordemos que el extinto Insalud no tenía en sus prestaciones la atención a la Salud Mental plenamente incorporada y que esta dependía de diputaciones con carácter benéfico, de órdenes religiosas o de la iniciativa privada.

‘Deberíamos poder presupuestar de acuerdo con cómo nos organizamos en lugar de organizarnos de acuerdo con cómo presupuestamos’

Si atendemos a la respuesta a dar a muchas de las enfermedades, la investigación aporta una innovación tecnológica y terapéutica con una velocidad de aparición que supera cualquier previsión y, además, con un efecto disruptivo. Hemos de pensar que la Inteligencia Artificial, el big data y la digitalización en general, van a seguir manteniendo o aumentando ese ritmo. Por el contrario, su aplicación es de menor velocidad que su aparición. Su traslación efectiva supone un incremento de costes de las prestaciones e impacta en nuestro sistema organizativo y administrativo a niveles que van desde los procedimientos de autorización y adquisición a los niveles organizativos. Si ponemos como ejemplo la respuesta a la atención de las personas afectadas por enfermedades oncológicas podemos encontrar muchos de los retos que la innovación plantea, como el diagnóstico molecular o la concurrencia de diferentes profesionales y disciplinas, algunas por reconocer, como la de genetista.

Los cambios sociales han ido también evidenciando un mayor deseo de los pacientes en ser mejor informados sobre su enfermedad y en ser partícipes de las decisiones que les atañen. También abundan las iniciativas, tanto de pacientes como de administraciones que defienden una atención sanitaria más allá de la basada en la evidencia científica. Proponen la incorporación de la dimensión humana y de dignidad de las personas enfermas estableciendo una atención basada en la confianza y la empatía que contribuya, junto a los resultados clínicos, a una mejor salud y bienestar.

Además de la insuficiencia de profesionales sanitarios en el mercado para satisfacer la demanda, los profesionales que atienden a las personas enfermas no son ajenos a los cambios sociales que dan un valor a la disposición de tiempo libre y de conciliación superior al otorgado y al reconocido tiempo atrás. Todo ello, sin renunciar a la entrega que se precise en una crisis como la demostrada de forma fehaciente en la reciente epidemia.

Además, es un hecho no refutable la dependencia del código postal en que nacen, crecen y envejecen las personas en su esperanza de vida y calidad de esta, lo que obliga a tener en cuenta la salud en todas las políticas. Desde la educativa y la de empleo a la de seguridad vial, pasando por la de vivienda. La precariedad en la consideración que prácticamente todas las políticas pueden tener consecuencias en la salud, aumenta la presión sobre las necesidades de atención sanitaria.

No cabe duda de que algunos de los patrones con que fueron diseñados los sistemas sanitarios de los países de nuestro entorno, cada uno en el marco de su modelo, no son útiles en buena parte para responder a las demandas de atención sanitaria presentes y futuras. No es suficiente el reconocimiento de la atención sanitaria y de la protección de la salud como un derecho universal, como tampoco lo es la división clásica de las enfermedades en transmisibles y no transmisibles.

En el caso de nuestro SNS, como podemos constatar, nos ha cambiado en buena parte la partitura y en menor medida los instrumentos con que tocarla. En muchas ocasiones no son tanto las leyes como sus reglamentos.

Tenemos un modelo divisional condicionante de la asignación de los recursos tanto económicos como humanos, así como unos instrumentos de gestión administrativa y de contabilidad presupuestaria, un marco relacional de los profesionales igualitarista, un control más sobre los procedimientos que sobre los resultados, unas normas para la adquisición de bienes y servicios aun generalistas y una limitada autonomía de gestión. Ello hace que la capacidad del SNS para resolver, es decir, su solvencia, esté sometida a una tensión elevada de sus costuras. Aun así, son muchas las iniciativas que se dan en las CCAA, pero con muchas dificultades para su activación y posterior consolidación.

La disposición de una mejor financiación es imprescindible, pero es condición necesaria innovar en los instrumentos de gestión y administración que hagan posible tocar la partitura de hoy.

En sentido amplio, deberíamos poder presupuestar de acuerdo con cómo nos organizamos en lugar de organizarnos de acuerdo con cómo presupuestamos.